Tribuna:TRIBUNA LIBRE

Europa o America, un falso dilema para España

¿Qué puede pasar después de la cumbre de Atenas en diciembre? Te encuentras con esta pregunta en muchos sitios, y la respuesta no es fácil.Porque llueve sobre mojado. Ante una espera interminable a las puertas de la CEE, los intelectuales, los políticos, los empresarios, los periodistas, el mismo hombre de la calle se preguntan si existe otra solución o si vamos a pasarnos toda la vida llamando a1a puerta de Europa. Pero, ¿hay realmente una alternativa a Europa?

América, América. Si no nos dejan entrar en Europa, siempre tendremos a América. Puede ser una salida, una salida-refug...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

¿Qué puede pasar después de la cumbre de Atenas en diciembre? Te encuentras con esta pregunta en muchos sitios, y la respuesta no es fácil.Porque llueve sobre mojado. Ante una espera interminable a las puertas de la CEE, los intelectuales, los políticos, los empresarios, los periodistas, el mismo hombre de la calle se preguntan si existe otra solución o si vamos a pasarnos toda la vida llamando a1a puerta de Europa. Pero, ¿hay realmente una alternativa a Europa?

América, América. Si no nos dejan entrar en Europa, siempre tendremos a América. Puede ser una salida, una salida-refugio, pero una salida al fin y al cabo.

Y también puede, ser una baza, una baza que juguemos los españoles ante Europa. Baza que -aunque de forma tímida- se ha querido jugar en las negociaciones de adhesión, pero que no nos ha salido bien. A los franceses, a los belgas y a los británicos les salió mejor cuando la jugaron. Francia, Bélgica y Holanda consiguieron que sus antiguas colonias, y ya entonces países independientes, entraran en la CEE dentro de la llamada Asociación de Países y Territorios de Ultramar, con lo que se creaban, de hecho, las bases de una Comunidad Europea ampliada (artículos 131 a 136 del Tratado de Roma).

Cuando en 1973 ingresa, por fin, el Reino Unido, se acuerda mejorar las relaciones con los países asociados y ampliarla a todos los de la Commonwealth, lo que culmina en 1975 (I Convención de Lomé) y 1979 (II Convención de Lomé) en unos acuerdos extraordinariamente ventajosos para los países de las áreas del franco y la libra esterlina, agrupados desde entonces en la ACP.

Pero estas relaciones no se parecen a las existentes entre los países iberoamericanos y España. Mientras aquellos vínculos -a veces de rancio sabor neocolonialista- eran concretos y sólidos en lo económico y en lo político, las relaciones entre España y los países hermanos del otro lado del mar se limitaban a unos genéricos acuerdos de colaboración con las instituciones regionales americanas y a unos tratados país por país no preferenciales. Acuerdos y tratados que tina eventual integración española en la CEE harían desaparecer, al tener España que aceptar el acervo comunitario.

Y si hasta nuestras actuales vinculaciones jurídicas con Iberoamerica (sean o no las adecuadas, que ése es otro cantar) van a desaparecer, ¿qué queda de la baza americana que "lleva España a Europa"? Pues sólo ese símbolo gastado, España como puente. Una teoría bella y vacía. Ante la dureza de las negociaciones con la Comunidad, muchos se plantean si América Latina puede ser la alternativa económica y política al ingreso español en la CEE.

Sin duda, las relaciones culturales -aunque mejorables- constituye n una solidísima base para esa alternativa. Pero no todo es la base- solidísima. Es necesario construir encima, y ése quizá sea el gran vacío de las relaciones España-América Latina y lo que, hoy por hoy, impide a ésta ser una alternativa válida frente a Europa. No entramos aquí en las causas de ese gran vacío.

El resultado es que las relaciones financieras, comerciales, tecnológicas e incluso sociopolíticas entre los países latinoamericanos y España son escasas, aisladas y dispersas en proporción con todo aquello que nos une.

Dos problemas

Tenemos, además, dos problemas, uno viejo y otro nuevo. El viejo es que América Latina no está integrada ni económica ni políticamente. En contraste con la Europa de las Comunidades, presenta un mosaico abigarrado de modelos económicos y de, sistemas políticos. El nuevo es la gravísima situación económica al sur de Río Grande, especialmente el enorme endeudamiento externo de los países latinoamericanos.

