Tribuna:La muerte del fundador de 'Cruz y Raya'

La cita pendiente

Tuve noticia de que muy cerca de mi casa, apenas a cien metros, el por tantos motivos entrañable Pepe Bergamín atravesaba una grave crisis de salud. Ambos por nuestras razones, hacía ya un año largo que optamos por vivir en Donosti, donde la vida discurre con sístoles y diástoles acaso desacompasados con el presente, tal vez con la taquicardia de buscar un ritmo adecuado a un futuro con mayor sosiego. Mi deseo había sido el de estar junto a él. Una cierta inquietud me empujaba a salir de casa y llegar a la suya, pero nuestro entrañable casi nonagenario ha preferido la soledad para dialogar con...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Tuve noticia de que muy cerca de mi casa, apenas a cien metros, el por tantos motivos entrañable Pepe Bergamín atravesaba una grave crisis de salud. Ambos por nuestras razones, hacía ya un año largo que optamos por vivir en Donosti, donde la vida discurre con sístoles y diástoles acaso desacompasados con el presente, tal vez con la taquicardia de buscar un ritmo adecuado a un futuro con mayor sosiego. Mi deseo había sido el de estar junto a él. Una cierta inquietud me empujaba a salir de casa y llegar a la suya, pero nuestro entrañable casi nonagenario ha preferido la soledad para dialogar con su esqueleto y acaso para hacer mangas y capirotes de todo cuanto ha sembrado a lo largo y lo ancho de su fértil existencia. Respeté, aunque con pena, ese deseo. Quisiera haber estado junto a él porque estaba seguro de que Pepe y su esqueleto, con la voz suave del que se sabe firme de sí mismo, habría sabido decir esa frase ingeniosa que siempre me ha sorprendido por su admirada sutileza.Al fin ha superado el último trance del rosario de trances difíciles que siempre supo vencer con esa media sonrisa de quien no se cree casi nada de cuanto le rodea. En uno de esos trances, mediados los años cincuenta, le conocí en el exilio, en París. Nos presentó un amigo común, el poeta uruguayo Ricardo Paseyro, en un café del Barrio Latino. Su figura de aspecto frágil y su andar despacioso, después de aquel primer encuentro en el que se prodigó con sus juicios sin hiel, pero que se me figuraron como el dedo en la llaga de la España franquista, me resultó como un anticipo de su exquisito espíritu. Acaso era el hombre en quien con más exactitud se daba la identidad entre el fisico y el espíritu. Más tarde, ya de regreso del exilio, se repitieron nuestros encuentros con menor frecuencia de lo que yo hubiera deseado. Poco después, un nuevo trance. Un nuevo exilio. Aquella carta cuya redaccción definitiva se hizo en una cafetería de la madrileña calle de Alcala, la llamada de los 101 dálmatas -aunque la firmamos 102-, en la cual se denunciaba al ministro de Información y Turismo el feroz ensañamiento con que se había tratado una huelga de mineros asturianos, ensañamiento que se extendió hasta sus propias mujeres. Ciento uno de los firmantes fuimos citados a declarar ante el juez por haber cometido el presunto delito de difusión de noticias falsas y tendenciosas. Pepe Bergamín, una vez más, pagó el precio más alto. Como primer firmante de la carta, mereció el honor de que el ministro Fraga le enviase una cínica respuesta, y muy poco después, sería por noviembre de 1963, fue expulsado del país. La honradez de Pepe asumió una vez más con absoluta serenidad el nuevo exilio. Sus convicciones permanecieron firmes, cosa que todos no podemos decir. El inspirador de la revista Cruz y Raya, el autor de Arte de birlibirloque, el flemático exiliado, nuevamente en París, se me manifestó meses más tarde el de siempre: Suaviter in modo, fortiter in re.

Más información

Al cabo de los años en los toros, en la acogedora Taberna de La Bola, comiendo un cocidito... Y hace muy poco, aquí, en coincidimos en un restaurante próximo a su casa y a la mía, El Vallés. Quedamos en vernos pronto. Por motivos que aún no puedo explicarme, no logré ese encuentro. Es posible que Pepe considerase que yo ya no pertenecía a esajuventud de que a él tanto le gustaba rodearse. No sé. Lo cierto es que jamás imaginé que nuestra cita pendiente sería en el cementerio de Hondarribi para decirle Agur.

Carlos Muñiz es autor teatral.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En