Tribuna:

La inevitable presencia del cine norteamericano

"John Steinbeck no sería nada sin los cañones americanos. Y meto en el mismo saco a Dos Passos y a Hemingway. ¿Quién les leería sí hubiesen nacido en Paraguay o en Turquía? Es el poderío de un país lo que decide sobre los grandes escritores. Galdós novelista es con frecuencia comparable a Dostoievski. Pero, ¿quién le conoce fuera de España?"Son frases de Luis Buñuel, publicadas en Mi último suspiro, su libro de memorias. Quizá suenen a boutade, pero reflejan claramente una realidad que en el terreno del cine es aún más obvia. El poder económico de Hollywood es el gran promotor de...

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"John Steinbeck no sería nada sin los cañones americanos. Y meto en el mismo saco a Dos Passos y a Hemingway. ¿Quién les leería sí hubiesen nacido en Paraguay o en Turquía? Es el poderío de un país lo que decide sobre los grandes escritores. Galdós novelista es con frecuencia comparable a Dostoievski. Pero, ¿quién le conoce fuera de España?"Son frases de Luis Buñuel, publicadas en Mi último suspiro, su libro de memorias. Quizá suenen a boutade, pero reflejan claramente una realidad que en el terreno del cine es aún más obvia. El poder económico de Hollywood es el gran promotor de su teórico talento. Ello no implica el rechazo sistemático de todo su cine, puesto que, naturalmente, existen y, sobre todo, han existido algunos cineastas geniales; pero es la fuerza del imperio la que les hace mundialmente conocidos.

Los norteamericanos tuvieron pronto la necesidad de exportar sus películas, ya que si no eran consumidas en otros países no se hacía posible su amortización. Hasta tal punto ello es cierto que incluso un informe de su Senado entendió que rara vez se hacen películas "especialmente adaptadas al público norteamericano". El fútbol, por ejemplo, es generalmente olvidado en sus películas, ya que la forma en que los norteamericanos entienden ese deporte no coincide con la manera europea. El informe data de 1953, pero sigue siendo actual. Se comprueba al leer el excelente libro de Thomas H. Guback en el que informa que la industria de Hollywood puede en ocasiones realizar películas de prestigio, "muchas de las cuales tendrán un coste superior a los ingresos que puedan esperar obtener en el mercado interior". Películas que mantengan elfuego sagrado y de paso a la producción restante.

En España la vemos toda. En 1981, por ejemplo, se estrenaron 168 películas norteamericanas. ¿Cuántas de ellas merecían realmente la pena? ¿Cuántas otras, de distintos países, no tuvieron acceso a nuestras pantallas porque su fuerza publicitaria no tiene una mínima capacidad competitiva? Lentamente, la industria cinematográfica de los países europeos y latinoamericanos ha ido muriendo. Todos sabemos cómo se vive en Ohio, qué tipo de divorcio existe en Nevada, de qué manera se conquistó el Oeste, cómo se desarrollá la guerra de Secesión, qué carácter tienen sus periodistas y cuánto cobran sus abogados. Pero difícilmente el cine de cada país puede responder a preguntas parecidas. En nuestro país, por ejemplo, donde la imposibilidad de exportar películas hace cada día más difícil su realización, se ignora ya, cinematográficamente, la vida en el campo, la historia, la realidad que no puede circunscribirse al mundillo de un pequeño y barato apartamento.

Dominación cultural

Uno de los aspectos más graves de la situación no se encuentra sólo en que la dominación cultural impide un mejor conocimiento de nuestra propia cultura, sino que el lenguaje establecido por las pelícu las yanquis, destinadas a espectadores de países muy distintos, obliga a un esquematismo formal al que el público ya se ha habituado. Resulta imposible en ocasiones expresarse en términos que no respondan a la estructura dramática de las películas norteamericanas. Aquí lo que no es vulgar se hace raro y se destina a los cines de arte y ensayo. La comunicación, pues, ha quedado rota.

Desde un punto de vista cultural, obviamente hay que añadir a la colonización cinematográfica la que se prolonga en televisión, no ya sólo porque el mayor porcentaje de los largometrajes quese exhiben son también norteamericanos, sino porque los telefilmes publicitan de forma aburrida y descarada los aciertos y virtudes de un pueblo que no duda en utilizar su fuerza para imponerse. Lo explicaba cínicamente el antiguo presidente de la MPEA, la distribuidora para el mundo del material USA, cuando decía en la revista Variety: "Nuestras películas ocupan aproximadamente el 60% del tiempo de proyección de los países extranjeros. Cuando cualquiera de ellos desea imponer restricciones, yo puedo dirigirme a su ministro de Hacienda, no en tono amenazador, sino para recordarle que nuestros filmes mantienen abíertos más de la mitad de los cines, que esto supone puestos de trabajo y que, por tanto, son un factor de apoyo para la economía del país en cuestión".

Pero lo cierto es que no precisan amenazar. En España, uno de los embajadores norteamericanos había sido ejecutivo de la Paramount y un director general de la cinematografía española fue nombrado, al abandonar ese puesto, presidente de la entidad que en España agrupa a las multinacionales.

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