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Sobre la situación de la economía española / 2

Cuando el partido socialista gana las elecciones, encuentra un colectivo empresarial profundamente desmoralizado debido a la situación económica de las empresas, a la incertidumbre política, a las dificultades de ajustar sus empresas a las condiciones impuestas por una demanda deprimida y al trauma que supuso, en unas empresas muy endeudadas, la escalada del coste del endeudamiento. Lo que es importante detectar es que los empresarios que habían aceptado riesgos en la etapa de crecimiento económico apoyados básicamente en el endeudamiento, se habían equivocado y habían resultado atrapados por ...

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Cuando el partido socialista gana las elecciones, encuentra un colectivo empresarial profundamente desmoralizado debido a la situación económica de las empresas, a la incertidumbre política, a las dificultades de ajustar sus empresas a las condiciones impuestas por una demanda deprimida y al trauma que supuso, en unas empresas muy endeudadas, la escalada del coste del endeudamiento. Lo que es importante detectar es que los empresarios que habían aceptado riesgos en la etapa de crecimiento económico apoyados básicamente en el endeudamiento, se habían equivocado y habían resultado atrapados por una crisis económica profunda de carácter internacional pero con características españolas muy específicas. Características de vulnerabilidad cuyas claves internas eran un endeudamiento creciente con tipos progresivos y una tremenda dificultad y alto coste para ajustar a la baja las plantillas.Estas circunstancias han impuesto el triunfo de la tesis conservadora dentro de los mecanismos de decisión empresariales. El trauma ha sido tan profundo que no sólo es preciso que mejore el entorno económico general, sino que hace falta el paso del tiempo, incluso en un clima de confianza, para que las heridas cicatricen. Con este panorama, a pesar de los esfuerzos por infundir ánimo que ha realizado la Administración socialista, el nivel de receptividad tenía que ser necesariamente bajo porque no se trataba sólo de desconfianza política sino que el punto de partida era el de una situación precaria.

Esta óptica conservadora entre los empresarios no sólo se ha impuesto en la inversión directa, sino en la inversión financiera, donde los títulos de renta fija gozan de la preferencia del público y, a pesar de la reactivación bursátil, la significación de las acciones en el panorama financiero es muy reducido. La caída del mercado de acciones ha sido de tal magnitud que aplicando el índice de la Bolsa de Madrid y el del coste de la vida, 100 pesetas, invertidas el 1 de enero de 1973, se han convertido en 12 en términos reales al 31 de diciembre de 1984. Creo que estos datos son elocuentes y explican desde el ángulo de la inversión financiera la aversión al capital riesgo.

En ese estado de expectativas, en mi opinión profundamente negativo, incide para agravarlo la consideración social del empresario, que no se corresponde con la que debería tener en una economía de mercado. Esta consideración social ha sido negativa durante muchos años, y es preciso decir, porque es de justicia, que sólo el Gobierno socialista ha tenido una preocupación explícita por mejorarla.

Inversión y empleo

El marco de desmoralización esbozado amplifica los obstáculos reales que existen para poner en marcha procesos inversores. En la encuesta que realiza el Círculo de Empresarios (1), en el apartado referente a las causas determinantes para la inversión, se citan, en primer lugar, la debilidad de la demanda interna; en segundo lugar, el incremento de costes, y, en tercer lugar, el precio del dinero que, junto a las dificultades de financiación y falta de fondos propios (computados aparte), configuran los aspectos financieros de las decisiones empresariales.En cuanto a la debilidad de la demanda interna, las decisiones de política económica se enmarcan en función de las limitaciones que implica una posible expansión sobre la balanza de pagos y el énfasis que se ponga en la reducción del ritmo de inflación. Hasta ahora, la idea que ha prevalecido es que no está concluido el saneamiento interno ni alcanzados niveles de incrementos de precios que permitan pensar en un lanzamiento de la demanda interna. Las medidas activadoras de la primavera entiendo, por tanto, que hay que situarlas estrictamente en la vía de buscar una compensación a la caída de las exportaciones que comprometía la tasa deseada de crecimiento.

La referida encuesta alude al incremento de costes internos en los cuales los de carácter laboral tienen una trascendencia obvia. En mi opinión, no hay demasiado fundamento para relacionar directamente el crecimiento del empleo con incrementos en la inversión. La incidencia es problemática y dependerá sustancialmente de los sectores y actividades donde la inversión se produzca. Creo que, efectivamente, el nivel de salarios con el actual ritmo de actividad es demasiado elevado para amplios sectores del aparato productivo español y que es un elemento importante que explica la debilidad de las empresas. Con todo, lo que me parece trascendental es el peso negativo de una experiencia duradera en la que los empresarios no han podido reajustar plantillas en situación de crisis.

De ahí que el colectivo empresarial reaccione con escepticismo ante las medidas de flexibilización que ya son significativas, y que el componente conservador dominante recuerde las situaciones difíciles y medite muy detenidamente cualquier posibilidad de expansión si conlleva nuevos compromisos laborales. La realidad de la situación, a mi modo de ver, es que se necesita todavía un mayor grado de flexibilización para que pueda crearse empleo, pero esto es sólo una condición necesaria, porque, pese a que se introduzcan nuevas medidas en esa dirección, hace falta más tiempo para que se confle en ella como una política perma nente, y mejore además el clima de expectativas empresariales.

