Crítica:

La poesía musical de la guitarra de José Luis Rodrigo

Ha sido figura en el festival y concurso santanderino Paloma O'Shea, así como en sus actividades complementarias, el guitarrista madrileño José Luis Rodrigo, heredero, por una parte, de la escuela de Regino Sainz de la Maza y, por otra, de la de Andrés Segovia. Hace tiempo que venimos llamando la atención sobre este intérprete de gran estilo, refinado y bello sonar y absolutamente musical en todas sus concepciones. Como la persona es el artista, habla en voz íntima, pero con gran seguridad, y cuanto hace está envuelto en un aire cordial que otorga especiales dimensiones a las obras de Sor o de...

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Ha sido figura en el festival y concurso santanderino Paloma O'Shea, así como en sus actividades complementarias, el guitarrista madrileño José Luis Rodrigo, heredero, por una parte, de la escuela de Regino Sainz de la Maza y, por otra, de la de Andrés Segovia. Hace tiempo que venimos llamando la atención sobre este intérprete de gran estilo, refinado y bello sonar y absolutamente musical en todas sus concepciones. Como la persona es el artista, habla en voz íntima, pero con gran seguridad, y cuanto hace está envuelto en un aire cordial que otorga especiales dimensiones a las obras de Sor o de Rodrigo, de Turina o de Mompou, de los Sáiriz de la Maza y de Moreno Torroba.José Luis Rodrigo, en sus intervenciones en el palacio de Mercadal en Alceda y en el homenaje a Regino organizado por la Fundación Santillana y la Marcelino Botín, dio medida exacta de su personalidad. Rara vez e scucharemos el Largo, de Fernando Sor o la Invocación y danza, una de las más valiosas páginas guitarrísticas de Joaquín Rodrigo, con tal autenticidad y consecución de lo que algunos denominan misterio, y no es otra cosa sino el hallazgo exacto de todas las medidas: intensidad y expresión, calidad de toque y distanciación, poética musical por decirlo sólo en dos palabras. A la interpretativa de José Luis Rodrigo podrían aplicársele las palabras del poeta Bernardo Casanueva: "Canta sin ramo, y dice, con su música inoída, las cosas que nunca entendió la criatura".

Intérpretes jóvenes

Ha querido José Luis Ocejo, director del Festival de Santander, con entero acierto, abrir un capítulo del festival que dirige a jóvenes intérpretes con méritos contrastados: la cantante María Folco, el pianista cubano Santiago Rodríguez y el madrileño Isidoro Barrio. María Folco, vasca, aunque circunstancialmente nacida en Colombia, con la colaboración de Miguel Zanetti al piano, dio una entera lección de bien hacer al cantar todo un programa dedicado a Henri Dumparc.

El discípulo parisiense de César Franck vivió ochenta años, pero su período creador concluye a los veinticinco, cuando un agudo padecimiento neurasténico le retiró de la escena musical. Con sólo una quincena de melodías y algunas páginas orquestales y de cámara, Duparc se abrió, sin embargo, un puesto singular en el panorama musical de la segunda mitad del XIX. Supo encontrar el intramundo musical de Baudelaire y Gautier, de Goethe y Leconte de I'Isle, de Thomas Moore y Jean Lahor. Y lo hizo con unas calidades, un pudor expresivo y una originalidad que superan cualquier influencia.

María Folco, cuya voz posee igualdad y consistencia lírica, comunicatividad y gran encanto, parece haber adivinado su especial actitud para unos pentagramas como los de Duparc y sus poemas generalmente contemplativos y renuentes al más mínimo. efectismo, como muestra de una variedad de tonalidades dentro de una misma gama de color y sensibilidad. Excelentemente acompañada por Miguel Zanetti, María Folco hizo un recital precioso que llevó al claustro de la catedral a un público capaz de reconocer el arte de la joven soprano.

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