Todo resultó desagradable

Hay ocasiones en las que se sale de una corrida con la boca amarga y los entresijos alborotados. Ocurre así cuando se conjura una serie de factores que hacen desagradable el espectáculo y así sucedió en la corrida de Colmenar, en la que los elementos por un lado y los toros por otro hicieron del festejo un feo recuerdo para los espectadores.Circunstancia primordial para el incómodo acontecimiento fue la lluvia, que cayó de modo copioso durante la lidia del segundo toro. Nada pudimos ver envueltos entre paraguas que se ponían de pantalla y te lavaban la punta de la nariz. Junto a la lluvia, el ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Hay ocasiones en las que se sale de una corrida con la boca amarga y los entresijos alborotados. Ocurre así cuando se conjura una serie de factores que hacen desagradable el espectáculo y así sucedió en la corrida de Colmenar, en la que los elementos por un lado y los toros por otro hicieron del festejo un feo recuerdo para los espectadores.Circunstancia primordial para el incómodo acontecimiento fue la lluvia, que cayó de modo copioso durante la lidia del segundo toro. Nada pudimos ver envueltos entre paraguas que se ponían de pantalla y te lavaban la punta de la nariz. Junto a la lluvia, el mal juego de los toros con la ya endémica falta de fuerzas, la ausencia de casta y la porfía por parte de los toreros entre la irritación y mal humor del público.

Plaza de Colmenar Viejo

30 de agosto. Tercera de feria.Cinco toros de Sánchez Arjona de aceptable presencia, alguno soyechoso de pitones, muy flojos, de media casta y uno de El Sierro, lidiado en cuarto lugar, chico, bronco, sin fuerza. Ruiz Miguel: silencio, palmas Dámaso González: silencio. Bronca Tomás Campuzano: vuelta, silencio.

Desagradable fue el trasteo de Ruiz Miguel al primer inválido y el juego del orí con el cuarto, al que propinaba tremendos capones para hacerle embestir. Tan fuerte le arreaba que de uno de ellos le hizo rodar por el suelo. El toro se le quedó con la cabeza hecha un molinillo, con lo que le costó matarlo. Dámaso González se estrelló contra la nula embestida del quinto e intentó colocarle su faena, esa faena que a veces le sale bien, a base de toreo con la mano alta y el pase templado, pero no hubo manera. Campuzano salió a dar pases, vinieran o no a cuento. Pocos de los muletazos intentados le salieron limpios.

Quiso el de Jerena levantar la corrida en el sexto toro, pero el bicho, igual que sus hermanos, estaba ayuno de fuerza y de casta y aquello terminó como el rosario de la aurora, con el público harto ya de mojaduras y tomaduras de pelo.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En