Crítica:'JAZZ'

Lionel Hampton: aún queda la sonrisa

Fue como un circo. Así comenzaba ayer el comentario sobre el concierto de Jethro Tull. Pero el concepto puede ampliarse para describir lo que al día siguiente domingo, ofreció la big band de Lionel Hampton en la plaza de las Salesas. De hecho lo que dio de sí el grupo resultó mucho más circense que lo del flautista calvo. Y también más patético.Si no fuera porque el público mayoritariamente joven, estaba por pasárselo en grande, aquello hubiera sido inadmisible. Y es que el jazz no ha comenzado con demasiado buen pie su homenaje al santo. El sábado, Monty Alexander trajo u...

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Fue como un circo. Así comenzaba ayer el comentario sobre el concierto de Jethro Tull. Pero el concepto puede ampliarse para describir lo que al día siguiente domingo, ofreció la big band de Lionel Hampton en la plaza de las Salesas. De hecho lo que dio de sí el grupo resultó mucho más circense que lo del flautista calvo. Y también más patético.Si no fuera porque el público mayoritariamente joven, estaba por pasárselo en grande, aquello hubiera sido inadmisible. Y es que el jazz no ha comenzado con demasiado buen pie su homenaje al santo. El sábado, Monty Alexander trajo un grupo tan lamentable, que él mismo pedía excusas a quien deseara escucharle. Según los que asistieron al concierto, lo único salvable del mismo fueron el mismo Monty y el percusionista Bobby Thomas, y los únicos momentos decentes, cuando desaparecía el resto del grupo. Una pena.

Lo de Lionel Hampton fue otra cosa. El mismo, a sus setenta años, está diabético, reumático y medio ciego. El saxofonista Arnette Cobb, con cinco años menos, anda fatal de la columna y encima es asmático. Luego había un saxo alto japonés y muchos músicos blancos que parecían novicios. El batería, de lejano parecido a Javier Gurruchaga (Orquesta Mondragón), parecía haber aprendido el instrumento en un banda militar, y así andaban todos: marcando el paso. Rickie Ford, saxo tenor, era el único con un historial medio brillante, pero sus aprendizajes con Charlie Mingus le hacen poco adecuado para esta formación. Aquello era demencial.

El concierto, por otra parte, tuvo de bueno la posibilidad de escuchar a una gran banda tocando clásicos de todas las épocas del jazz en una especie de macedonia en la que ni siquiera faltó un a modo de incursión por la música popular japonesa, ante la cual uno ya no sabía qué cara poner. Los arreglos también resultaban algo desconcertantes, y eso que los de los vientos sonaban resultones. Los solos, en medio de tanta locura, pasaban sin pena ni gloria, excepto uno del ya mentado Rickie Ford, y la rareza de ver al japonés tocando el sopranino, que es un instrumento tan exótico como el mismo ejecutante. Los de Arriette Cobb, a falta de resuello, resultaban sabios, y con eso tenían suficiente. Los demás no parecieron dignos de mención especial.

En cuanto al mismo Hampton, ¿qué decir?. Que ya no posee la endiablada rapidez con el vibráfono que podemos escuchar en sus antiguos y gloriosos discos. Que al sentarse frente a la batería dio más vueltas a los palos que golpes a los tambores. Lionel Hampton ha sido una de las primeras figuras en el mundo del Jazz y exige y merece un enorme respeto; pero la misma presencia a pie de escenario de su enfermera personal indica bien a las claras que ya no está para estos trotes. Y a pesar de todo, bien venido sea. Aún le queda la sonrisa.

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