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Guillermo

La reciente muerte en Barcelona del académico Guillermo Díaz-Plaja sugiere a su hermano, también escritor, una larga refléxión sobre el legado literario y humano del autor de Entre la vida y los libros, nacido con la vocación de tender puentes entre los hombres con la voluntad de unirlos.

Parecía que había nacido con esa vocación, con esa obligación: la de construir puentes la de ser pontifice en el sentido etimológico de la palabra; los planos eran aquí planes; los cálculos matemáticos, ideas humanistas; los materiales, en lugar de sillares y cemento, la pluma y el papel; pero e...

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La reciente muerte en Barcelona del académico Guillermo Díaz-Plaja sugiere a su hermano, también escritor, una larga refléxión sobre el legado literario y humano del autor de Entre la vida y los libros, nacido con la vocación de tender puentes entre los hombres con la voluntad de unirlos.

Parecía que había nacido con esa vocación, con esa obligación: la de construir puentes la de ser pontifice en el sentido etimológico de la palabra; los planos eran aquí planes; los cálculos matemáticos, ideas humanistas; los materiales, en lugar de sillares y cemento, la pluma y el papel; pero el resultado ahí queda, desafiando, como en el caso pétreo de los años y el abuso de los viandantes. Puentes diversos, pero todos con la misma voluntad de unir sentimientos e inteligencias.Fue el primero, el puente pedagógico, el que le sirvió para transmitir la historia de la literatura española a millares de estudiantes y que a partir de losaños de la posguerra hicieron inmensamente conocido su nombre en los institutos oficiales y en los colegios particulares. Los libros de texto de su especialidad dejaron de ser un serial de nombres propios, títulos y fechas para convertirse en una lección fácil de aprender, gustosa de apreciar. Por vez primera los adolescentes pudieron ver, detrás de la mención onomástica, el alma del autor reflejada en los versos de Calderón, en unas líneas de Larra hablando por sí mismas. Se les designaba -la consagracion popular del texto ilega cuando se utiliza sólo el nombre del autor- "el Díaz-Plaja".

Otras veces elevaba el punto de mira de su intención pedagógica; esta vez tratando de comunicar al clerc, al letrado, sus hallazgos críticos, y así nació la exploración de las claves del Romanticismo y del Barroco con una cala en el elemento judaico que causó la admiración de Américo Castro cuando lo leyó -manes del exilio- muchos años después de publicarlo. O enfrentar el Modernismo y el Noventa y Ocho. O el redescubrimiento de Basterra y el estudiar el concepto de la estética én García Lorca, en D'Ors, en Valle-Inclán y ahora, en un libro que no alcanzó a ver publicado, en Ortega y Gasset.

Castilla y Cataluña

Fue también el puente entre Castilla y Cataluña. De familia procedente de ambos lados del Ebro, éste nacido en la provincia de Barcelona, sintió desde el primer momento la necesidad de asociar ambas culturas. Escritor fluido en las dos lenguas, no entendió jamás esa labor como una función paralela de jugar a dos paños; por el contrario, se empeñó en que los dos lados del tajo sentimental y político pudieran apreciar lo que había de hermoso y sabio en la otra zona. Por ello habló largamente de Garcilaso en Gerona y de Carles Riba en Valladolid; intentó explicar el verso de Espríu en Santander, mientras a los tarraconenses les invitaba a leer a Machado. El libro le pareció pronto poco práctico para esa cruzada y la prosiguió en la Prensa. Las hemerotecas dan fe de sus continuas y porfiadas llamadas al Gobierno del Estado para que no siguiesen olvidando en la Universidad a Ramón Llull; al de la Generalitat, para que no dejasen ahora que se olvidase a Quevedo. Gritó hasta enronquecer para que la cultura hispánica no se automancase por causa de una cerrazón local castellana o catalana (y gallega o vasca), desperdiciando la ocasión de ser más grande y más rica. Fue llamado por ello catalanista en Madrid, castellanista, en Barcelona. No le importaba. Se sabía integrador.

