Crítica:TEATRO

Un ejercicio de estilo

Miguel Narros ha hecho un gran espectáculo visual con El castigo sin venganza, de Lope de Vega. Sobrepasa lo habitual en este género: no es una sucesión de estampas o un desarrollo inconexo de figurinismo o decorativismo, sino una coherencia narrativa y un ejercicio de estilo para una forma muy aceptable de entender esta obra, aunque sea sobre unos anacronismos de concepción.Hay en el relato original de Lope una exaltación del amor a primera vista y con desafío de la muerte, una rudeza en las relaciones de la corte, una condición implacable de cada personaje para con su figura re...

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Miguel Narros ha hecho un gran espectáculo visual con El castigo sin venganza, de Lope de Vega. Sobrepasa lo habitual en este género: no es una sucesión de estampas o un desarrollo inconexo de figurinismo o decorativismo, sino una coherencia narrativa y un ejercicio de estilo para una forma muy aceptable de entender esta obra, aunque sea sobre unos anacronismos de concepción.Hay en el relato original de Lope una exaltación del amor a primera vista y con desafío de la muerte, una rudeza en las relaciones de la corte, una condición implacable de cada personaje para con su figura representada, una intriga permanente y una tragedia final con la muerte de los transgresores. De estas materias iba a estar hecho el romanticismo, y Narros adelanta la obra de Lope a esa época en la forma de expresarla. Para buscar referencias que permitan describir esta sensación: hay reminiscencias de la ópera verdiana -la música de José García Román ayuda a esa sensación-, de estampas, de grabados; movimientos enfáticos que retienen el gesto o el movimiento más de lo natural, como se hizo en cierto cine trágico mudo; un juego de claroscuros; es decir, la incorporación de una cultura posterior a Lope, pero dentro de ese mismo camino de la pasión desesperada.

El castigo sin venganza

De Lope de Vega. Intérpretes: José Luis Pellicena, Ana Marzoa, Juan Ribó, Inma de Santis, Fernando Valverde, Francisco Vidal, Miguel Foronda, Luis Higueras, Claudia Gravi, Paca Gabaldón, Jorge Amich, José Luis Martínez, Josu Ormaeche, Paco Plaza, Víctor Rubio y Miguel Ayones. Música de José García Román. Escenografía de Andrea d'Odorico. Vestuario de Miguel Narros. Luces de José Luis Rodríguez. Dirección de Miguel Narros.

Creo ver, al mismo tiempo, una doblez en la intención de Narros: una especie de penetración de lo teatral en forma de exhibición, de representación, de juego de lo que se está representando. Narros relata por sí mismo su obra: la historia de cómo hijastro y madrastra se enamoran de una manera, irreprimible, de cómo ese amor se hace transparente para la corte y de cómo el engañado poderoso se produce de forma sádica y traidora para que el castigo a la transgresión no sea de su mano. Subraya los presagios, la irrealidad de todo, la condición de teatro: un juego de espejos iluminando la culpa, unas apariciones sigilosas de cortesanos, unos aplausos internos en momentos brillantes.

En todo ello Narros se priva de una belleza original: la lírica de Lope de Vega. Sus versos se mascullan (y algunos fragmentos son de antología). Se entiende la historia porque la visualización la relata con todos sus recursos; no se entiende lo que dicen los personajes, a pesar de que la compañía haya tenido el asesoramiento de Josefina García Aráez en la técnica de la versificación. Lo cual contribuye más a la extensión de esta leyenda de que se ha roto la tradición del verso del Siglo de Oro, lo cual puede no ser tan real. Más bien en este caso parece una deliberación, una forma de enmascararlo para que no contradiga o no se sobreponga a la otra creación.

Sólo en un personaje, que queda como ejemplo, el de José Luis Pellicena en el papel del Duque, se combina la dicción con la actuación: su monólogo de descubrimiento de la traición, adulterio e incesto que le vulneran es una muestra de cómo la visualización, el énfasis cultural de la obra de Narros, es compatible con el verso de Lope. En los demás, el verso y la expresión hablada apenas exism ten. No creo que sea un defecto de los actores, sino una deliberación: están dirigidos para otra forma de expresión, para arrancar de ellos gesto y movimientos, y esa coherencia está conseguida con la narración visual, y no con la forma lírica de la poesía que Lope incluye, por su propia naturaleza, en su obra dramática.

Esto pudo desconcertar algo al público y matizar su entusiasmo. Justificado en cuanto a la suntuosidad y modernidad en los decorados de Andrea d'Odorico y en los bellísimos figurines del propio Narros, en la limpieza del diseño de luces de José Luis Rodríguez y en el ejercicio de estilo de Miguel Narros: fueron muy aplaudidos los actores, y principalmente Ana Marzoa y José Luis Pellicena, y los aplausos y los bravos crecieron ante la presencia en escena de Narros y sus colaboradores inmediatos.

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