Editorial:

La confusión del viaje papal

CON INDEPENDENCIA de sus objetivos propiamente pastorales, el viaje del Papa a Centroamérica, que concluye hoy, era también una piedra de toque para definir la posición del Vaticano ante una de las zonas del planeta más castigadas por el subdesarrollo, la miseria y la violencia y más cargada de conflictos potenciales que podrían desestabilizar dramáticamente un área de interés vital para Estados Unidos. El destino de Centroamérica afecta de cisivameñte al de México y al de los países del Caribe. Juan Pablo II ha intentado hallar un punto medio entre las reivindicaciones terrenales de sus huésp...

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CON INDEPENDENCIA de sus objetivos propiamente pastorales, el viaje del Papa a Centroamérica, que concluye hoy, era también una piedra de toque para definir la posición del Vaticano ante una de las zonas del planeta más castigadas por el subdesarrollo, la miseria y la violencia y más cargada de conflictos potenciales que podrían desestabilizar dramáticamente un área de interés vital para Estados Unidos. El destino de Centroamérica afecta de cisivameñte al de México y al de los países del Caribe. Juan Pablo II ha intentado hallar un punto medio entre las reivindicaciones terrenales de sus huéspedes y los objetivos evangélicos de su viaje, a cuyos límites hubieran deseado confinarlo todos los regímenes visitados. Pero el Papa polaco, cuyo coraje para no rehuir citas difíciles y afrontar desaflos resulta admirable, puede aspirar a cualquier cosa menos a que sus actos no sean interpretados en clave política.A lo largo del estrecho sendero que transcurre entre el reconocimiento de unas dolorosas realidades sociales y la neutralidad oficial frente al poder político, Juan Pablo II tenía la tarea de evitar que su presencia constituyera una caución para esos regímenes, notablemente los de Guatemala y el Salvador, enemigos declarados, en su ejecutoria, de cualquiera de los derechos humanos. El cumplimiento de ese propósito no era fácil, y los críticos de uno u otro signo encontrarán argumentos contra Karol Wojtyla en el desarrollo de su visita. El Papa ha accedido a visitar de manera discreta la tumba del salvadoreño arzobispo Romero, a sesinado con la probable complicidad del poder que antecedió al que ejercen los actuales gobernantes de El Salvador; pero no ha suspendido su estancia en Guatemala, dirigida por el siniestro general Ríos Montt, jefe a su manera de la Iglesia evangélica del país, pese a que el fusilamiento de seis supuestos e indefensos guerrilleros, apenas horas antes de la llegada de Juan Pablo II, era una pura provocación que mostraba hasta qué punto se pretendía manipular el viaje pontificio para propósitos especialmente abominables.

El posibilismo de la diplomacia vaticana requiere un enorme talento y una gran habilidad, como demuestra la capacidad de maniobra de Juan Pablo II en los países del este de Europa. Ese pósibilismo se ejerce, sin embargo, ante regímenes oficialmente agnósticos, que, salvo en los años que siguieron al fin de la segunda guerra mundial han mostrado cierta capacidad de diálogo con su gran rival en el terreno de las ideas. Muchos piensan, en cambio, que el viaje del Papa por Centroamérica, huésped -salvo en el caso de Nicaragua- de Gobiernos que abanderan, al menos nominalmente, la fe católica yel cristianismo practicante, hubiera podido revestir un carácter más comprometido y menos amparado por la abstracción de unos discursos que contenían premisas para la condena de las dictaduras, pero no hacían explícita la conclusión. Los católicos que denuncian las atroces tiranías centroamericanas podrían considerar que la invocación más o menos ritual del Papa a la defensa de los derechos humanos ha marchado de la maho con gestos políticos de apoyo, aunque sea por omisión, a unos gobernantes que recurren sistemáticamente al terrorde Estado y a las prácticas genocidas para consolidar su dominio y servir a los intereses de unos pocos. Los Gobiernos anfitriones, por su parte, no se sentirán satisfechos tampoco, pero utilizarán, como ya han utilizado, todo el peso de la propaganda oficial para intentar demostrar un inexistente apoyo objetivo a su causa por parte del Vaticano.

Es dudoso que se pueda considerar, desde este punto de vista, que el viaje papal haya constituido un éxito, y es probable que la visita haya contribuido a enconar y confundir los ánimos, pese a la voluntad pacificadora del Pontífice. La previsible -y luego comprobada- manipulación de su visita, lo mismo por el Gobierno de Nicaragua que por el de El Salvador o Guatemala, la división profunda en la Iglesia de aquellas regiones, resueltamente envuelta desde hace muchos años en el acontecer político de uno y otro signo, la presión internacional de las grandes potencias en la resolución de problemas geoestratégicos que hacen despreciar en Moscú y Washington el sacrificio concreto y abominable de miles de vidas humanas, hubieran necesitado una presencia menos aparatosa o un mensaje más concreto. Todo está más confuso después de la marcha de Juan Pablo II de Centroamérica.

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