Reportaje:

La biblioteca más bella

Hay un lugar en Praga, próximo a las cimas reales de Hradcany, donde se alza un antiguo monasterio premostratense (nuestros madrileños mostenses, que dieron sepultura a Scarlatti) llamado Strashov. Es uno de los más grandes conjuntos monásticos de Bohemia, y desde su jardín se domina la hermosísima urbe, el conjunto de Malá Strana a sus pies y, frente a él, Stare Mesto y sus mil torres y cúpulas. En la actualidad, Strashov es el Museo de Literatura Nacional y además la biblioteca más bella del país, con una tradición de ocho siglos y joyas como el Evangelario del siglo IX, el más antiguo manus...

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Hay un lugar en Praga, próximo a las cimas reales de Hradcany, donde se alza un antiguo monasterio premostratense (nuestros madrileños mostenses, que dieron sepultura a Scarlatti) llamado Strashov. Es uno de los más grandes conjuntos monásticos de Bohemia, y desde su jardín se domina la hermosísima urbe, el conjunto de Malá Strana a sus pies y, frente a él, Stare Mesto y sus mil torres y cúpulas. En la actualidad, Strashov es el Museo de Literatura Nacional y además la biblioteca más bella del país, con una tradición de ocho siglos y joyas como el Evangelario del siglo IX, el más antiguo manuscrito que se ha conservado.Cuando Mozart estaba en Praga solía subir allí. En el órgano del convento improvisaba a sus anchas, ante el asombro y deleite de los monjes. Uno de ellos pudo anotar parcialmente una de aquellas improvisaciones. En nuestros días ha sido completada por un musicólogo checo y, grabada en una cinta, se ofrece al visitante que lo desea en la sala filosófica, construida entre 1782 y 1784. Es una pieza al estilo antiguo, sobria y respetuosa con la tradición contrapuntística del barroco, como convenía a un venerable monasterio fundado en 1140. Mozart se eleva en ella, por un instante, a alturas donde sólo a él le era dado llegar. Sentimos al oírla una profunda emoción que ciertamente no emana de la pieza en sí misma. Tener conocimiento de su autor es lo que nos conmueve. Y saber que estuvo allí, por un momento desasido de lo terrenal, el genio de la música, el espíritu y la encarnación de la armonía, aún más, la música misma, Wolfgang Amadeus Mozart.

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