Tribuna:

Líneas de continuidad en la acción europea de España

El rapto de España por Europa es un temible avispero para quien ose intrincarse en su proceso histórico, desde remotas referencias a recientes testimonios, evocaciones o memorias que están presentes en el momento de la incorporación de España a las Comunidades Europeas. Comunidades que portan en su seno el proceso de la Unión Europea, aunque hoy todavía no pueda hablarse de la Federación de Estados Europeos, proyecto que necesita nueva potencia histórica para el inmediato porvenir.No nos parece ocioso recordar, sin embargo, la trama de la esencial continuidad que une a España con los pueblos d...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El rapto de España por Europa es un temible avispero para quien ose intrincarse en su proceso histórico, desde remotas referencias a recientes testimonios, evocaciones o memorias que están presentes en el momento de la incorporación de España a las Comunidades Europeas. Comunidades que portan en su seno el proceso de la Unión Europea, aunque hoy todavía no pueda hablarse de la Federación de Estados Europeos, proyecto que necesita nueva potencia histórica para el inmediato porvenir.No nos parece ocioso recordar, sin embargo, la trama de la esencial continuidad que une a España con los pueblos de Europa desde los albores de la Edad Moderna: la construcción de sistemas políticos basados en las libertades, políticas y económicas; la libre y plural elección de los gobernantes y su legitimación mediante el control institucional; la modernización o renovación del progreso social a través de derechos y patrimonios económicos crecientemente solidarios, expansivos y protegidos. En suma, el ideal del Estado de derecho que damos en llamar occidental, en proceso de perfeccionamiento constante desde su cristalización inicial en los Estados europeos de fines del siglo XV.

La Constitución de 1931

La Constitución española de 1931 fue uno de los textos de vanguardia en considerar al futuro derecho europeo como preeminente al de los Estados miembros y no dudó en someterse, a través de sus artículos 7 y 65, a dicha legislación supranacional, emanable de tratados entre Estados soberanos e inscritos en la Sociedad de las Naciones, instrumento previo al que entonces se avizoraba como futura Sociedad Europea de Naciones. Los constituyentes españoles de 1978 han mantenido la línea de continuidad en la aceptación superior del derecho europeo, derecho comunitario, en sus artículos 93 y 96.

Entre los constituyentes españoles de 1931 y los de 1978 no sólo media medio siglo de distancia histórica y de graves experiencias de guerra civil y guerras europeas. Media también un largo régimen de dominación autoritaria en España y la construcción europea que se hizo sin la presencia institucional española, desde 1945 hasta 1985.

Federalistas y funcionalistas

La homologación del sistema político español en 1978 al solar del Estado de derecho europeo dominante despejó definitivamente el problema de los prerrequisitos políticos y abrió el camino a la integración ibérica, que culmina con la firma del tratado de adhesión del 12 de junio de 1985 por los Gobiernos de Lisboa y Madrid con los demás de los países miembros de los diez, la entrada en las instituciones comunitarias para el primero de enero de 1986 y la plena integración hacia 1992, en los fastos del V Centenario del Descubrimiento de las Américas.

En el hueco entre 1945 y 1985 se sitúan unos cuantos jalones que indican una legitimación activa de las fuerzas políticas españolas en el devenir comunitario y una permanente voluntad de convergencia en la acción europeísta de quienes, desde la democracia republicana a la democracia monárquico-parlamentaria actual, han mantenido con tan inequívoco espíritu la continuidad de un nexo histórico entre la idea europea anterior a 1945 y la que se concreta a partir del fin dé la II Guerra Mundial.

Ambas actitudes, como es sabido, se encuentran desde 1945 en el origen de la construcción europea, levantada sobre los escombros y la devastación de la guerra en Europa. El proyecto político federalista, concebido como la base ideológica de los pueblos europeos, ha sido el animador de la moderna idea de Europa y en él han coincidido el Movimiento Europeo, arco de las fuerzas políticas nacionales y transnacionales, que comenzó en el Congreso de La Haya de 1948 y, declinó posteriormente, sobre presupuestos de democracia pluralista; la Unión Europea de Federalistas y los partidos políticos de las internacionales. europeas representados en el Parlamento Europeo.

