Tribuna:

El "cambio" sin proyecto

Hay que recordar algunos hechos que siguen siendo recientes: el cambio de la estructura ocupacional y social, el proceso de secularización de la conciencia colectiva, la explosión de los códigos morales, etcétera, habían adquirido fuerza visible en el decenio anterior, a la muerte del general Franco. La modernización de España se realizaba en las afueras del sistema político y en un duro enfrentamiento con el mismo. El proyecto político, si existía, tenía poco que ver con la realidad social y aquello que en el seno de la misma se estaba gestando.La llamada transición política no fue otr...

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Hay que recordar algunos hechos que siguen siendo recientes: el cambio de la estructura ocupacional y social, el proceso de secularización de la conciencia colectiva, la explosión de los códigos morales, etcétera, habían adquirido fuerza visible en el decenio anterior, a la muerte del general Franco. La modernización de España se realizaba en las afueras del sistema político y en un duro enfrentamiento con el mismo. El proyecto político, si existía, tenía poco que ver con la realidad social y aquello que en el seno de la misma se estaba gestando.La llamada transición política no fue otra cosa que un gran esfuerzo de consenso para embridar el cambio real y convertirlo en progreso. Se pactaron las reglas de juego para encauzar los conflictos y se logró poner en común una tabla axiológica de derechos humanos, en la que se propugnaba "como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo". El cambio siguió navegando a la deriva, en una sociedad cada vez más compleja y policéntrica. Enseguida nos ocuparemos de este fenómeno que obliga a replantear la concepción tradicional de la política y a ponerla más en las relaciones con la sociedad que en los contenidos ideológicos.

En 1982 el PSOE conquista el poder político con la promesa de hacerse con el cambio. Con una cierta dosis de jacobinismo se propuso hacerse con las riendas del toro hispánico. Su programa mínimo, según una memorable versión de Felipe González ante las cámaras, se reducía a conseguir que "España funcionara". No hace mucho el vicepresidente Guerra hacía un balance generoso del cambio: se había alejado el fantasma del golpismo, nos habíamos integrado en Europa y habían reajustado la economía. El cambio específicamente socialista brilla por su ausencia. Los 10 millones de votos al PSOE hubieran esperado algo más que una lidia deslucida: mandar, templar y cargar la suerte, como mandan los cánones taurinos, no se ha visto en el espectáculo del cambio, y el toro anda suelto por el redondel.

Ahora se vuelve a poner de moda el galicismo concertación, aún no admitido por la Academia. Es más castellano hablar de concertar, deponer de acuerdo a las partes contendientes. Porque España, ciertamente, no es, ni puede serlo, un concierto musical. Hay quien habla de la crisis del consenso político. Modestamente pienso que aquel consenso político no sólo fue necesario, sino previo al segundo consenso socioeconómico que constituiría el verdadero cambio. Entonces se construyeron los andamios. Y ahora corremos el riesgo de no utilizarlos para construir el edificio. El resultado de las elecciones del 104 obliga a cambiar de política. De poco va a servir el cambio de las personas si no se comprende la modernización como un cambio radical de procedimiento, como un lanzamiento a tope de las instituciones, de las libertades y del juego democrático. La Administracion, como ha escrito aquí (EL PAÍS, 23 de junio) Alejandro Nieto, tiene que pasar a primer plano: "Administrar no puede ser nunca un sucedáneo del gobernar. Esto es claro, aunque no lo es menos que sólo gobernar y no administrar es garantía segura de desastre".

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Sin partitura no puede haber concierto. Por mucho que afinemos las cuerdas y que el concertino prodigue los solos no se va a lograr el cambio fino que anunció el portavoz del Gobierno. Se gobierna para administrar y no al contrario. Si llegamos a administrar podremos hacernos a la idea de que es posible gobernar el cambio o encauzar la modernidad. Con otras palabras: convertir la modernización en progreso. No hay partitura para este concierto. El proyecto político tiene que irse perfilando al administrar, al concertar a las partes contendientes. La información, la transparencia de los verdaderos intereses de los grupos o sectores, el diálogo social, el. debate público, son necesarios y previos a la negociación propiamente política. No se puede separar la concertación socioeconómica de la concertación autonómica. No se pueden utilizar los medios culturales (escuela, universidad, medios de comunicación) sin concertar en común los fines o metas pretendidos.

