Crítica:VII FESTIVAL DE JAZZ DE MADRID

Todo un espectáculo

El trío del pianista Enrico Pieranunzi da la razón a los que reivindican el club como espacio del jazz. Hasta el Alcalá Palace les queda grande. Pieranunzi trajo a Massimo Moriconi al contrabajo y a Fabrizio Sferra a la batería, para invocar los tres a una al maestro Bill

Evans, tanto en el explícito Evans remembered como en el inaugural Someday my prince will come, con la identidad del príncipe disimulada hasta la recapitulación. La actuación de Pieranunzi nos trasladó a guaridas antiguas, y dejó como recuerdo un jazz en el que, cosa rara en música, el todo ...

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El trío del pianista Enrico Pieranunzi da la razón a los que reivindican el club como espacio del jazz. Hasta el Alcalá Palace les queda grande. Pieranunzi trajo a Massimo Moriconi al contrabajo y a Fabrizio Sferra a la batería, para invocar los tres a una al maestro Bill

Evans, tanto en el explícito Evans remembered como en el inaugural Someday my prince will come, con la identidad del príncipe disimulada hasta la recapitulación. La actuación de Pieranunzi nos trasladó a guaridas antiguas, y dejó como recuerdo un jazz en el que, cosa rara en música, el todo resulta exactamente igual a la suma de las partes. No queda mal que sean italianos los qué consiguen ese tenaz equilibrio.

VII Festival de Jazz de Madrid

Autor: Enrique Buenaventura. Intérpretes: Antonio Castroagudín, Yolanda Molero, Luis Barrera, Manuel Fernández, Fernando Díaz, Fermín González. Dirección, Etelvino Vázquez. Grupo de Teatro Candilejas, de Avilés. Estreno, Círculo de Bellas Artes. Madrid, 18 de noviembre.

Trio de Pieranunzi

Ecos del Be-Bop. Teatro Alcalá Palace. Madrid, 19 de noviembre de 1986.

Bajo el nombre Ecos del Be-Bop se presenta todo un espectáculo, con 18 músicos que aparecen primero, en distintas formaciones, para interpretar después una serie de arreglos orquestales. Los ecos del be-bop llegan, más que nada, por el lado del repertorio. Cosas como Things to come, otra vez Night in Tunisia, y hasta Be-bop, que ya es cantar de plano, revelan que ese repertorio va más por el lado de Gillespie, aunque también admite toques monkianos: 'Round midnight, Blue Monk y alguna astuta acotación del piano de Ronnie Matthews.

En estas exhibiciones multitudinarias al final quien más trabaja es la secçión rítmica, así que hay que aplaudir a Ray Drumimond, bajo, y Everett Sangoma, batería. Fue bonito el diálogo de los trombones de Eddie Bert y Slide Hampton, y una pena no escuchar más a Johnny Griffin. Las mazas azules del vibrafonista Bobby Hutcherson eran ya blue notes antes de tocar. Y Tete Montoliu, en la gloria, tecleó hasta desvariar, con más gracia y decisión que nunca.

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