Alternativas económicas

La VanguardiaAunque probablemente esté en lo cierto, flaco consuelo representa para el ciudadano la afirmación del ministro Boyer ante la Comisión de Economía, en el sentido de que la única alternativa a la política económica actual sería otra de mayor dureza. Ya se sabe que siempre hay algo peor; en el caso que nos ocupa, lo realmente desastroso sería que no fuéramos capaces de ordenar nuestra economía y tuviera que ser el Fondo Monetario Internaiconal el que nos impusiera un plan de austeridad a la sudamericana.

A pesar de que el paro sigue siendo la lacra social por antonomasi...

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La VanguardiaAunque probablemente esté en lo cierto, flaco consuelo representa para el ciudadano la afirmación del ministro Boyer ante la Comisión de Economía, en el sentido de que la única alternativa a la política económica actual sería otra de mayor dureza. Ya se sabe que siempre hay algo peor; en el caso que nos ocupa, lo realmente desastroso sería que no fuéramos capaces de ordenar nuestra economía y tuviera que ser el Fondo Monetario Internaiconal el que nos impusiera un plan de austeridad a la sudamericana.

A pesar de que el paro sigue siendo la lacra social por antonomasia, es evidente que en los últimos tiempos existe una creciente convergencia de opiniones al calificar al déficit público como el enemigo macroeconómico número uno. En efecto, como reconoció el propio Boyer, la inversión necesaria para crear empleo ha de salir fundamentalmente de la iniciativa privada. En consecuencia, las abrumadoras necesidades financieras del Estado derivadas del déficit bloquean los recursos que precisaría el sector privado para invertir. ( ... )

En cualquier caso, la firmeza no tiene que confundirse con la tozudez. Parece claro que los sindicatos y las organizaciones empresariales se muestran propicios, al menos en principio, para concertar una política salarial para los próximos años que sea compatible con la acentuación de la reducción de la inflación. Sería casi ridículo que un Gobierno socialista, invocando el sacrosanto principio de la libertad de las partes, no les ayudara a ponerse de acuerdo. El repunte de la conflictividad laboral es malo, por supuesto, para las empresas, pero es malo también para los sindicatos, cuya credibilidad se pone en entredicho, y para el Gobierno, al que las constantes huelgas le acarrean un desgaste evidente. En definitiva, la política económica no debe ser sólo coherente en la pizarra, sino que precisa de un esfuerzo constante de concienciación de los ciudadanos, tarea que sólo el Gobierno puede llevar a cabo.

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12 de mayo.

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