El día en que los oráculos callaron

El electorado israelí en su infinita sabiduría ha votado sobre el propio terreno; indicando a los poderes públicos que no quería votar; que no había llegado a ninguna conclusión sobre lo divino o lo humano, lo libanés o lo sirio, lo jordano o lo palestino. ¿Qué hace un pueblo sagaz, antiguo y obstinado cuando le obligan a votar a contrapelo? Sólo puede hacer un milagro y un milagro es construir un laberinto perfecto de sufragios que no conduzca a ningun sitio.Si la opinión israelí daba una clara preferencia a los laboristas, contentaba a EE UU, irritaba a la URSS y esperanzaba a la líne...

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El electorado israelí en su infinita sabiduría ha votado sobre el propio terreno; indicando a los poderes públicos que no quería votar; que no había llegado a ninguna conclusión sobre lo divino o lo humano, lo libanés o lo sirio, lo jordano o lo palestino. ¿Qué hace un pueblo sagaz, antiguo y obstinado cuando le obligan a votar a contrapelo? Sólo puede hacer un milagro y un milagro es construir un laberinto perfecto de sufragios que no conduzca a ningun sitio.Si la opinión israelí daba una clara preferencia a los laboristas, contentaba a EE UU, irritaba a la URSS y esperanzaba a la línea más complaciente de Amman; si reinstalaba en el poder a los ultras del Likud redondeaba el margen de maniobra sirio porque los enemigos tienen siempre verdades radicales en común, reforzaba la punta dura de Trípoli y Teherán, y procuraba una excelente cobertura a los calculados enojos de El Cairo. En ambos casos todo el mundo sabía a qué atenerse y cada quien podía desarrollar su juego.

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¿Qué pasa, sin embargo, cuando la voz demócratica de un pueblo dice que no a la vez a todo el mundo?

El resultado de las elecciones israelíes indica claramente, como la mano que escribía en una pared del Antiguo Testamento, que el pueblo elegido aún no ha elegido entre proseguir la razzia de los asentamientos palestinos o congelar la especie, amueblar para tiempo su estancia en el sur de Líbano o dar la fracasada operación por concluida, tender la mano a Hussein de Jordania o blandir la espada contra Asad de Siria, preferir la derrota de Sadam de Bagdad o contener al airado Jomeini en las márgenes del Tigris.

Por eso el pueblo israelí ha votado por un número pi electoral que no es múltiplo de nada y paraliza a sus mentores de Jerusalén a Washington, y a sus oponentes de Moscú a Damasco. ¡Qué enorme prodigio de aritmética!

La recomposición de un Gobierno sobre esas fundaciones es tan inestable como la ha querido un pueblo sabio que, con el caos formal que ha decidido, se concede una pausa para reflexionar. Aunque de la jerga del zoco acabe por surgir -un inerme poder ejecutivo el votante sabe que con su sufragio ha pedido que le dejen aplazar su decisión. Al cabo de meses o semanas habrá que consultar de nuevo al oráculo que esta vez ha preferido votar algarabía, que es una forma diferente de callar.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
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