El recuerdo del autor de 'El doctor Zhivago'

La voz del poeta

En la primavera de 1957 una tormenta fabricada página a página en la imprenta de una casa editorial italiana apagó para siempre la suave voz de un poeta ruso. Nunca le perdonaron los burócratas del Kremlim a Boris Pasternak, desde que este decidió sacar clandestinamente de Rusia el manuscrito y más tarde autorizar la publicación en Italia. de Doctor Zhivago, la libertad que había detrás de su legendario silencio.Lo apartaron de la vida pública cuando él lo había hecho por su propia cuenta y quisieron en sus últimos años robarle inutilmente la vida privada. Eso si, respetaron con disgust...

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En la primavera de 1957 una tormenta fabricada página a página en la imprenta de una casa editorial italiana apagó para siempre la suave voz de un poeta ruso. Nunca le perdonaron los burócratas del Kremlim a Boris Pasternak, desde que este decidió sacar clandestinamente de Rusia el manuscrito y más tarde autorizar la publicación en Italia. de Doctor Zhivago, la libertad que había detrás de su legendario silencio.Lo apartaron de la vida pública cuando él lo había hecho por su propia cuenta y quisieron en sus últimos años robarle inutilmente la vida privada. Eso si, respetaron con disgusto su casa mientras vivió y su tumba después de muerto. Sin embargo, aunque amurallaron su voz, esta sigue escapándose entre los taconazos de los enterradores de Octubre. Ahora quieren rehabilitarle trozo a trozo, y así hundirlo en una muerte más profunda que la de las tumbas, como es la de las enciclopedias soviéticas. Pero Pasternak, último Job, poeta del infortunio de su tierra, se resiste.

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Lara -con el seudónimo de Olga Ivinskaia- sobrevivió a su cantor, pero los vigilantes de tumbas han decidido echar fuera a esta mujer de la casa que ambos compartieron en las afueras de Peredelkino, una pequeña ciudad próxima a Moscú, donde hay un mínimo cementerio al que cada 30 de junio acuden miles de rusos de ojos serios, enrojecidos y suspicaces con un ramo de flores oculto bajo sus chaquetas. Llegan ante la tumba del poeta, depositan su ramo y se van, a la manera de Pasternak, haciendo del silencio un acto violento de elocuencia.

Tal vez ha envejecido, después de un cuarto de siglo de manoseo, con mediocre película incluída Doctor Zhivago. En realidad nunca fue una buena novela: mal construída, de desarrollo embarullado y lleno de páginas esteparias a las que, en una vuelta del relato, sucedía un pasaje, casi siempre paisaje, de estremecedora belleza. Era la novela de un poeta, no la de un novelista. El epílogo del enorme libro era una treintena de poemas dedicados a Lara y este solo apunte de poesía pura barría los recuerdos contradictorios que la impura novela había ido depositando en la memoria del lector.

Cuanto más envejece su novela, más limpia y nueva es la poesía de Pasternak. Fue sobre todo un poeta comprometido con su oficio, pues creó archipiélagos de luz y de serenidad en tiempos oscuros, tempestuosos y nunca obedeció a la realidad, sino que creó otra más habitable para la gente humana. Sin ser un revolucionario, lucho con sus armas junto a la revolución mientras esta lo fue, y le dio para siempre la espalda cuando fue sometida y, más tarde, degollada por Stalin. Sobrevivió a Maikovski y Essenin sin convicción, y hoy, a través de Olga-Lara, sigue dictando lecciones de ser ruso.

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