Y, sin embargo, en estas relaciones entre América Latina y España es donde posiblemente tengamos más cosas comunes por hacer y más espacio para poder hacerlas. El quinto centenario del descubrimiento, por ejemplo, es una formidable ocasión para establecer en serio los cimientos de una verdadera cooperación comercial, financiera y tecnológica entre América Latina y España, dejando por una vez de cantar sagas, tañer el arpa y organizar juegos florales.

En resumen, es falso que tengamos que elegir entre Europa o América, porque los dos términos no son equiparables. América significa unas cosas para los españoles, y Europa, otras. Son mundos distintos y, al mismo tiempo, espacios complementarios.

Pero el que no tengamos, hoy por hoy, la opción americana frente a la europea no quiere decir que nos quedemos sentados a la entrada de la CEE, esperando humildemente que nos abran las puertas. Queda todavía otra salida. Cómo a la mayoría de los países europeos les interesa: -al menos a medio plazo- que España entre en la CEE, una política inteligente podría ser no forzar las cosas ni cortar bruscamente la negociación con las Comunidades y, al mismo tiempo, dedicar nuestras mejores energías a la modernización de este. viejo país y a su verdadera apertura al exterior y a América Latina. Renovarse o desaparecer, ése es el reto.

Apertura al exterior

Hay que ponerse a la altura de los países desarrollados. Los obstáculos son muchos y muy distintos, desde nuestra pobre y descoordinada política tecnológica Y de innovación a la galopante deuda externa, consecuencia de la reconversión industrial, pasando por la tendencia innata al aislacionismo y a la querella intestina o al escaso empuje comercial español en el exterior.

Tenemos todavía mucho que hacer hasta concretar en proyectos definidos la política de realidades respecto de Latinoamérica o el mundo árabe. Incluso existen otras áreas (por ejemplo, Estados Unidos, África, Canadá, Japón, el propio Mediterráneo) donde hay campo y hueco para acuerdos puntuales, intercambios y apoyo mutuo. Las gentes de nuestro país nos podemos preguntar qué puede hacer España en Europa y en otras áreas, qué podemos hacer juntos latinoamericanos y españoles en el complicado tablero mundial.

Podemos hacer algunas cosas. Para empezar, ver cómo mejoramos nuestra información para actuar con mayor precisión y decisión en las diversas áreas internacionales. Hay que conocer perfectamente, por ejemplo, qué fuerzas profesionales, gremiales y transnacionales se mueven detrás -o al lado- de los políticos europeos, cuáles son los intereses, los miedos y las urgencias de potencias de segunda fila como Japón, Canadá y los países árabes petroleros cuando operan internacionalmente, qué nuevas instituciones se abren paso en Europa y con un poder mucho más importante en el futuro (por ejemplo, el Parlamento europeo), cuál será nuestro grado real de dependencia económica al tomar decisiones internacionales comprometidas, etcétera.

Sería también conveniente abrir un debate público sobre nuestra entrada en la CEE, debate amplio y sereno donde participaran, junto a la Administración, empresarios, profesionales y otras fuerzas vivas de la sociedad española y donde se estudiaran con atención las ventajas y los costes de nuestra integración.

En tercer lugar, hay que plantearse seriamente el gran tema de la cooperación. Es necesario que este país, tan aficionado a hablar mucho y bien y a hacer poco o nada, se tome en serio la cooperación internacional y la cooperación al desarrollo. Todos los partidos políticos españoles están de acuerdo en que se dedique una parte -aunque sea mínima- del presupuesto nacional a esta tarea. Hay centenares de posibilidades en temas políticos y culturales, en aspectos financieros y de inversiones, en aspectos estrictamente comerciales, en el intercambio de tecnologías idóneas, en tenias de comunicación básica y aplicada.

En resumen, la alternativa América-Europa es falsa, no existe. Sólo existe la alternativa modernización, empobrecimiento y dependencia. Es necesario trabajar más, producir mejor, organizarse mejor, innovar y mejorar tecnologías, exportar más. Éste es el reto.

Y para que este reto tenga una respuesta, y este programa, un futuro, debemos desarrollarlo en el marco de una verdadera apertura al exterior y de una verdadera cooperación al desarrollo, especialmente con América Latina. Y, desde luego, sin obsesionarse con la CEE.

José Luis García y García Sánchez-Blanco es abogado, miembro de la Unión Internacional de Abogados, y está especializado en cooperación internacional.

Archivado En