Crítica:MÚSICA CLÁSICA

Una gran escuela soviética

La más alta música de la semana en Madrid, con todo y haber escuchado dos buenos programas sinfónicos con solistas de verdadera categoría, corrió a cargo del violín de Wladimir Spivakov y del piano de Sergei Bezrodny, dos nombres que prestigian la escuela musical soviética.Wladimir, Spivakov, a pesar de su aire superjuvenil, ha cumplido ya 40 años; su colaborador, Sergei Bezrodny, anda por los 26. Uno y otro hicieron en su concierto del teatro Real la mejor música al lograr en sus interpretaciones una intensa y virtuosista versión de la Sonata en re menor, de Johannes Brahms, de la ...

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La más alta música de la semana en Madrid, con todo y haber escuchado dos buenos programas sinfónicos con solistas de verdadera categoría, corrió a cargo del violín de Wladimir Spivakov y del piano de Sergei Bezrodny, dos nombres que prestigian la escuela musical soviética.Wladimir, Spivakov, a pesar de su aire superjuvenil, ha cumplido ya 40 años; su colaborador, Sergei Bezrodny, anda por los 26. Uno y otro hicieron en su concierto del teatro Real la mejor música al lograr en sus interpretaciones una intensa y virtuosista versión de la Sonata en re menor, de Johannes Brahms, de la Sonata en sol, op. 30, número 3, de Beethoven, o de la Sonata BWV 1015, de Juan Sebastián Bach.

Artista irresistible

Ciclo de Grandes Intérpretes

V. Spivakov, violinista; S. Bezrodny, piano. Obras de Bach, Beethoven y Brahms. Teatro Real. Madrid, 22 de febrero.

Wladimir Spivakov, a quien ahora le tienta la dirección y la practica con éxito -en estos momentos prepara una gira por la Unión Soviética con el Orfeón Donostiarra para llevar la Misa de la coronación-, es de esos artistas literalmente irresistibles.Nos convence y vence la calidad de su sonido, tan muelle e incisivo a la vez; nos vence y nos convence su frasco, tan impostado y bien aireado como el del mejor cantante; nos domina el efecto de un virtuosismo más angélico que demoniaco, del que surge la infinita melancolía brahmsiana y la imperiosa y aparentemente fácil construcción de la célebre Chacona de la Segunda partita en re menor, de Juan Sebastián Bach.

En Johannes Brahms fue prodigiosa la visión totalizadora de una sonata cuyos tiempos están fuertemente cohesionados e incluso decididos, no obstante la diversidad de matices, por una sola voluntad expresiva, se recojan luego en esa teoría de soledades que es el adagio o se encrespan como en el presto agitato final.

Las propinas fueron innumerables, a pesar de que los actuantes no cedieron con demasiada facili,dad a la petición del público que acude al teatro Real, aplaudidor hasta el entusiasmo.

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