Tribuna:

Feliz adaptación de Màrius Constant

Siempre resulta problemático, si no peligroso, reelaborar y adaptar obras que con el paso del tiempo no sólo se han popularizado, sino que también se han convertido en modelos de su género y a la vez son representativas de su época. Sin duda, la ópera Carmen, de Bizet, está inscrita en esta categoría y quizá por esta condición, en sus constantes interpretaciones a través de los tiempos, su espíritu ha ido ocultándose tras la rutina de unos montajes que, si tenían como objetivo el máximo perfeccionismo en la traducción del texto, se olvidaban de su contenido trágico. Y el resultado era q...

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Siempre resulta problemático, si no peligroso, reelaborar y adaptar obras que con el paso del tiempo no sólo se han popularizado, sino que también se han convertido en modelos de su género y a la vez son representativas de su época. Sin duda, la ópera Carmen, de Bizet, está inscrita en esta categoría y quizá por esta condición, en sus constantes interpretaciones a través de los tiempos, su espíritu ha ido ocultándose tras la rutina de unos montajes que, si tenían como objetivo el máximo perfeccionismo en la traducción del texto, se olvidaban de su contenido trágico. Y el resultado era que Carmen venía a ser un pretexto -dentro de este clima de españolada a la francesa- para escuchar la actuación de unos cantantes y admirar su capacidad y facultades para superar las posibles dificultades de sus particellas.Evidentemente, en la Carmen según lectura de Peter Brook se manifiesta una oposición al stablishment operístico, pero lo que en realidad es valioso de su labor es que su adaptación, siempre respetuosa con el texto de Bizet, pone de nuevo de relieve la fuerza dramática y humana de las pasiones de los personajes que protagonizan la obra. Así, la voz ya no es pretexto para resaltar bellezas líricas, sino medio para expresar sentimientos y ambiciones, y quizás aquí resida el mérito del trabajo de Màrius Constant que, adecuando la partitura de Bizet a una plantilla instrumental reducida, ha acertado totalmente en la orquestación para que la perfecta música de Bizet, como dijo Nietzsche, siga manifestándose con su característica aura sonora y con aquel acento entre diabólico y sensualmente refinado. En resumen, viendo y escuchando La tragedia de Carmen en esta admirable versión lineal y sintetizada de Brook, Constant y Jean-Claude Carriére, cabe preguntarse si éste no es un camino válido para revitalizar el género operístico, tan dominado en muchas ocasiones por efectismos artificiosos y ciertos anacronismos inamovibles.

Asimismo, dentro de esta vertiente exclusivamente musical, ha de destacarse la excelente labor que realizaron Hélène Delavault, Agnès Host, Howard Hensel y John Rath, todos ellos poseedores de notables facultades vocales, como igualmente impresiona en sus intervenciones Tapa Sudana y Jean Paul Denizon, mientras que el director Philippe Nahon, que tuvo en el conjunto Diabolus in Musica un eficaz colaborador.

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