Tribuna

Toros a la gabardina

No existen corridas de toros bajo la lluvia. Son como las gambas a la gabardina, que lo que ocultan son la escasa calidad de las gambas. Además, como tras los mismos tipos de gabardinas se ocultan identidades variadas, ni siquiera existe fórmula para averiguar cuál es el tipo de aficionado que goza, bosteza o protesta.Como mucho, se puede distinguir que el chubasquero de cuerpo entero, sin mangas, generalmente de color azul marino o gris marengo, corresponde a los habituales de la plaza, que han llegado a la conclusión de que esa es la prenda adecuada al trance pluvial; los aficionados a la im...

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No existen corridas de toros bajo la lluvia. Son como las gambas a la gabardina, que lo que ocultan son la escasa calidad de las gambas. Además, como tras los mismos tipos de gabardinas se ocultan identidades variadas, ni siquiera existe fórmula para averiguar cuál es el tipo de aficionado que goza, bosteza o protesta.Como mucho, se puede distinguir que el chubasquero de cuerpo entero, sin mangas, generalmente de color azul marino o gris marengo, corresponde a los habituales de la plaza, que han llegado a la conclusión de que esa es la prenda adecuada al trance pluvial; los aficionados a la imagen y la elegancia llevan trincheras de inmaculado color crema, con cinturón y cuello ligeramente subido en el cogote. Tan solo se distingue a simple vista a Antonio Bellón, que lleva el mismo impermeable, ligero y azul, que siempre, llueva o haga sol, establece su idiosincrasia. También se nota bajo similar indumentaria, que puramente se apunta sobre los hombros, a Javier Pradera, capaz, probablemente, de tener lágrimas bajo los cristales de sus gafas, como Angel Fernández Santos, durante las faenas de Antoñete.

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Hay que ver, por cierto, el enternecedor trato que prodigan a su jefe los miembros de la cuadrillla del señor Chenel, que, por otro lado, no es precisamente un prodigio de dulzura con sus subordinados; les insulta bastante, les gestea con escaso estilo, les desautoriza permanentemente. Pues nada; ellos le vigilan, le aconsejan, se agazapan en los lugares más inverosímiles para estar al quite. Y, culminada la faena, alguien como Federico Navalón, más conocido por El Jaro, le acaricia amorosamente la nuca. Un poema.

Amorosamente habría que cuidar a aficionados como los señores de Law, británicos ellos, que pasean sus esbeltás figuras rubias por la mayoría de las plazas de España. Son como los alguacilillos, con la salvedad de que jamás acuden a las plazas, donde actúa Niño de la Capea. ¡Quite usted!, dice la señora de Law cuando se le pregunta, antes de aclarar que se convirtió en aficionada siguiendo, ¡qué remedio!, a su marido, que lleva treinta años yendo a las corridas. En su cartel favorito figuran Paco Camino, Curro Romero y Antoñete.

Había bastantes colombianos en la plaza. Como la fiesta tiene otro sentido en su país de origen, entienden a duras penas la aplicación de determinados cánones que ni siquiera aquí corresponden a la ortodoxia. Claro es que tampoco tienen por qué saber que la arena del redondel es de Albero, que las tres varas son como los diez mandamientos y que la música ha sonado en Madrid, durante una faena, un par de veces. Claro que, oyéndoles decir "¡mira cómo bota sangre el toro!", está dicho casi todo.

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