Crítica:TEATRO

Evasión al gusto pasado

Hubo un teatro del que emanaba una ilusión y una pequeña doctrina: la vida inventada, fingida, puede sobreponerse a la realidad y crear la felicidad del engañado a medias. Se llamó teatro de evasión, y se dio como origen de él La comedia de la felicidad, del ruso Evreinoff -en realidad, un escritor y un teórico más importante-. De esa línea internacional -que alcanzó también al cine como fábrica de sueños- salió en España Alejandro Casona, y de él un escuela bastante larga a la que se atribuyó, durante el franquismo, una condición sedante, una forma de escapar a la realida...

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Hubo un teatro del que emanaba una ilusión y una pequeña doctrina: la vida inventada, fingida, puede sobreponerse a la realidad y crear la felicidad del engañado a medias. Se llamó teatro de evasión, y se dio como origen de él La comedia de la felicidad, del ruso Evreinoff -en realidad, un escritor y un teórico más importante-. De esa línea internacional -que alcanzó también al cine como fábrica de sueños- salió en España Alejandro Casona, y de él un escuela bastante larga a la que se atribuyó, durante el franquismo, una condición sedante, una forma de escapar a la realidad.Los árboles mueren de pie, escrita en el exilio de Buenos Aires en 1949 -Casona se fue de España en 1937- es un ejemplo de ese teatro: hay una misteriosa oficina que arregla las desventuras de la gente. Un recurso de la época: el de Prohibido suicidarse en primavera, del mismo autor, o el de El puente de los suicidas, de Ruiz Iriarte. Hay que tener cuidado con las calificaciones de antiguo y moderno: en televisión se da ahora una serie, En busca de amores perdidos, donde el personaje Cary Maxwell realiza en su oficina la misma función benéfica que el protagonista de Los árboles mueren de pie. Pero en la serie los valores son modernos ya que no su literatura: jovencitas, lujo, coches caros, algo de sexo, aviones, pequeña aventura.

Los árboles mueren de pie

De Alejandro Casona (1949). Intérpretes: Gloria Mª Ureta, Teófilo Calle, Pedro Civera, Teresa Tomás, Montserrat Belén, Elvira Travesi, José Sanz. Decorados: Manuel Mampaso. Vestuario: Bambalina. Dirección: José Osuna.Reposición: teatro Príncipe.

En la versión que se repone ahora en Madrid la oficina se reduce a un mínimo -un cuadro, para justificar- y lo demás se dedica al caso: una anciana agotada espera la llegada al hogar de su nieto, expulsado 20 años atrás por ladrón, y supuestamente rehabilitado. Su esposo ha mantenido la ficción escribiendo cartas como si fuese el nieto triunfante; pero ahora se supone que ese nieto ha muerto en un naufragio. El creador de ilusiones acepta hacerse pasar por el buen nieto que no existe, acompañado de una acogida a su institución que hace el papel de esposa, y así proporcionan unos días de felicidad a la anciana. Pero aparece el nieto real, el malvado sin escrúpulos, delincuente que sólo quiere dinero. Y es la abuela la que, al borde de la muerte, expulsa al nieto real pero malo y acepta al nieto falso pero bueno: la mentira es mucho más satisfactoria que la verdad. Al tiempo, la pareja que ha fingido amor llega, a través de su propia ficción, al amor verdadero...

Valores del hogar

El diálogo, con la literatura pulcra, correcta y un poco lírica que corresponde al género -y más a un maestro de escuela como lo fue Cason- subraya todo el tiempo los valores del hogar y sus atributos -cocina casera, jardín con un jacarandá, reloj con carrillón, vieja sirviente-; la existencia de una felicidad interna frente al riesgo del mundo exterior; lo bueno y lo malo...Un público que se identifica, sobre todo, con los abuelos de la obra, pero también con los valores de un mundo que les parece perdido, acoge la obra con calor. Se sienten ellos mismos, y el teatro que vieron. Admiran la interpretación, que corresponde exactamente a la que se hacía en los tiempos en que la obra se estrenó, presidida por Elvira Travesí, erguida corno el árbol metafórico del título; los actores y actrices ríen, lloran o se enfadan con la generosidad que requiere el texto. Los jóvenes visten con una elegancia un poco exagerada, de figurín; el decorado evoca la antigüedad, como valor moral, del interior, y Osuna lo dirige todo sin buscar demasiadas complicaciones, siguiendo el texto. La función del teatro de evasión se cumple para los supervivientes.

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