Los funcionalistas europeos, tras el relativo fracaso político impuesto por británicos y nacionalistas estatales en las limitaciones con que nació el Consejo de Europa en 1949, decidieron seguir el camino de la Europa de las instituciones económicas zonales y comenzar, desde 1950, con Schumann, Monnet, Adenauer, De Gasperi y Spaak, cimentando la Europa funcional, inmediata, practicable, por pisos y bloques habitables: el camino de la CECA, las tres comunidades de 1957, las políticas sectoriales, el desarrollo institucional y jurídico progresivo.

Los españoles

En las dos posiciones se han alineado igualmente los españoles del exilio y del interior. Campeones de la ideología federalista fueron Madariaga e Indalecio Prieto en La Haya en 1948. Todos los militantes liberales, democratacristianos y socialistas que concurrieron al Congreso del Movimiento Europeo en Múnich en 1962, también con Madariaga de gran oficiante, con la colaboración de Gil Robles, Enrique Gironella, Dionisio Ridruejo, Fernando Álvarez de Miranda, Joaquín Satrústegui y una larga lista. Más o menos conscientes en la línea federalista se situaban todos los participantes españoles, 40, de la reunión de las Comunidades Europeas de Bruselas en 1975. A esta reunión ya concurrieron, todavía con algunas reticencias, representantes del PCE, completando la vocación europea de este partido y su posición constructiva en el proceso democrático español posterior, y los regionalistas catalanes y vascos, hasta entonces siempre recelosos de tal convergencia.

Sin perjuicio de la línea federalista y democrática, del exilio hasta 1962 y de unión entre 1962 y 1975, la posición funcionalista se mantuvo en vanguardia y paralela a la acción federalista. Pionero del funcionalismo europeo fue Enrique Tierno desde Salamanca en 1957, y con él, quienes desde entonces intentamos conciliar las dos corrientes europeas.

Al menos desde 1962, en la AECE (Asociación Española de Cooperación Europea), siempre dominada por democristianos, desde Gil Robles a Joaquín Ruiz Giménez y Fernando Álvarez de Miranda, como presidentes, cooperamos con las instituciones europeas en medida muy limitada, prácticamente en la acción cultural y en las reuniones habituales del Movimiento Europeo y de los federalistas.

La modesta sede de la Gran Vía, donde apenas cabíamos dos docenas de personas, siempre vigiladas por funcionarios de policía, sirvió de enlace y difusión de las ideas y realizaciones en la construcción europea, fulgurante, por lo demás, en los años sesenta, hasta la crisis económica mundial de 1973.

Las reuniones casi semanales de la junta directiva y las conferencias habituales para universitarios y europeístas tenían el carácter conspirador y clandestino de las reuniones decimonónicas relatadas en las novelas del ochocientos. La moderación de Tierno y Ruiz-Giménez calmaba habitualmente, aunque con excepciones, el peso ambiental.

Voluntad y construcción

La acción funcionalista tuvo algo más de operativo que los modestos fastos de la AECE o de otras asociaciones europeistas en Cataluña. Fue, sin duda, la cooperación en el terreno cultural y preparatorio de las generaciones de jóvenes universitarios en el envío a centros europeos de formación universitaria y preuniversitaria, el Colegio de Brujas, los institutos europeos de todos los países comunitarios, las becas de formación para los núcleos de los partidos europeos a través de fundaciones culturales o partidistas.

Entre 1965 y 1985, por impulsos políticos, culturales, universitarios y sindicales, algunos centenares de personas, hoy ya dispuestas a integrarse en los órganos funcionales de las Comunidades Europeas y de otras organizaciones europeas, han podido conocer y formarse en el espíritu de la Unión Europea, básicamente en Derecho, Economía y Política Internacional. Lo mismo que en el procelo de unidad europea los federalistas hansido la levadura y la voluntad inicial, la acción funcionalista ha servido posteriormente para cooperar activa y prácticamente en la construcción del sistema europeo, que hoy se perfila más abierto y con mayor empuje en una comunidad de 12 países y 300 millones de habitantes.

Miguel Martínez Cuadrado es antiguo miembro de la junta directiva de la Asociación Española de Cooperación Europea (AECE) y ex profesor del Colegio de Europa de Brujas.

Archivado En