Tribuna:La noche de los "oscars"

Triunfo del melodrama

Si el pasado año fue Gandhi la que obtuvo mayor número de oscars, ahora le llegó el turno a La fuerza del cariño: otro melodrama que, aunque sin un mensaje político tan claro como el Gandhi, que se orientaba a quienes sufren dictaduras para mostrarles cómo el pacifismo activo puede solucionarles sus problemas, reí indica también el sentimentalismo, la lágrima y el tópico en torno al mito de la familia, unida, de sus querencias y milagros. Gandhi se dirigía a los países subdesarrollados; La fuerza del cariño, a la aburrida burguesía de nuestro tiempo, a...

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Si el pasado año fue Gandhi la que obtuvo mayor número de oscars, ahora le llegó el turno a La fuerza del cariño: otro melodrama que, aunque sin un mensaje político tan claro como el Gandhi, que se orientaba a quienes sufren dictaduras para mostrarles cómo el pacifismo activo puede solucionarles sus problemas, reí indica también el sentimentalismo, la lágrima y el tópico en torno al mito de la familia, unida, de sus querencias y milagros. Gandhi se dirigía a los países subdesarrollados; La fuerza del cariño, a la aburrida burguesía de nuestro tiempo, aunque, de camino, a todo el público posible.De hecho eran las clases populares las que con más entusiasmo Horaban con los folletines italianos de los años cincuenta. En ellos solía aparecer alguna que otra mujer mala, un adulterio, una hija con madre falsa u otra larga retahíla de improbables héroes que definían a quienes no respetaban las normas como peligrosísimos malos de nacímiento. Ahora, claro, no se es tan rudimentario. La fuerza del cariño no versa sobre buenos y malos, pero mantiene la antorcha de la ñoñería: una madre cuida demasiado a su hija, y ésta debe liberarse de su arnor porque es una chica moderna que fuma algún porro y a la que le gusta retozar con su esposo: la madre vería todo ello con malos ojos.

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Pero esa hija muere de una cruel dolencia y ambas descubren entonces que su amor estaba por encima de todo. Es probable que sea en estas largas secuencias de la agonía y en el enfrentamiento que toma cuerpo entre la enferma y su joven hijo -que, para variar, la odia- donde se encuentre el truco fundamental de la película. Si hasta entonces no se había invitado a la lágrima y hasta, por el contrario, se había favorecido la sonrisa como preámbulo para que el contraste resultara más intenso, esos Últimos momentos del filme repiten las añagazas de los folletines latinos. Sólo con una primaria evidencia, contagiando miméticamente al espectador los hipos de los personajes, logra emocionar la película. Se ha perdido la sutileza, el estímulo de la novedad.

El grueso de los miembros de la Academia de Hollywood son personas de cierta edad. Es lógico que tan timoratas historias les permitan recordar su viejo cine y que, al tiempo, se reconforten con los pequeños toques modernos de la película. Contemplando algunos de los oscars de los últimos años se comprueba esa tendencia al sentimentalismo, al filme bien realizado pero hueco, a la repetición incansable de moldes antiguos.

Es de suponer que un análisis sociológico permitiría descubrir alguna significación al éxito de La fuerza del cariño y de cuantos títulos se le parecen. A un buen número de espectadores les apasiona la posibilidad de entretenerse con este vaivén de risas y lágrimas, aunque, finalmente, nada les afecte en serio. Hay que seguir siendo pacífico y preocuparse de los problemillas de cada cual: así uno puede reírse, que falta hace, y compensar el lagrimón privado. Pero está claro que precisamente ese éxito motiva a los votantes de Hollywood, que siguen valorando las recaudaciones de taquilla como una prueba de calidades.

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