Fue puente hispanoamericano. La misma desazón que le causaba ver a un madrileño ignorar a un catalán, y viceversa, la sentía ante el poco interés que el pueblo español en general mostraba por el único orgullo legítimo que el país pueda tener en su historia: la creación de la América hispana. Esa labor exploradora de la cultura de allende el Atlántico empezó en un crucero de 1935, cuando se deslumbró en Cuba ante el son de Nicolás Guillén y sólo acabó con su muerte. Ni él mismo sabía cuántas veces había visitado los países del Gran Continente que habla nuestra lengua y, como en el caso castellano-catalán, actuaba de lanzadera intelectual llevando,allí noticia de nuestros escritores y trayéndose la de los nuevos autores que allí surgían y que aquí eran ignorados. Me comentaba entristecido lo poco que hacía España en aquellas tierras, mientias una Alliance Frangaise, por ejemplo, se iba ganando, con tantos medios econorrucos como culturales, a las núnorías que el día de mañana iban a regir los destinos de Argentina, de Colombia, de Chile o de México. Se irritaba allí contra la deformación de un pasado nuestro que también era el suyo y aquí de la indiferencia con que esa actitud se tomaba. América vibra en mí se titulaba uno de sus libros de versos. Nunca un título fue más expresivo y exacto.

Puente lírico

Un libro de versos; con él entramos en el ámbito del puente lírico donde la poesía de viajes fue sólo una de sus facetas, alternando con el diálogo con Dios, con los hombres e incluso con las circunstancias de la vida diaria, como en Les claus, en el que el repaso de su llavero le da motivo a revisar sencillamente y hondamente las puertas que se abren en el hogar, las puertas que dan a la familia.

Porque fue también generoso puente generacional. Esta vez lo que corría sobre el lazo de unión, además de las ideas, era la sangre. Con Concha -esposa, secretaria, amiga, compañera- tuvo seis hijos. Cada uno de ellos, desenvolviéndose con -facilidad en la estela humanística -filosofía y letras, psicología, períodismo- que les había marcado el padre. Y para coronar la pirámide, los nietos, algo tan inesperado y generoso después de la satisfacción paternal, que él les llamaba "la propina de Dios" (entre esos 11 nietos, quizá el más deseado de todos fue el que iba a mantener un apellido que la costumbre legal, algo absurda y muy machista, le obliga a perder cuando sólo hay descendencia por línea femenina). Su único varón, Guillerino Luis, le dio esta alegría hace poco más de dos años.

Vida plena, pues, rica en frutos materiales y espirituales. Casi tres cuartos de siglo en la escuela primaria es ya el primero de la clasede triunfos en la enseñanza media, en la Universidad, en la Academia, en los concursos literarios, en las oposiciones le dan un nombre que -resulta familiar en tres continentes, un nombre resonante y amplio como su propio y generoso físico. Vida cuajada, obra bien hecha.

Con todas las acotaciones negativas que esos logros conllevan en España, claro. Demasiada estatura material, demasiada estatura inte lectual, demasiados libros, demasia da posición económica, demasiados viajes para que no surgieran mil gozquecillos intentando morderle en los talones. El último fue Umbral, en su Trilogía de Madrid, en el que le alude (nos alude) como "los hermanos Díaz-Plaja, siempre grandes y algo sobrantes". Compar timos la sorpresa -habíamos escrito y hablado reiteradamente bien de ese autor- y la tristeza de ver cómo un ataque envenenado.salga no de un fracasado -ése que es feo, pequeño, pobre y tiene decenas de originales inéditos-, sino de un triunfador. Coincidimos en que hacía falta una mala intención natural, nacida y marnada, para lanzar una coz así de gratuita. En fin, resumía mos, debe de ser el tributo obligado para quien tiene éxito en nuestra es paciosa y triste España... De estas características nacionales hablaba yo en el libro que le dediqué hace años con esta frase: "A Guillermo, hermano y maestro". El hermano se me ha ido, pero el maestro sigue ahí, enseñándome, como siempre hizo.

Fernando Díaz-Plaja es escritor.

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