'El anillo de los nibelungos', en versión 'no marxista' de Hall y Solti, ha dividido al público de Bayreuth

La primera tanda de estreno de grandes producciones ha terminado en Bayreuth con un balance contradictorio. Frente al éxito cosechado por Los maestros cantores de Nürenberg, la nueva versión que han hecho Georg Solti y Peter Hall de la trilogía El anillo de los nibelungos, calificada de "no marxista" por el propio director británico, ha dividido al público y ha cosechado un importante fracaso de crítica. El montaje anterior de Chereau y Pierre Boulez, que despertó entusiasmos en sus cuatro años de representación en el festival wagneriano, ha sido el punto de referencia permanente en el estreno...

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La primera tanda de estreno de grandes producciones ha terminado en Bayreuth con un balance contradictorio. Frente al éxito cosechado por Los maestros cantores de Nürenberg, la nueva versión que han hecho Georg Solti y Peter Hall de la trilogía El anillo de los nibelungos, calificada de "no marxista" por el propio director británico, ha dividido al público y ha cosechado un importante fracaso de crítica. El montaje anterior de Chereau y Pierre Boulez, que despertó entusiasmos en sus cuatro años de representación en el festival wagneriano, ha sido el punto de referencia permanente en el estreno de cada una de las tres obras del cielo.

El director británico Peter Hall anunció una vuelta a la naturaleza en las escenas wagnerianas con su versión de la tetralogía de El anillo de los nibelungos, tras los experimentos abstractos y vanguardistas de los franceses Patrik Chereau y Pierre Boulez. Sin embargo, toda la crítica alemana y extranjera ha sido prácticamente unánime en poner en tela de juicio el valor de este nuevo montaje, supuestamente tradicional, cuya máxima novedad fue la escena del desnudo de las hijas del Rin.El espectáculo de unas doncellas haciendo piruetas a lo Esther Williams en su Escuela de sirenas, desnudas en una piscina de agua calentada especialmente a una temperatura de 29º, hizo tirarse de los pelos a más de un admirador del compositor alemán, de cuyo fallecimiento en la ciudad de Venecia se fía cumplido el primer centenario.

A la habitual presencia de famosos se sumaron en la presente edición los pacifistas germanooccidentales, que desplegaron, ante los ojos atónitos de más de un asistente, una pancarta con la leyenda: "Wagner, sí; Pershing-2, no"

La policía alemana intervino inmediatamente contra los sacrílegos, porque la verde colina donde se alza el teatro del festival es un centro casi religioso para los peregrinos wagnerianos, y acabó rápidamente con el acto. Pocas horas antes, un grupo de desconocidos había llenado de pintadas políticas el camino de asfalto que conduce al teatro. La organización del festival se encargó rápidamente de hacerlas desaparecer, y en cuestión de minutos el camino santo, de Bayreuth quedó nuevamente inmaculado.

La única ausencia notoria fue la del presidente del Estado libre de Baviera, Franz Josef Strauss, recientemente convertido a la ostpolitik, que se encontraba durante la apertura de gira por varios países del Este.

El punto de atención de los festivales wagnerianos de Bayreuth este año fue el estreno de la nueva escenografía y montaje de la tetralogía El anillo de los nibelungos. La última versión de la obra se estrenó en 1976, de la mano de los franceses Boulez-Chereau, que a pesar de presentar un anillo moderno, vanguardista y abstracto cosecharon un grandioso éxito durante los cuatro años que se llevó a escena su montaje.

Los británicos George Solti, al frente de la orquesta; Peter Hall, director de la obra, y el escenógrafo William Dudley, pretendían volver a. la naturaleza, llenar el escenario de bosques verdes, hacer correr agua de verdad y relavar las imágenes en la presentación de la obra de Wagner. "No habrá un anillo marxista", declaró Solti, pocos días antes del estreno.

Una plataforma hidraúlica

Pero la eseenificación, para la que se había instalado una plataforma hidráulica valorada en 500.000 marcos para mover los decorados y lograr diferentes efectos visuales, no agradó a la crítica y a gran parte del público. La plataforma elevó durante la representación a la vieja madre Erda a las alturas, mientras las valquirias giraban a su alrededor. Muy pocos espectadores parecieron aceptar la maniobra waghaliana en la que siete cadáveres desnudos colgaban patas arriba a los pies de Erda.

