Crítica:ÓPERA /'LA CLEMENTINA'

El equilibrio de Bocherini frente a un convencional Ramón de la Cruz

La obra La Clementina se caracteriza, en contra de lo que sucede habitualmente en las zarzuelas, por un claro predominio del texto sobre la música, con el inconveniente de que es ésta la merecedora de resurrección y no la pieza de Ramón de la Cruz, tan convencional y previsible como le obligaba una representación que tenía tanto de fiesta palaciega como de espectáculo teatral.El total de la partitura -perfectamente equilibrada- se compone de 12 arias (dos para cada uno de los personajes líricos, pues hay otros dos -Clemente y el marqués-, que únicamente hablan), tres sextetos, un trío, un dúo,...

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La obra La Clementina se caracteriza, en contra de lo que sucede habitualmente en las zarzuelas, por un claro predominio del texto sobre la música, con el inconveniente de que es ésta la merecedora de resurrección y no la pieza de Ramón de la Cruz, tan convencional y previsible como le obligaba una representación que tenía tanto de fiesta palaciega como de espectáculo teatral.El total de la partitura -perfectamente equilibrada- se compone de 12 arias (dos para cada uno de los personajes líricos, pues hay otros dos -Clemente y el marqués-, que únicamente hablan), tres sextetos, un trío, un dúo, dos recitativos y la obertura.

Constituye ésta -como escribe Della Croce- "una verdadera sinfonía, concentrada y ágil en el estilo de la introducción a la italiana".

II Festival de Otoño

La Clementina. Autor: Ramón de la Cruz (versión de Enrique Llovet) y Luigi Bocherini. Reparto musical: Enedina Lloris, Paloma Pérez Íñigo, Montserrat Alavedra, Luis Álvarez, Carmen Sínovas y Eduardo Giménez. Reparto de actores: Ayax Gallardo, Flora María Álvaro, Celia Ballester, Nuria Gallardo, Eduardo Arroyo, Marisa Porcel, Antonio Canal, Pedro del Río y Juan Meseguer. Intoroducción: José Luis Gómez. Escenografía: Simón Suárez, realizada por Adolfo Coliño. Figurines: Paco Casado. Transcripción y reconstrucción de la partitura: Antonio Gallego. Orquesta de Cámara Española. Clave: Pablo Cano. Dirección escénica: Simón Suárez. Dirección musical: José Ramón Encinar. Producción del Festival de Otoño. Teatro Español. Madrid, 3 de octubre.

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De los intérpretes que participaron en el estreno -casi todos eran familiares de la Benavente- apenas sabemos sus nombres, pero no sus apellidos, si bien cabe suponer que don Francisco (que encarnó a don Urbano) fuera Francisco Font, que impulsara algunos quintetos, y don Pedro Garisnain (don Lázaro) era el mísmo fagotista que formaba parte de la orquesta de la casa que dirigía Bocherini, según la nómina de 1787 que publica Solar Quintes, extraída del Archivo Histórico Nacional.

Comicidad y melancolía

La partitura de La Clementina posee los contrastes suficientes, la precisión de formas y ese juego entre comicidad y melancolía al que contribuye el espirituoso manejo del mayor y menor como recurso contrastado de expresión.

Para el andantino con moto central de la obertura, Bocherini echó mano del minueto y trío de su Quinteto op. 25, nº 1, en re menor, compuesto ocho años antes, y en las arias la belleza melódica -en ocasiones con cierta ¡mpostación dramática- nos hace pensar en esa naturaleza femenina que tanto gustó destacar a los comentaristas franceses.

Quizá las arias más bellas no son las de Clementina, sino las de Narcisa, personaje que cantó y representó de manera deliciosa Montserrat Alavedra (que hoy es una profesora muy prestigiada en la universidad de Seattle, en Estados Unidos), cuya voz ha ganado en consistencia y amplitud sin perder la delicadeza de matices que caracterizó, desde el comienzo de su carrera, a la soprano catalana.

Alavedra armonizó perfectamente con Enedina Lloris en una parte que sin los brillos virtuosistas de la Francisquita, que recordamos reciente en Madrid, evidenció el mordente de, su voz y la exquisitez de su dicción. Dentro de esta tónica de gran estilo, Paloma Pérez Íñigo hizo uno de sus más bellos trabajos teatrales y musicales y Carmen Sinovas se produjo con el dominio y belleza de línea tantas veces aplaudidos. Para Luis Álvarez el papel de don Lázaro suponia no pocas dificultades, que venció con brillantez y buen arte, así como Eduardo Giménez, un don Urbano tan bien compuesto como correctamente cantado.

El valor del traba o del director, José Ramón Encinar, pudo medirse por el partido sacado,a la orquesta -en una sala de acústica, escasamente convincente y con el inconveniente de que la falta de foso le obligó a medir con sumo cuidado las dinámicas- y la perfección de los conjuntos.

Reparto excelente

Músico de primer orden, profundo conocedor de las escuelas italianas de ayer y de hoy, José Ramón Encinar se apuntó un éxito grande junto a un reparto que bien merece la calificación de excelente.

Párrafo aparte merece el trabajo de Antonio Gallego, que ha sido capaz, en poco tiempo, de clarificar la escritura de las partes sueltas (vocales e instrumentales), que se conservan en la Biblioteca Municipal, y de reconstruir la partitura con doble criterio de musicólogo y músico, esto es, en actitud creativa.

Porque atañe a la misma esencia de la música bocheriniana, con justicia más merecedora de aplauso que el texto, según confesión de Ramón de la Cruz, creo que sería interesante se pensara en reducir la comedia, pues ni el argumento ni su exposición justifican hoy en día sus dimensiones, ante las cuales hubo de trabajar con ingenio Simón Suárez.

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