Una fiesta

Uno de los valores del público del San Juan Evangelista es su capacidad de convertir un concierto en una fiesta. Así sucedió en el concierto de fin de temporada con una banda que esta vez no venía de Chicago: la Johnny Coppeland Texas Blues Band.Ahí estaba de nuevo Mr. Coppeland, un bluesman de asidua presencia en nuestro país, para convocar a la fiesta. Dirige una banda bien ensamblada, con vocación de ser contratada en Detroit al filo de los setenta. Todos saben hacer lo que tienen que hacer y lo hacen para mayor gloria del líder. Allí está él: una voz que recuerda que el blues...

Uno de los valores del público del San Juan Evangelista es su capacidad de convertir un concierto en una fiesta. Así sucedió en el concierto de fin de temporada con una banda que esta vez no venía de Chicago: la Johnny Coppeland Texas Blues Band.Ahí estaba de nuevo Mr. Coppeland, un bluesman de asidua presencia en nuestro país, para convocar a la fiesta. Dirige una banda bien ensamblada, con vocación de ser contratada en Detroit al filo de los setenta. Todos saben hacer lo que tienen que hacer y lo hacen para mayor gloria del líder. Allí está él: una voz que recuerda que el blues es una sucesión de voces imprevistas y una guitarra de pulcro sonido, de persuasiva singularidad. Lástima que, como en muchas fiestas, se exponga en abundancia el lenguaje del abecedario. Frase tras frase, Coppeland demostró que también sabe hacer lo que hemos oído tantas veces.

En la banda, la eficiencia sin quiebras del baterista Dwaine-Brodnax y la sorpresa del altista Byarad Lancaster, un saxo de blues que llama la atención por la belleza de su timbre y no por la potencia de su ataque y columna sonora, como suele suceder. Y quizá no mucho blues, tal vez Rhythm and Soul, pero una fiesta siempre es una fiesta.