Tribuna:

El buen enemigo

Aunque Goebbels le metió, por insubordinado, en un campo de concentración, Curd Jurgens se pasó media carrera haciendo de nazi. Fue víctima de su aspecto casi exageradamente germánico, aunque muchas veces su personalidad se sobreponía al personaje y lo modificaba imperceptiblemente. En efecto, se le pedía que encarnara tipos violentos y crueles y, qué remedio, Jurgens tenía cara de buena persona, por lo que su violencia y crueldad resultaban poco convincentes. De ahí que se le tachara de blando, sin serlo. Simplemente, le equivocaron de casilla, porque su planta prusiana era desmentida ...

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Aunque Goebbels le metió, por insubordinado, en un campo de concentración, Curd Jurgens se pasó media carrera haciendo de nazi. Fue víctima de su aspecto casi exageradamente germánico, aunque muchas veces su personalidad se sobreponía al personaje y lo modificaba imperceptiblemente. En efecto, se le pedía que encarnara tipos violentos y crueles y, qué remedio, Jurgens tenía cara de buena persona, por lo que su violencia y crueldad resultaban poco convincentes. De ahí que se le tachara de blando, sin serlo. Simplemente, le equivocaron de casilla, porque su planta prusiana era desmentida por una mirada transparente e incluso un poco ingenua y, en cine los ojos hay veces que barren a la facha. Jurgens, visto en plano general, podía crear alerta en el espectador; pero, visto en primer plano, despertaba su confianza.Esta contradicción marcó al personaje hasta el punto de que los directores que sacaron a relucir al mejor Jurgens, coincidieron en acentuar esa ambigüedad de la seca y distante figura contrastada con el residuo casi infantil que brotaba de su mirada frontal. Es el caso de Nicholas Ray en Amarga victoria, de Ives Ciampi en Los héroes están cansados y de Dick Powell en Duelo en el Atlántico, a mi juicio sus tres mejores interpretaciones. Los tres insistieron y ahondaron en esa ambivalencia, y Jurgens les respondió. Como respondió, con cometidos similares, en Miguel Strogoff, en Y Dios creó a la mujer, en Los espías, dirigido por Henry-Georges Clouzot, y en Lord Jim, donde, orientado por Richard Brooks, dio una sobria réplica a un Peter O'Toole fuera de madre.

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Los actores, aunque no sean buenos directores, tienen una sensibilidad especial para dirigir a sus colegas. Esto le ocurrió a Curd Jurgens cuando fue dirigido por el actor Dick Powell en Duelo en el Atlántico. No hicieron una gran película, pero en ella había, sobre todo en el terreno de la interpretación, detalles muy interesantes, a cargo de Jurgens y su oponente Robert Mitchum, otro actor en el que -el hierático plano general es desmentido por la mirada de adolescente grandote y secretamente frágil que brota en sus primeros planos.

El duelo entre ambos, casi a ritmo de caza típica de las películas de rastreo y persecución del western clásico, tenía originalidad y emoción, porque era un duelo de inteligencias y personalidades perfectamente asumidas por las peculiares -y similares- características de ambivalencia fotogénica de ambos actores. El marco del duelo, un poco abracadabrante, era el juego al ratón y el gato entre un submarino alemán, cuyo comandante era Jurgens, y un destructor norteamericano, capitaneado por Mitchum. La fuerza de los tipos y los rostros, poco a poco nos va haciendo olvidar a las complicadas maquinarias que gobiernan, y el filme sutihnente se convierte en un duelo de caracteres, de individuos. Era el signo inequívoco de que allí había dos intérpretes vigorosos, capaces de provocar mutaciones en la conducta de sus personajes y, con ellas, provocar la identificación del espectador. En este juego, Jurgens hizo a la perfección el prototipo de buen enemigo, del que hay ilustres precedentes en el cine, creador de una larga y rica galería de malos adorables, entre los que se contó este veterano actor alemán, formado en Viena y consagrado en Francia y los Estados Unidos.

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