Crítica:CINE

Humor y costumbre

El título de esta nueva entrega del agente secreto 007 es, como se sabe, un chiste que hace exclusiva referencia a la tajante decisión que había tomado Sean Connery de no volver a interpretar el mismo personaje. Por las razones que sean, le tenemos, sin embargo , enfrascado otra vez en las cada día más delirantes aventuras de este intrépido descubridor de malvados que empezaba a cansar al público, muy especialmente en los capítulos interpretados por Roger Moore. Pero como la carrera de Connery es, en términos generales, de una plausible coherencia, al exigirse unas medidas de calidad que otros...

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El título de esta nueva entrega del agente secreto 007 es, como se sabe, un chiste que hace exclusiva referencia a la tajante decisión que había tomado Sean Connery de no volver a interpretar el mismo personaje. Por las razones que sean, le tenemos, sin embargo , enfrascado otra vez en las cada día más delirantes aventuras de este intrépido descubridor de malvados que empezaba a cansar al público, muy especialmente en los capítulos interpretados por Roger Moore. Pero como la carrera de Connery es, en términos generales, de una plausible coherencia, al exigirse unas medidas de calidad que otros actores colocan a un nivel más bajo, Nunca digas nunca jamás se mantiene por ello en ese mismo aire de broma, jugando con su propia tradición, con la de los tebeos de aventuras, con la de la caricatura y el disparate.Siendo una nueva versión de Operación trueno, que había interpretado el propio Connery esta copia olvida aquel tono más trascendente y con él cierta brillantez de trucos y aparatos, pero inventa, a cambio, y con la misma eficacia, situaciones que no exigen la credibilidad del espectador, sino su complicidad en el humor.

Nunca digas nunca jamás

Director: Irvin Kershner. Guión: Lorenzo Semple, Jr., Música: Michel Legrand, Fografía: Douglas Slocombe. Intérpretes: Sean Connery, Klaus Maria Brandauer, Max von Sydow, Barbara Carrera, Kim Basinger y Edward Fox. Norteamericana, 1983. Aventuras. Locales de estreno: Avenida y Conde Duque.

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La perfidia de los malvados es tal (y baste citar los locos saltitos de Barbara Carrera cuando le autorizan a matar a Bond) que logran colocar un misil bajo la Casa Blanca, inventar juegos que maten, convocar tiburones y, casi, casi, dominar el mundo. Es la vieja historia de siempre, vista con sorna aunque sin desmitificación: más bien queda a medio camino tratando de conformar por igual a los entusiastas de tales peripecias como a los que las contemplan coñ mayor distanciamiento. La cal y la arena dejan abierta la puerta a futuras prolongaciones.

Las claves de Bond son eternas: un donjuan afortunado y, a la vez, un valeroso hombre de acción que a nadie teme y a todos puede, dispuesto a defender el buen orden de la cultura británica, que ha quedado ya unida a los designios de los Gobiernos de Estados Unidos. Aparece por ello matando guerrilleros en no se sabe dónde (aunque en este caso es una broma más de la película), como Roger Moore comenzaba Octopussy infiltrándose en una Cuba llena de bobos.

El personaje ha podido ir variando sus opiniones políticas según el grado de la siempre latente guerra fría, pero únicamente desde el ángulo occidental. Independientemente de que en este caso los malvados no provengan del otro lado del telón de acero, la moralina es similar. En cualquier caso, la costumbre de esta norma política ha enfriado a lo largo del tiempo el carácter militante de los inmediatos filmes propagandistas posteriores a la segunda guerra mundial.

Las mujeres, por su parte, siguen siendo espléndidas y todas le aman, importándoles un bledo la carrocez del héroe. Forma ello parte del humor del filme, que aumenta la frialdad habitual de Bond, que sólo ama cuando le apetece, eligiendo beldades como un sultán en su tribu. Todo es más inverosímil y divertido aunque, como digo, no se cambien los esquemas habituales. Al parecer, no se trataba de eso.

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