Reportaje:

Los 'ángeles' de la RAF vuelan sobre Etiopía

El 24º escuadrón de las Reales Fuerzas Aéreas (RAF) británicas fue la primera unidad extranjera que ofreció su cooperación a Etiopía para distribuir la ayuda a las víctimas del hambre, ante la falta de medios y vías de comunicación para enlazar los centros de recepción de alimentos y las zonas necesitadas. Una enviada especial de EL PAÍS visitó recientemente Etiopía y acompañó a los hombres de la RAF en varias misiones.

La historia del 24º Escuadrón de la RAF se remonta a los días de la I Guerra Mundial, cuando el barón Manfred von Richthofen, conocido como Barón Rojo, era una am...

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El 24º escuadrón de las Reales Fuerzas Aéreas (RAF) británicas fue la primera unidad extranjera que ofreció su cooperación a Etiopía para distribuir la ayuda a las víctimas del hambre, ante la falta de medios y vías de comunicación para enlazar los centros de recepción de alimentos y las zonas necesitadas. Una enviada especial de EL PAÍS visitó recientemente Etiopía y acompañó a los hombres de la RAF en varias misiones.

La historia del 24º Escuadrón de la RAF se remonta a los días de la I Guerra Mundial, cuando el barón Manfred von Richthofen, conocido como Barón Rojo, era una amenaza viviente en los cielos de Europa. El avión, que al principio sólo era utilizado para misiones de reconocimiento, asomaba por primera vez como una nueva arma en el escenario bélico.El 24º escuadrón británico fue destinado en 1916 a Francia, donde su fundador, el mayor J. L. Hawker, tras haber protagonizado numerosas hazañas, fue abatido en duelo aéreo por el Barón Rojo. Para entonces el escuadrón se había convertido en uno de los más temidos. Sus aparatos, equipados con metralletas, actuaron como los primeros cazas monoplaza y para el final de la guerra habían derribado 297 aviones enemigos.

Actualmente, el 24º escuadrón se ha especializado en misiones de carácter humanitario y sus tripulaciones se distinguen por una gran movilidad, que ha quedado plasmada por el lema In omnia parati (Listos para todo). Entre las misiones en las que ha participado se hallan el transporte de alimentos a Nepal en 1973, la evacuación de los refugiados chipriotas en 1974 y la de los iraníes tras la caída del sha en 1979, la de ayuda para las víctimas del terremoto ocurrido en Turquía en 1976, la entrega de los suministros de la Cruz Roja a Phnom Penh en 1979 y el transporte de las fuerzas internacionales de pacificación a Rhodesia en 1980.

Las fuerzas aéreas británicas mantienen en Etiopía dos aviones Hércules y un total de 75 personas.

La jornada de trabajo de las tripulaciones británicas comienza hacia las 5.30, cuando las brumas del amanecer mantienen el aire fresco de la noche. Una tienda militar situada en un ala del aeropuerto de Addis Abeba destinada a los servicios de ayuda funciona como centro de operaciones del equipo, que estudia allí el plan de vuelo mientras se sirve una taza de café o té humeante.

Hacia las seis de la mañana, si no hay contratiempos, el Hércules se pone en marcha. "Hoy volaremos a Assab para recoger una carga de judías belgas; de ahí a Asmara, donde cargaremos harina canadiense para llevarla a Aksum, la ciudad sagrada de los emperadores; volveremos a recoger carga a Asmara para llevarla a Makelle, y de ahí volveremos a Addis Abeba", explica el comandante del vuelo Sibille Didier, de 36 años, miembro de las fuerzas aéreas belgas desde 1967 y miembro del escuadrón británico desde hace un año gracias a un intercambio de pilotos de la OTAN.

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"Durante el viaje a Assab volaremos por el desierto del Danakil, donde hallaron los restos de Lucy, la mujer que vivió hace 3,5 millones de años, el eslabón perdido entre el mono y el hombre", afirma Didier, mientras marca con un círculo en el mapa la localización de la zona.

Cadena humana

Cada tripulación vuela cada día unas 12 horas, en las que las cargas y descargas de medicinas, mantas, alimentos e incluso vehículos se alternan de un extremo a otro de Etiopía con un ritmo que no permite siquiera las pausas para el almuerzo, que se resuelve con un emparedajo durante el vuelo.En cuanto el Hércules se aproxima a la pista de aterrizaje, los descargadores etíopes corren velozmente hacia el aparato, que abre inmediatamente su panza, y se sitúan para formar una cadena humana por la que empiezan a rodar los bultos al son de una cadencia que comienza a entonar una voz en solitario y a la que todos los demás contestan a coro. Los cuerpos altos y enjutos, empapados por el sudor, se doblan bajo la carga aplastante y se mueven con paso incierto, a ritmo de danza, hacia las camionetas. Los que tienen las manos libres aprovechan para acompañar con las palmas los estribillos. En ocasiones, los miembros de la tripulación británica se mezclan con el personal local para acelerar la carga y descarga y corean los cantos.

Didier enumera las principales dificultades a las que deben enfrentarse cada día. Los continuos aterrizajes en pistas en malas condiciones, en su mayoría de tierra y piedras, determinan un peligroso desgaste de los neumáticos y de la parte inferior del avión. El territorio, principalmente montañoso, obliga a volar a una considerable altura, que, junto a las agobiantes temperaturas, dificulta el manejo de los aparatos. Además existe el peligro de los uazoos... "Son grandes pájaros blancos y negros, y uno de ellos hace dos días chocó contra el otro avión en pleno vuelo y todavía no hemos podido reparar el boquete que ha abierto debajo de la cabina", explica Sibille, mientras señala el aparato averiado. "El impacto fue tremendo, pero afortunadamente' el piloto pudo aterrizar sin dificultad".

La jornada de trabajo ha terminado. Mañana es día de descanso y la tripulación suspira pensando en una tumbona y un refresco junto a la piscina de su hotel en Addis Abeba. "Es un trabajo duro, pero bonito, diferente a nuestra rutina", añade Sibille. "Dentro de unos días otra tripulación nos relevará y regresaremos a casa, a la base de Lyneham. Luego quizá iremos a socorrer a las víctimas del hambre en Sudán".

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