Tribuna:

La muerte

La noticia de que en Chile se habían dictado tres condenas a muerte contra sendos izquierdistas me sonó a abuso macabro. ¿Cómo puede un régimen legitimado por la muerte necesitar de la pena capital como figura legal de un Estado de derecho? ¿Para qué precisa un régimen criminal asesinar con las leyes en la mano si puede incendiar a los opositores por las calles o degollarlos en los descampados?Supongo que por el mismo proceso formalista que lleva a los dictadores a autodotarse de una Constitución, no ya por el goce del disimulo, sino por el placer de sentirse estadistas. Matar en operaciones c...

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La noticia de que en Chile se habían dictado tres condenas a muerte contra sendos izquierdistas me sonó a abuso macabro. ¿Cómo puede un régimen legitimado por la muerte necesitar de la pena capital como figura legal de un Estado de derecho? ¿Para qué precisa un régimen criminal asesinar con las leyes en la mano si puede incendiar a los opositores por las calles o degollarlos en los descampados?Supongo que por el mismo proceso formalista que lleva a los dictadores a autodotarse de una Constitución, no ya por el goce del disimulo, sino por el placer de sentirse estadistas. Matar en operaciones criminales directas les produce evidentes satisfacciones y, sobre todo, una borrachera de prepotencia y sangre, pero no es lo mismo que matar después de la liturgia legalista, con la judicatura y su jerga por medio, con todos los otros síes y considerandos que hacen falta para poder fusilar con los sellos puestos.

Parece ser que las tres sentencias han sido conmutadas, porque satisfecho ya el goce de su convocatoria, la muerte legal como excepción hubiera parecido parodia de la muerte arbitraria como norma. Además, los mismos mecanismos ínternacionales, norteamericanos por más señas, que en su día empujaron al general Pinochet a la aventura de salvar Occidente y construirse un pedestal de calaveras, le han aconsejado que se limite a una clase de asesinatos, que estamos en tiempos de especialistas y que quien mucho abarca poco aprieta. Desde su pequeña mirada de animal acorralado, el general Pinochet creerá percibir un cierto gesto de relajamiento en la tensa musculatura del mundo democrático y se sentirá dueño de ese gesto. Por unas horas ha sido propietario del horror del mundo y de su alivio, la única proyección internacional que este tipo de personajes está en condiciones de conseguir. Afortunadamente, años después, cuando ya sólo son la sombra de una pesadilla, se les recuerda por las muertes que causaron, nunca por las que conmutaron.

Gajes del oficio.

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