Crítica:FLAMENCO

Cara y cruz en las fiestas de Aranjuez

La noche flamenca de las fiestas de Aranjuez no dio para mucho. La organizó la Peña Antonio Mairena, que desde su fundación hace unos meses desarrolla en la bella localidad una meritoria labor de fomento de la afición. Lo malo de estos festejos es que en el programa hay que dejar un lugar a los artistas locales, y se suele producir un notable desequilibrio entre esta parte y la desempeñada por los profesionales de más o menos reconocida solvencia.En Aranjuez ese desequilibrio fue particularmente notorio, y por ello prefiero olvidar la actuación de una veintena de niñas vestidas de sevillanas y...

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La noche flamenca de las fiestas de Aranjuez no dio para mucho. La organizó la Peña Antonio Mairena, que desde su fundación hace unos meses desarrolla en la bella localidad una meritoria labor de fomento de la afición. Lo malo de estos festejos es que en el programa hay que dejar un lugar a los artistas locales, y se suele producir un notable desequilibrio entre esta parte y la desempeñada por los profesionales de más o menos reconocida solvencia.En Aranjuez ese desequilibrio fue particularmente notorio, y por ello prefiero olvidar la actuación de una veintena de niñas vestidas de sevillanas y de sus profésores de baile, Pailmira y Amaro, aunque evidentemente hicieron las delicias de la concurrencia.

La otra parte, la dedicada al cante, es más digna de recuerdo. De pronto salió a cantar Carmen Linares y pegó un tirón de calidad con su buen hacer habitual, aunque no fuera su noche mejor.

Fue noche de fandangos, aunque actualmente no todos valiosos. Chaquetón cantó uno de Cepero casi olvidado actualmente -yo sólo se lo he oído a él-, con cierto aire de granaínas, muy bonito. Chaquetón tuvo una magnífica noche, con la grandeza incomparable de la malagueña del Mellizo y la granaína de preparación, su ensalada de alegrías de Cádiz y una formidable serie por bulerías.

El resto se quedó en una línea de vulgaridad sin paliativos. El Niño de Gastor hace un cante plano con la voz arriba, sin más. Juan Hernández, con algunos atisbos muy melodiosos, peca, para mi gusto, de extremar la quejumbre en algunos tercios. Agustín Fernández, muy admirado en Aranjuez al parecer, no pudo superar la barrera de la mediocridad.

Es justo citar a los dos excelentes tocaores que acompañaron al cante: Juan Antonio Muñoz, quien no pudo, sin embargo, brillar a su altura habitual porque le tocó "bailar con la más fea", y Luis Habichuela.

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