Los críticos acusan, además, al trío británico de no atenerse al libreto original de la obra de Wagner y, según Der Spiegel, de lograr que todo acabe siendo un auténtico desastre. Todos encuentran fallos en la escenificación. Si en la obra original el gigante Fafner mata a su hermano Fasolt con una flecha de grandes dimensiones, en el montaje de Hall el fratricidio se produce a golpes de garrote en la cabeza, al igual que Kasperle atiza a sus enemigos en el teatro de marionetas.

Wagner había ideado el domicilio de Wotan, el palacio de Walhall, como un castillo coronado de llamas relucientes. No habría sido dificil tan siquiera hacer un decorado adecuado de madera, pero Dudley y Halls se limitan a pintarlo en un telón, lo iluminan deficientemente, o quizá es que lo empenumbran poco, y para colmo el arco iris sobre el que los dioses germanos se pasean sobre sus vasallos terrenales no lleva directamente al palacio, sino que, grotescamente, pasa de largo.

El fuego mágico al final de las valquirias se celebra, según las órdenes del compositor alemán, en la cumbre de una montaña rocosa; a la izquierda se aprecian varias cuevas y, a la derecha, un bosque de pinos. El montaje británico carece de montaña, de pinos y cuevas, y para terror de los espectadores convierten el fuego mágico en un juego de pirotecnia, mientras la labor musical pelea por hacerse oír entre el estruendo.

Solti tampoco se salva de la quema. Aunque los entendidos consideran que su labor ha sido una de las de mayor colorido de los últimos años y que ha logrado cierto triunfo con las actuaciones de Jeannine Altemeyer como Siegelinde e Hildegard Behrens como Brunilda, y muchos dicen que su concepto de la producción no es más que un popurrí de confusión.

El anillo de los nibelungos, uno de los mayores desafíos tanto para escenógrafos como directores musicales y cantantes, todo un ciclo con sus cuatro partes, y que sólo se representan con nueva escenificación cada, como mínimo, cuatro años, se quedó en esta edición de Bayreuth en agua de borrajas y ha supuesto para los tres responsables de su puesta a punto un duro golpe que los fanáticos wagnerianos tardarán en olvidar.

'Los maestros cantores', todo un éxito

El teatro de la verde colina, ideado por Wagner con el apoyo entusiasta de su admirador, el entonces joven rey Luis Il de Baviera, vio también el éxito en la representación de las obras del maestro alemán. Además del anillo, en la presente edición se volvieron a presentar Tristán e Isolda, con Daniel Barenboim a la batuta y dirigida por Jean-Pierre Ponnelle; Los maestros cantores de Nuremberg, dirigida por Wolfgang Wagner y con Horst Stein al frente de la orquesta, y Parsifal.

Esta última, que cerró el ciclo de los estrenos, cosechó los mayores éxitos en Bayreuth, donde los espectadores aplaudieron a rabiar en todos los entreactos, felicitaciones que raramente conceden los aficionados wagnerianos y que pueden ser comparables a cortar el rabo y las dos orejas en la plaza de las Ventas, de Madrid.

Parsifal, dirigida magistralmente por el americano James Levine y puesta en escena por el alemán Goetz Friedrich, presentaba por primera vez en la historia del teatro de la verde colina a un cantante de color, el estadounidense Simon Estes, en el papel de Amfortas, papel que supo desempeñar perfectamente, demostrando su valía internacional y tomándose la revancha ante la negativa que recibió para hacer el papel de Sigfrido en el anillo.

Levine, director de la ópera Metropolitana de Nueva York desde 1976, ha logrado introducirse de lleno en la última y más radical partitura de Richard Wagner, finalizada un año antes de su muerte, y favorecer las notas espirituales que aplicara su ideal y maestro, Hans Knappertsbusch.

La protagonista real del estreno de Parsifal fue Leonie Rysanek, la Siegelinde de 1951 y ahora una expresiva, llena de sentimiento e intensidad Kundry. Leonie Rysanek, de la que las nuevas generaciones pueden aprender bastante, fue capaz de realizar el papel de la salvaje amazona, seductora, de forma convicente y excepcional, dejando a los espectadores con el sabor dulce y la satisfacción de haber visto a una diva mejorarse a sí misma.

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