Crítica:

Nostalgia de una antigua audacia

Ni pobre ni rico, sino todo lo contrarioTono y Mihura (1943). Intérpretes:

José Manuel Martí, Rafael Castejón, Tomás Sáez, José María Resel,

Manuel Galiana, Julia Trujillo, Silvia Marsó, Miguel Angel Sánchez, José

María Escuer, Félix Navarro, Francisco Racionero, Carmen Cervera, Maruja Recio, Elisenda Ribas, Lola Manzano. Decorados y figurines: Antonio Mingote. Dirección: José Osuna.

Reposición. Teatro Maravillas, 26 de agosto.

En 1943, la obra de Tono y Mihura Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario fue mal acogida, excepto por algunas van...

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Ni pobre ni rico, sino todo lo contrarioTono y Mihura (1943). Intérpretes:

José Manuel Martí, Rafael Castejón, Tomás Sáez, José María Resel,

Manuel Galiana, Julia Trujillo, Silvia Marsó, Miguel Angel Sánchez, José

María Escuer, Félix Navarro, Francisco Racionero, Carmen Cervera, Maruja Recio, Elisenda Ribas, Lola Manzano. Decorados y figurines: Antonio Mingote. Dirección: José Osuna.

Reposición. Teatro Maravillas, 26 de agosto.

En 1943, la obra de Tono y Mihura Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario fue mal acogida, excepto por algunas vanguardias inteligentes y lúcidas. El público había empeorado con respecto a 1936; como el teatro en sí. Consecuencias de la guerra y la posguerra, de la forma totalitaria con que se quería crear un estilo de vida y de sociedad.

Tono y Mihura no eran ajenos a esa sociedad dominante habían hecho durante la guerra el periódico La Ametralladora- ni lo eran sus amigos y compañeros de generación pero eran diferentes, procedían de la eclosión intelectual de la República, tenían un sentido de rebeldía frente a la mediocridad, la cursilería, la vulgaridad. Como Luis Escobar, que estrenó valientemente la obra difícil en el María Guerrero; como Marquerie, que hizo en Informaciones la gran crítica de exaltación de ese teatro que resultaba de vanguardia.

Ni pobre ni rico... no era una obra agresiva, no estaba hecha de dinamita; pero era disolvente con respecto a lo establecido. Su lenguaje era una continua derivación al absurdo del tópico cotidiano: espejeaba sobre lo que se decía y cómo se decía. Y sus situaciones: revelaban la tontería, la falsedad, el sin sentido sobre los cuales una sociedad pacata se relacionaba y creía vivir.

Se puede decir -por el conocimiento de las obras posteriores y de los escritos individuales de cada uno de los dos colaboradores, y por su conocimiento personal- que a Tono se debía gran parte del lenguaje, que era casi como el de los niños cuando quieren imitar a los mayores y les caricaturizan tierna y poéticamente, y a Mihura la observación de personajes y situaciones, y esa que luego sería permanente situación de desencanto con respecto a ciertos valores oficiales de amor, matrimonio, riqueza; una acracia tan dulce y tan lírica como el lenguaje de Tono.

El mal público de 1943 no aceptó la obra y la envolvió con uno de los grandes dicterios españoles: dijo que era una tontería. Que no tenía gracia, que estaba vacía. En una realidad más profunda, ni siquiera confesada, había sentido que iba contra él. Hay una frase muy reveladora en la crítica de Miguel Ródenas, en Abe, que reproduce el programa de la representación actual: "... los chistes empezaron a reírse de los espectadores...".

Del resultado de esta obra, de Tres sombreros de copa, de El caso de la mujer asesinadita -de Mihura con Álvaro de Laiglesia- se deriva que Tono y Mihura, cada uno por su parte, buscasen un teatro más fácil, más comercial, más sencillamente cómico. Aunque sin perder enteramente sus virtudes, sus puntos de vista.

Sin embargo, el lento camino de disolución estaba ya hecho, más aún que en su teatro, en su revista La Codorniz -hasta que la perdió Mihura-, en la que aprendieron mucho- de ese desdén por la burguesía, de esa acracia divertida, de la ridiculez ambiente- generaciones jóvenes (un fenómeno parecido al de la Italia de Mussolini; y la deuda de este humor español con el italiano es considerable).

Se llegó a asumir; y le fue pasando que, a despecho de su rebeldía y de su novedad, se fue instalando él mismo como tópico. El propio título de Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario (lo habían tomado de algo que oyeron a un tendero ante una compradora: "Esta tela ni encoge ni da, de sí, sino todo lo contrario") se convirtió en frase hecha.

Vista ahora la obra, a los 43 años de su estreno (aunque fue escrita en 1939), este desgaste se advierte: la sociedad que la inspiraba apenas existe, o se ha dejado convertir; el lenguaje que distorsionaba ya no se utiliza, los elementos de desencanto o de desesperación tranquila se han asentado y se ha encontrado otras soluciones. Queda siempre la simpatía profunda por los padres de una manera nueva, por los precursores de otra forma de escribir y de hacer teatro; está el reconocimiento de los albores; españoles del teatro del absurdo, del superrealismo humorista, de la demolición de la burguesía que se había convertido en cartón piedra. Y el malestar de pensar en cómo podía haber evolucionado el teatro en España si aquellas chispas hubieran hecho hoguera. Una nostalgia.

El gracioso decorado y los figurines de Mingote -que también fue La Codorniz, y también estuvo entre los que, ganando, perdían y eran conscientes de lo que perdían; y lo sigue siendo-ayudan a la nostalgia, con sus telones pintados, de un dibujo tan libremente resuelto.

La dirección de José Osuna no ahonda mucho en el texto ni en las situaciones; y en la interpretación está el adecuado encanto personal de Galiana, marcando las diferencias entre ilusión y decepción; el excelente oficio cómico de Rafael Castejón, la caricatura de Julia Trujillo; el reparto es largo, y la bonita presencia de Silvia Marsó y el trabajo de José María Escuer y de Félix Navarro sobresalen del conjunto.

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