El coste del crédito

El tercer componente son los condicionantes financieros, es decir, el coste del crédito, dificultades de financiación y escasez de fondos propios. Lo primero que hay que anotar es que el mercado de crédito ha evolucionado ha evolucionado de una forma importante en los últimos años y ahora las instituciones financieras se disputan al cliente solvente, que es un bien ciertamente escaso. Durante años, las instituciones financieras, especialmente la banca privada, han tenido una experiencia traumática con los fallidos lo que la induce hoy a una política conservadora. Esto explica que no sean abundantes los clientes que puedan superar las exigencias de solvencia y explica también que las instituciones financieras, al margen de los coeficientes obligatorios, contemplen como activos alternativos la renta fija emitida por las empresas de servicios públicos.En el panorama que estoy describiendo, afirmar sin más que existe un efecto de desplazamiento de los recursos financieros hacia el sector público a causa de su voracidad, a los niveles actuales de tipo de interés, me parece muy delicado. En mi opinión, podría argüirse que en realidad se está cubriendo un vacío. Podría argumentarse que sin la presión del déficit del sector público la estructura de tipos de interés se moderaría, pero asegurar que el componente fundamental del coste del crédito sea el déficit me parece tan simple como la afirmación, vigente hasta hace poco, de que el coste del crédito dependía de la inflación y que la reducción de esta última moderaría a aquél. La ventaja de este tipo de razonamientos lineales descansa en que facilitan la comprensión del mensaje que se quiere hacer llegar. La desventaja es que no recogen la realidad, bastante más compleja. Lo peligroso de estos argumentos es que parten de una observación cierta en térininos.generales (el coste del crédito es más alto en Argentina que en Suiza, por ejemplo, y ello se debe, efectivamente, a la diferencia de nivel de inflación) y se pretende aplicar a situaciones menos nítidas y diferenciadas.

En los últimos cinco años, si hay algo estable en la economía española es el promedio del coste del crédito bancario. Entre 1980 y 1984, el promedio del coste del crédito bancario fue del 16,7%, con un máximo del 17%, en 1981, y un mínimo del 16,5%, en 1980 (2). No hay que insistir.mucho en que la inflación se ha reducido, y el déficit público en 1980 no tiene parangón con el actual.

Como he expuesto en reiteradas ocasiones, el coste del crédito en España, en los últimos años, está condicionado por un conjunto de factores, entre los que destaco: la exagerada dimensión del sistema bancario con altos costes de intermediación y una política beligerante de competencia del sector público en la captación de recursos que encarece los pasivos. He expuesto en muchas ocasiones, y lo repito ahora, que la política de exacerbar la competencia por los recursos financieros no ha sido oportuna, y la ha sufrido el aparato productivo y el propio sector bancario. En el fondo, muchos observadores son conscientes de eso, aunque no lo reconozcan abierta mente y, por ello, cuando los presidentes de los bancos tienen reuniones para limitar el coste del pasivo, nadie los denuncia por infringir la normativa de defensa de la competencia.

El mismo escepticismo me produce la política seguida de cobertura financiera del déficit apelando al mercado, que es un obstáculo clave para que no se produzca un descenso en el coste de los pasivos del sistema bancario y, por tanto, elemento de sostén de los activos. En mi opinión, aunque el control de la política monetaria exija la retirada de fondos, no es lo mismo hacerlo popularizando a todos los niveles la posibilidad de altas rentabilidades sin riesgo aparente, y a salvo del control fiscal, que por procedimientos intemos, a los cuales, al final, se tiene que recurrir ante la incapacidad de las carteras privadas para absorber volúmenes crecientes de pagarés del Tesoro.

El planteamiento de la política financiera no corresponde al Gobierno socialista. Viene de antiguo y ahora simplemente ha continuado. Este planteamiento tiene como soportes principales la convicción de que la promoción de la competencia en el mercado financiero es excelente en todos los casos y situaciones, y la creencia de que los tipos de interés tienen escaso impacto en la situación y decisiones de las unidades productivas. Convención de probandas raíces académicas que no es el caso exponer aquí.

La conclusión de este apartado sobre los obstáculos para relanzar la inversión es bastante obvia: las dificultades para removerlos son muy grandes, y tanto las institucionales como las específicarnente económicas no pueden eliminarse a corto plazo. Las laborales y las financieras generan fuertes resistencias sociales y, en cuanto a la demanda, su manejo es delicado, porque en un estado de expectativas, como el descrito, encontraría rápidamente la limitación de la balanza de pagos.

1. Utilizo el boletín nº 28 del primer trimestre de 1985. Los datos de la encuesta se refieren al último trimestre de 1984. 2. Datos del apéndice estadístico del Informe anual del Banco de España, 1984. Pág. 191. Antonio Torrero Mañas es catedrático de Estructura Económica en la universidad de Alcalá.

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