Tribuna:

Amor de hermana

Cuando el censor de los años cincuenta, en una ocurrencia que ha pasado a los libros de texto, convirtió en Mogambo a la pareja Grece Kelly-Donald Sinden en hermana y hermano, para que así Clark Gable no pecara al cortejar a la mujer casada, hizo un gran favor al inconsciente colectivo. Gusta ver a la hermana bordear la indecencia, advertirla en el vértigo de lo más prohibido, mientras nosotros mismos, hermanos cobardones, pecamos en platea con la imaginación.Porque, más que de falsa hermana o de esposa sentida (Solo ante el peligro), a Grace Kelly yo siempre la soñé como ...

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Cuando el censor de los años cincuenta, en una ocurrencia que ha pasado a los libros de texto, convirtió en Mogambo a la pareja Grece Kelly-Donald Sinden en hermana y hermano, para que así Clark Gable no pecara al cortejar a la mujer casada, hizo un gran favor al inconsciente colectivo. Gusta ver a la hermana bordear la indecencia, advertirla en el vértigo de lo más prohibido, mientras nosotros mismos, hermanos cobardones, pecamos en platea con la imaginación.Porque, más que de falsa hermana o de esposa sentida (Solo ante el peligro), a Grace Kelly yo siempre la soñé como ideal fraterno, como la verdadera hermana que uno quisiera amar, desprovista de morbo, fuera de los abismos de la pasión nefanda. Hitchcock, otro gran reprimido del sexo jesuítico, así la presentó, mejor, la fabricó, en sus obras maestras Crimen perfecto, La ventana indiscreta y Atrapa a un ladrón.

Para la propia hermana, uno desea siempre lo mejor. No ha de ser vulgar, ni debe salir mucho, ni ser coqueta o fácil, y en cuanto a los afeites, es sabido que una ligera sombra y la cara lavada resultan más potentes que el carmín lustroso y la pestaña larga. Con su collar de, perlas y los hombros cubiertos, recatada y meliflua, y sin embargo, bella, elegante, a tono, la hermana satisface los intintos de orden, de decoro y virtud, tranquilizando así el sentimiento innoble de violar el tabú. Grace Kelly, y ya lo dijo Hitchcock, representaba el tipo de Mujer para el cuarto de estar, afuera, en la calle, las hembras desgarradas, descotadas, y hasta un poquito sucias, nos arrastran al mal. A un Mal más obvio y breve, que quizá no compense del sutil entumecimiento amoroso que es estar enamorado de la hermana.

Ese ser clásico, hermoso, distante, nos concedió, encima, la suprema alegría. Se retiró a tiempo del acecho grosero de millones de ojos, e hizo una gran boda. Contentos, como hermanos, de casar bien a nuestro ser querido, seguimos el cortejo, a través ae la prensa, con un rictus de orgullo. Ennoblecida y preservada en un palacio de azúcar, en un reino de fábula, la admirada, la amada, la salvada, iniciaba una segunda vida de princesa aún más inmaculada y selecta, menos contaminada por el ruin agobio que las otras mujeres sufren e imponen.

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