Crítica:CINE

'MEGAVIXENS' Seno, coseno, cochino

Russ Meyer probablemente sea un obseso, pero también es un irónico sagaz. La carnalidad salvaje del erótico festival que nos brindan estas megavixens tiene, detrás del seno descomunal y el falo kilométrico, otras intenciones. Cuando están con la boca desocupada, esas chicas hasta son capaces de citar a Nietzsche y a John Ford, no el poeta de Monument Valley, sino el dramaturgo de Lástima que seas una puta, mientras el montaje -del propio Meyer- juega, muy dinámico, a las simbologías nazis, a los insertos de planos en picado, contrapicado y repicado -nunca antes podría haberse ima...

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Russ Meyer probablemente sea un obseso, pero también es un irónico sagaz. La carnalidad salvaje del erótico festival que nos brindan estas megavixens tiene, detrás del seno descomunal y el falo kilométrico, otras intenciones. Cuando están con la boca desocupada, esas chicas hasta son capaces de citar a Nietzsche y a John Ford, no el poeta de Monument Valley, sino el dramaturgo de Lástima que seas una puta, mientras el montaje -del propio Meyer- juega, muy dinámico, a las simbologías nazis, a los insertos de planos en picado, contrapicado y repicado -nunca antes podría haberse imaginado que una teta tuviera tantas perspectivas. Y rizando el rizo, el director cronometra continuamente las horas y las fechas de la acción, como si Megavixens tuviera en su trama la trascendencia histórica de Tora, tora, tora o Dragon Rapide. Añádase a eso una orgía delirante de sierras mecánicas y hachas que deja a Tobe Hopper y Sam Raimi a la altura del villancico.

Megavixens (Up!)

Director: Russ Meyer. Intérpretes: Raven de la Croix, Robert MeLane, Edward Schaff, Janet Wood, Monte Bane, Linda Sue Ragsdale. Guión: Russ Meyer, Reinhold Timme, A. J. Ryan. Estadounidense, 1976 (versión original subtitulada). Estreno en Cines Renoir. Madrid.

Ese quebrantar las normas del prácticamente siempre analfabeto cine erótico ha hecho de la filmografía de Russ Meyer terreno abonado para las cult movies o cult nudies. Habría que perforarla para hallar sus cimientos, donde, sorprendentemente, descubriríamos, en Lorna o en Mudhoney, películas en blanco y negro de los primeros sesenta, a un Meyer mucho más comedido, a un Meyer casi sangrando la agonía melodramática de Tennessee Williams.

El que ahora nos ocupa ha ido desmadrándose por el camino hasta llegar a lo que en realidad es esta película: un desmedido collage sobre los placeres de la carne, alegre, festivo, sarcástico a menudo y tan trivial como el cine mismo.

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