El caso del intelectual comprometido

André Marie de Chénier (17621794) fue un escritor comprometido que terminó en la guillotina. Ahora se discute acerca del compromiso del intelectual: recordando el mal fin de Chénier, y de tantos otros, se comprende que muchos renieguen de una supuesta función pública. Pero durante muchos años el caso del poeta decapitado fue tema político, literario y filosófico digno de las reflexiones de Goethe, Chateaubriand, Vigny...El libreto de Illica para Andrea Chénier no va por ahí. Como ambiente refleja la visión contrarrevolucionaria de los horrores del vulgo asesino; como narración, l...

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André Marie de Chénier (17621794) fue un escritor comprometido que terminó en la guillotina. Ahora se discute acerca del compromiso del intelectual: recordando el mal fin de Chénier, y de tantos otros, se comprende que muchos renieguen de una supuesta función pública. Pero durante muchos años el caso del poeta decapitado fue tema político, literario y filosófico digno de las reflexiones de Goethe, Chateaubriand, Vigny...El libreto de Illica para Andrea Chénier no va por ahí. Como ambiente refleja la visión contrarrevolucionaria de los horrores del vulgo asesino; como narración, los tópicos dramáticos de la bella ofreciendo su cuerpo al tirano a cambio del perdón del amado, el adiós a la vida y todo lo demás. Tiene, sin embargo, valores de gran fresco teatral, abundancia de situaciones y de breves escenas secundarias, y un cierto desafío para la representación.

Hugo de Ana, como escenógrafo, ha preferido dejar en el escenario espacio libre para que puedan estar los personajes movidos por él mismo como director. Movidos o paralizados: alterna entre cuadros plásticos, composiciones que recuerdan continuamente grabados y pinturas de la época, y bruscos movimientos de masas. Es muy difícil reconstruir la Revolución Francesa en el escenario de la Zarzuela, con barricadas y soldadesca; sobre todo con el debido respeto a las partes cantadas.El intento es audaz, y se le puede reconocer el mérito. Lo más bello de su labor es como figurinista, habida también cuenta de las posibilidades de las primeras partes y de los señores y señoras del coro. Es la servidumbre de la ópera: priman otros valores, y se le ha de sacar el partido que se pueda.

La coreografía de Granero es escasa, limitada también por las disponibilidades de espacio y por la busca de inspiración en la época reflejada. Más o menos reflejada, como en toda la dirección: que haya reminiscencias de Watteau, de Fantin Latour o de Delacroix es, después de todo, una mezcla de estilos resultante de la abreviatura que supone la perspectiva del tiempo.

En general, y desde este punto de vista de la narración y de la dirección de escena, todo es un poco plano. Ni vituperable ni maravillosa. Se puede olvidar con comodidad.

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