Este cambio tiene que ser gobernado y no meramente tolerado como la revolución industrial. Hay que gestionar la innovación y no dejar a su aire la otra gran revolución de las nuevas tecnologías. El socialismo español no tiene vocación de mero espectador, pero está decepcionando a los que lo ven encerrado en el palacio de invierno.

Lo peculiar de este cambio político, social, económico, cultural y religioso es precisamente su fluidez vertiginosa, el proceso creciente de una sociedad cada vez más compleja, más policéntrica, sin cabina de mandos. La incertidumbre es un fantasma nuevo que oscurece el futuro, agarrota los músculos del cuerpo social y hace que cualquier proyecto se haga viejo aun antes de llegar a su formulación exacta y a su aceptación colectiva.

Esta complejidad explica que el conflicto político, en esta fase posideológica, no se produce tanto entre los modelos que quieren imponerse cuanto entre los procedimientos, las normas y las instituciones que sean capaces de encauzar la endiablada maraña de todos los conflictos. De ahí que haya que invertir el mayor esfuerzo para comprender y hacer comprender en qué consiste hoy la acción política. La dosis de política que lleva en su zurrón cada fuerza social o cultural y la importancia que deben dar a la Administración todas las instituciones políticas, locales, autonómicas y del Estado en general.

Para concertar hay que acercarse a la realidad. Es erróneo hacerlo con una mirada simplificadora: muchos se empeñan en entenderla eliminando de ella los elementos que la complican. Éstos se inventan tina realidad a su gusto que jamás podrán gobernar. En la izquierda y en la derecha española predominan todavía los que quieren entender la realidad con modelos culturales, sociales y políticos del pasado. No hay quien los desprenda del arcaismo, que es lo contrario de la innovación. Otros se acercan a la realidad con un cierto sentido pragmático, pero completamente desmemoriados de principios y acontecimientos del pasado.

La clásica libertad de expre-

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EI "cambio" sin proyecto

Viene de la página anteriorsión, los medios de comunicación social, todas las instituciones y fundaciones que promuevan el diálogo social, que articulen posibles espacios de consenso y que lleguen a formular el verdadero debate público están en el ojo del huracán. Tienen que asumir una mayor carga de responsabilidad. No pueden ser manejados ni por el poder político ni por poderes anónimos. Existe una base de consenso suficiente: hay que modernizar a España y hay que gobernar esa modernización para que se convierta en progreso. Pero lo que entendemos por modernidad no es un paquete monolítico e inmanipulable. De ahí que el acuerdo, la negociación, en todos los niveles y en todos los sectores, sin excluir a ningún grupo, en la cultura, en el orden ético y en la economía, constituyan la tarea principal, urgente, imprescindible e interminable. El Jacobinismo ha muerto. Lo ha enterrado la sociedad.

El poder político, aun como expresión de la voluntad popular, es poco más que un director de orquesta. Tiene que aumentar sus reflejos, afinar mucho más el oído y someterse a la partitura fluida y cambiante de cada día. Eso significa gobernar para administrar. La expresión de las urnas cada cuatro años proporciona los medios para el diálogo. Las elecciones no pueden servir de coartada para negarse a la negociación. El ideal del poder legislativo es definir un marco de convivencia que estimule la creatividad de todos los ciudadanos. Y el mejor Ejecutivo será aquel que mantenga pegado su oído a una sociedad compleja que sólo será comprensible y hasta transparente cuando sean reconocidos todos sus centros de interés. El policentrismo, característico de la modernidad, aunque complique la acción del gobernante, es, al mismo tiempo, el camino de la democratización.

No se puede gobernar el cambio sin proyecto político. Pero sí es posible dar mucha más participación a toda la sociedad en la elaboración de ese proyecto. El funcionamiento de la justicia, de la sanidad, de la enseñanza y del aparato productivo y, por supuesto, el de las autonomías se consigue mejorando las relaciones más que empeñándose en discutir eternamente los contenidos.

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