Editorial:

La visita de Caspar Weinberger

LA VISITA del secretario de Defensa de EE UU a Madrid es la tercera de una alta personalidad norteamericana desde que el PSOE está en el Gobierno: Shulz, en diciembre, para precisar la conclusión del convenio bilateral; Enders, de manera informal, en febrero, para hablar de Latinoamérica, y ahora, Weinberger. ¿Para qué?Motivo específico no parece existir: el convenio bilateral está firmado, pendiente de ir a las Cortes; el tema FACA parece resuelto, al menos en principio, por parte española. La doctrina española de no integración militar en la OTAN, pero de permanencia en el Tratado del...

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LA VISITA del secretario de Defensa de EE UU a Madrid es la tercera de una alta personalidad norteamericana desde que el PSOE está en el Gobierno: Shulz, en diciembre, para precisar la conclusión del convenio bilateral; Enders, de manera informal, en febrero, para hablar de Latinoamérica, y ahora, Weinberger. ¿Para qué?Motivo específico no parece existir: el convenio bilateral está firmado, pendiente de ir a las Cortes; el tema FACA parece resuelto, al menos en principio, por parte española. La doctrina española de no integración militar en la OTAN, pero de permanencia en el Tratado del Atlántico Norte hasta la celebración -sine dio- ole un hipotético referéndum ha sido expuesta y repetida con suma claridad.

Sin embargo, si se tiene en cuenta el mensaje que Weinberger ha llevado a la reunión de la OTAN de Vilamoura (Portugal) y cuál es su presente batalla en el Capitolio, no es difícil imaginar los motivos de su visita. A partir del argumento de un creciente poderío militar de la URSS, el objetivo de EE UU es lograr la máxima cohesión de los aliados europeos en apoyo de una política de rearme de la OTAN. Lo que no sólo no excluye, sino que, paradójicamente, facilita nuevas propuestas en Ginebra que no sean la opción cero en las negociaciones con los soviéticos. Un acuerdo en Ginebra que reduzca las pretensiones iniciales de Reagan vendría compensado por una clarificación absoluta del bloque atlántico en la confrontación con la URSS.

En ese marco, a EE UU, la posición española de rechazo de armas nucleares y de no aceptar la integración militar en la OTAN parece preocuparle. Y no es dudoso que pretenda modificarla.

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Lo que probablemente Weinberger va a oír en Madrid es que la posición presente del Gobierno español es la máxima aproximación posible a la OTAN, y que esta política se realiza a pesar de que los sondeos indican un 60% de oposición a la permanencia de nuestro país en la Alianza.

España, país occidental, tiene otras dimensiones internacionales; necesita ese margen de autonomía al que se ha referido con oportunidad y elocuencia el Rey. Autonomía que ha permitido a España estar en Nueva Delhi, y que debe permitirle tener una política propia de cara al Magreb y a Latinoamérica, donde las torpezas del equipo Reagan amenazan con generar una escalada militar.

Weinberger ha insistido en sus discursos en el Capitolio sobre las injerencias cubana y soviética en la zona. Pero hay otros caminos que los que emplea el Pentágono para evitar un proceso de vietnamización en América Central, proceso que tendría consecuencias trágicas. Hay ofertas concretas de negociación que podrían abrir vías de paz, y es inexplicable que EE UU rechace esas posibilidades.

Esperemos que el viaje del secretario de Defensa permita a éste conocer mejor la posición española sobre el tema, que no es exclusiva de nuestro país: ideas semejantes han sido expresadas en diversas capitales de Europa occidental, En América Latina, las iniciativas de México, Venezuela, Colombia y Panamá merecen una consideración que hasta ahora no se les ha dado.

La política de Weinberger encuentra además dificultades muy serias en el propio Congreso de EE UU. La cohesión occidental es también un argumento para necesidades interiores. El Congreso está a punto de votar una resolución (ya aprobada en comisión) pidiendo el congelamiento del armamento nuclear de EE UU y de la URSS, lo que contradice radicalmente la política de Reagan. La oposición es asimismo muy fuerte al incremento de las ayudas a El Salvador. Esta situación parlamentaria en Washington anuncia ya una campaña electoral, que se iniciará el próximo otoño y en la cual los demócratas van a propugnar una política diferente en cuestiones internacionales. Tener en cuenta las diversas posibilidades de futuro es básico para perfilar una política exterior, y el Gobierno socialista español no tiene que ser más comprensivo con las tesis de Reagan que los congresistas demócratas americanos.

Hay momentos, por lo demás, en que la claridad, sobre todo si hay diferencias de opinión, es la mejor forma de contribuir a mantener relaciones más amistosas. Estamos probablemente en uno de ellos. El viaje de Felipe González a EE UU, en junio próximo, merece un diáfano posicionamiento previo por parte de ambos Gobiernos.

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