Crítica:CINE

El cadáver de un estilo

Moros y cristianos sigue, en su esquema argumental y en los mecanismos de comportamiento de los personajes en la pantalla, las huellas de algunas de las más audaces películas de Berlanga, sobre todo de su obra maestra, Plácido, un filme genial, una de las obras cumbres del cine europeo.Es la imagen del hormiguero humano, de la representación de los sórdidos vaivenes de una piña humana que actúa por encima o por debajo de los individuos que la componen y que parece obedecer a crispadas y arrolladoras leyes cómicas, en virtud de las cuales esa piña adquiere personalidad propia e indep...

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Moros y cristianos sigue, en su esquema argumental y en los mecanismos de comportamiento de los personajes en la pantalla, las huellas de algunas de las más audaces películas de Berlanga, sobre todo de su obra maestra, Plácido, un filme genial, una de las obras cumbres del cine europeo.Es la imagen del hormiguero humano, de la representación de los sórdidos vaivenes de una piña humana que actúa por encima o por debajo de los individuos que la componen y que parece obedecer a crispadas y arrolladoras leyes cómicas, en virtud de las cuales esa piña adquiere personalidad propia e independiente de quienes la componen. Es lo mismo que, sin la perfección de Plácido, Berlanga puso en práctica con más claridad en Vivan los novios, y que visualizó allí en su famosa imagen final -vergonzosamente amputada por la censura y por la empresa productora- del bicho, es decir de la conversión de ese grupo cómico en una entidad zoológica autónoma.

Moros y cristianos

Dirección: Luis García Berlanga. Guión: Rafael Azcona y L. G. B. Fotografía: D. Solano. Producción: F. Tussell. España, 1987. Intérpretes: Fernán-Gómez, Pajares, Rosa María Sardá, J. L. López Vázquez, Agustín González, María Luisa Ponte, Verónica Forqué, Chus Lampreave, Luis Escobar, Luis Ciges. Estreno en Coliseum y La Vaguada.

Pero lo que en Plácido era un estado de gracia, en Moros y cristianos parece en cambio haberse deslizado hacia un estado de desgracia: se percibe el mecanismo, pero no sus efectos; se conserva la lógica de la representación pero despojada ésta de signos profundos de humor y de vida. Y el aparato degenera en aparatosidad.

Berlanga, en vez de dominar las formas de representación cómica creadas por él, se ha dejado dominar por esas formas; el creador de un estilo libérrimo ha sido privado de libertad por él, de tal manera que lo que en otras películas suyas era un prodigio de concreción, en Moros y cristianos se hace caída en la abstracción.

Me explicaré. En sus grandes obras, Berlanga alcanza un memorable acoplamiento entre el encuadre (una complicadísima concepción del plano-secuencia, en el que persigue los recovecos del grupo cómico con pasmosa fluencia) y el contenido de ese encuadre (un no menos complicado hervidero de acciones, tipos y situaciones expuestas veloz y torrencialmente), de modo que entre la cámara y los actores se establece una cordial e irresistible corriente de acuerdos o ajustes de precisión milimétrica.

Fusión artificiosa

Por el contrario, en Moros y cristianos no hay fusión entre la cámara y lo que la cámara muestra o, de haberla, es una fusión artificiosa, un mecanismo mal engrasado, que chirría al menor forzamiento. El grupo cómico actúa para la cámara, pero sin reciprocidad, sin lograr interrelación entre ella y los actores. Éstos actúan al servicio del encuadre, sin que éste se ponga al servicio de ellos. De ahí proviene el desequilibrio que atenaza al filme y hace de él una buena ambición convertida en mal resultado.Por ello la película tiene gracia en escasísimas ocasiones y poca o ninguna en las más, queriendo inútilmente tenerla siempre. Los actores, que en los filmes logrados de Berlanga alcanzan la plenitud, aquí sólo llegan a ella parcialmente como consecuencia de ese desequilibrio. Pajares, Forqué y Ponte funcionan bien. Pero el resto o lo hace a ráfagas o no lo hace nunca, moviéndose penosamente en busca de entrar a presión en los encuadres y en ellos decir agarrotados sus diálogos y ofrecer sin expresividad sus gestos. Y percibimos que la materia del filme (el grupo, el hormiguero humano, el bicho) se ha convertido en materia muerta, en el cadáver de un estilo que otras veces ha sido explosión de vida.

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