Tribuna:FERIA DE SAN ISIDRO

Un traje para dos faenas

Cuando Marcial Lalanda, Nicanor Villalta y Antonio Márquez hacían el paseíllo en la corrida de la Beneficencia de 1926 -hace ya justamente 60 años-, parte del público empezó a reírse y gastar brornas: el traje de Márquez, de azul celeste, estaba bordado en sedas de colores en lugar del tradicional oro, "y parecía hecho con trozos de un mantón de Manila", en palabras de un. historiador. Márquez tuvo quearrimarse mucho "para que el público le ovacioniara, a pesar del traje, que aquella tarde nació y murió".En nuestros días, Luis Miguel Dominguín volvió a los ruedos en 1971 con unos tra es diseña...

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Cuando Marcial Lalanda, Nicanor Villalta y Antonio Márquez hacían el paseíllo en la corrida de la Beneficencia de 1926 -hace ya justamente 60 años-, parte del público empezó a reírse y gastar brornas: el traje de Márquez, de azul celeste, estaba bordado en sedas de colores en lugar del tradicional oro, "y parecía hecho con trozos de un mantón de Manila", en palabras de un. historiador. Márquez tuvo quearrimarse mucho "para que el público le ovacioniara, a pesar del traje, que aquella tarde nació y murió".En nuestros días, Luis Miguel Dominguín volvió a los ruedos en 1971 con unos tra es diseñados por sus amigos Pablo Picasso y Rafael Alberti, prendas también carentes de los golpes de alamares y pesados caireles, pero eran más cercanas a los disfraces de una opereta, francesa. Parece que el público no tolera los cambios en los trajes de torear, quiere que reflejen lo serio y majestuoso de la fiesta.

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"Lo de Luis Miguel fue una moda que pasó", decía ayer Justo Algaba, uno de los tres o cuatro sastres de toreros en España. "Ahora se ha vuelto a lo clásico. A veces me veo negro para meter más oro. El traje pesa cinco kilos y es muy ceñido, puede parecer incómodo, pero delante del toro el rriatador se va acomodando. Si está bien hecho, el traje hasta puede aportar más sensibilidad y movilidad".

Justo, albaceteño de 38 años, aprendió el oficio en la casa Fermín, en Madrid, y hace 10 años se independizó. Ahora tiene 45 empleados, casi todos mujeres que trabajan en casa, y hace al año, unos 100 tajes de luces y otros 60 de corto. Entre sus clientes se encuentran Ortega Cano, Curro VáZquez, Emilio Muñoz, Dámaso González, Tomás Campuzano, Pepe Luis Vázquez y Rafael de Paula. "Me encanta vestir a Paula", dice Justo. "Por sus hechuras y su aire en la plaza hace que mi ropa se luzca especialmente bien".

Hace una década se dejó de utilizar seda para pasar a raso de nailon, que tiene un atractivo brillo y es mucho más fácil de cuidar: las manchas de sangre de toro se quitan con sólo un poco de agua, mientras que el traje entero se puede lavar con agua y jabón sin que se encoja, se arrugue o pierda color como pasaba antes. Un traje de luces dura unas seis u ocho corridas, según criterio del matador, y una figura puede tener siete u ocho trajes.

Un toque especial

Justo tiene unos diseños básicos que va variando según los requisitos de cada matador. "Si un diestro es algo bajo o gordo, por ejemplo, se intenta buscar un dibujo que disfrace esto", dice el sastre. "Yo procuro que mis trajes tengan un estilo propio, un toque especial mío, que por su elegancia y estética se reconozcan enseguida". El producto terminado cuesta alrededor de 140.000 pesetas.

El traje de luces ejerce una extraña fascinación. El día de la corrida los amigos y admiradores del matador acuden a su hotel para verle vestirse, ceremonia que, puede durar más de una hora; incluso los observadores más reacios a las interpretaciones antropológicas tendrían que reconocer la similitud con el rito de colocar las vestimentas a los sacerdotes de religiones paganas y menos paganas. Después de un triunfo apoteósico, la masa saca a hombros al sacerdote-ídolo, y los más atrevidos, como si intentasen compartir sus extraordinarios poderes de valor y virilidad, intentan arrancar de las hombreras y la taleguilla precisamente los decorados que tienen por nombre los machos.

También las mujeres son susceptibles a los encantos del traje de torear. Se cuenta que una vez en México una señorita vio torear a Manolete, de quien se enamoró locamente. Después de la corrida lo visitó en su habitación y expresó su deseo de entregársele en cuerpo y alma. Pero cuando ya habían iniciado la faena, de repente la mujer desistió, decepcionada: este hombre Usnudú, no era la gallarda figura de la soleada tarde, y le pidió que se volviera a poner su bello traje de: oro y seda. Por segunda vez en el día el diestro se vistió de luces.

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