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Estrategias nucleares para no iniciados

Hubo un tiempo en que la Europa que gustosamente se acogía al protector regazo nuclear norteamericano apoyaba su seguridad en lo que se llamaba disuasión mediante la represalia masiva, basada en que el previsible agresor habría de afrontar la destrucción de sus principales ciudades y recursos en una apocalíptica respuesta protagonizada por los misiles intercontinentales que, sobrevolando los helados espacios árticos, alcanzarían la Unión Soviética, sin que a ésta le fuera posible replicar de modo análogo.Cuando la respuesta se hizo factible y los misiles soviéticos crearon una amenaza al terri...

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Hubo un tiempo en que la Europa que gustosamente se acogía al protector regazo nuclear norteamericano apoyaba su seguridad en lo que se llamaba disuasión mediante la represalia masiva, basada en que el previsible agresor habría de afrontar la destrucción de sus principales ciudades y recursos en una apocalíptica respuesta protagonizada por los misiles intercontinentales que, sobrevolando los helados espacios árticos, alcanzarían la Unión Soviética, sin que a ésta le fuera posible replicar de modo análogo.Cuando la respuesta se hizo factible y los misiles soviéticos crearon una amenaza al territorio norteamericano, hubo que preparar una nueva estrategia: la represalia ya no sería masiva, sino flexible -esto es, adaptada a la amplitud de la agresión-, y el incesante avance tecnológico permitía ya a las armas nucleares batir objetivos pequeños. No era, pues, preciso amenazar con borrar del mapa a Moscú o Leningrado (o Chicago); pero es evidente que la iniciativa tecnológica y la estratégica de ella derivada han estado siempre en manos occidentales, pues se podían destruir las bases de lanzamiento de las armas enemigas sin amenazar directamente a la población.

Esto no quiere decir, sin embargo, que tal estrategia resultara viable en zonas densamente pobladas, donde los efectos de una pequeña explosión nuclear contra un objetivo militar se extendería, de forma inevitable y devastadora, a las poblaciones próximas.

Esto se llamó estrategia contrafuerzas, en oposición a la anterior estrategia contra-valores o contra-ciudades. Permítaseme aquí un breve inciso: la actual estrategia, como la informática y otras ciencias por fuerza importadas al área idiomática del castellano, produce en éste efectos tan devastadores como las armas nucleares. Concédase a los que en este campo nos movemos no efectuar el esfuerzo necesario de adaptación de los vocablos, tanto más cuando que resultaría inútil, dada la constante introducción de nueva terminología. Recuperando el hilo del discurso, digamos que las dos estrategias citadas no-difieren básicamente de las antiguas represalias bélicas: ¿destruir el campamento enemigo? ¿Arrasar sus campos y ciudades? La única diferencia está en que los medios antes utilizados eran comunes para ambos objetivos, mientras que ahora los enormes e imprecisos misiles nucleares de los años cincuenta o sesenta, sólo aptos para batir extensos objetivos de naturaleza no militar, han dado paso a otros misiles más precisos y, por tanto, provistos de cargas no tan necesariamente potentes, que pueden dirigirse contra objetivos militares más pequeños; los errores probables de menos de 50 metros no son ya algo extraordinario.

Paso hacia la irracionalidad

¿Qué supone todo esto? Un paso más hacia la irracionalidad, hacia el absurdo. Porque si el número necesario de armas para arrasar los recursos humanos y económicos de un país es limitado, pues sus ciudades, fábricas, puertos o embalses apenas varían en cantidad de un año para otro, por el contrario, el número de armas requerido para destruir las armas enemigas puede ser teóricamente infinito. La cuantía de armas propias y enemigas puede crecer sin fin, y de hecho así lo está haciendo.

La multiplicación de las armas nucleares Parece imparable, aunque ninguno de los 108 misiles Pershing 2 que en breve erizarán el suelo alemán occidental pueda alcanzar las bases de lanzamiento de los soviéticos SS-20, situadas demasiado al Este, y aunque éstos sí pudieran, por su, alcance, batir a los primeros si no fueran muy móviles y fácilmente ocultables, porque tanto unos como otros pueden ser atacados por otros medios, no se olvide que se siguen perfeccionando, por ejemplo, los misiles lanzados desde submarinos. La estrategia contra-fuerzas acelera en grado inaudito la carrera de armamentos y permite además hacer concebible una guerra nuclear limitada, claramente circunscrita al territorio europeo. En Europa, la disuasión empieza a mostrar insólitas perspectivas.

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La tecnología y sus leyes

El desarrollo tecnológico, cuya vanguardia la ocupan ahora los misiles de crucero que se extenderán desde el Reino Unido hasta Italia, impone una vez más sus leyes.

El número de misiles de crucero y el de misiles SS-20 podría aumentar indefinidamente a impulsos de las innovaciones estratégicas y a espaldas de cualquier deseo de racionalidad. Cabe esperar que la URS S no tarde mucho en disponer de "su propio" misil de crucero, y habrá que dar un nuevo salto en la carrera de armamentos. ¿Es esto inevitable? Lo es si el impulso de esta carrera no se frena a tiempo y si no se empiezan a considerar las fórmulas del futuro que hagan posible salir de este ominoso laberinto.

Fórmulas de defensa, entre otras, que permitan frenar el mecanismo de acción y reacción basado en la desconfianza mutua entre las dos superpotencias; fórmulas que rompan la dinámica de la creciente percepción de las amenazas, autosostenida en algunos sectores concretos, y fórmulas que desvíen el impulso tecnológico y la búsqueda del beneficio fuera del sector de los armamentos perfeccionados y los encaucen hacia aquellos otros sectores donde sea posible contribuir al desarrollo armónico y equilibrado de los pueblos, sobre todo de los menos privilegiados. Fórmulas, en suma, que constituyen un reto, pero que entreabren para la humanidad un resquicio de esperanza.

es teniente coronel de Artillería.

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