Crítica:CINE /

Barcelona es algo más

A partir de una idea totalmente inverosímil, original de Eduardo Mendoza, realizador y novelista, han escrito un confuso guión donde los más diversos géneros se tocan, sin llegar a centrar la historia.A estas alturas, sacar monjas tontas, guardas con voto de castidad matrimonial, prostitutas simpáticas, traficantes de drogas o jardineros idiotas no constituye ninguna novedad; pero, además, cualquiera sabe que urdir un disparate divertido supone cierta habilidad. Tal oficio no aparece en este caso por ninguna parte, sino un ir y venir por Barcelona en el que se acumulan sin la menor justificaci...

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A partir de una idea totalmente inverosímil, original de Eduardo Mendoza, realizador y novelista, han escrito un confuso guión donde los más diversos géneros se tocan, sin llegar a centrar la historia.A estas alturas, sacar monjas tontas, guardas con voto de castidad matrimonial, prostitutas simpáticas, traficantes de drogas o jardineros idiotas no constituye ninguna novedad; pero, además, cualquiera sabe que urdir un disparate divertido supone cierta habilidad. Tal oficio no aparece en este caso por ninguna parte, sino un ir y venir por Barcelona en el que se acumulan sin la menor justificación lances que, a ratos, llegan hasta un tedio difícilmente soportable.

De sus días junto a Saura, Savater o García Calvo parece haber asimilado poco este realizador cordobés, a juzgar por su primer filme largo. Ni lo que en él nos cuenta, ni el modo de narrarlo va más allá del chiste elemental o arbitrario. Lo que en literatura puede salvar un modo de escribir adecuado o brillante, en cine, por tratarse de un medio mucho más objetivo, tal remedio no resulta fácil. Así, entre las copias-homenaje al inevitable Woody Allen o, como en este caso, vacilando entre lo añejo y cáustico y una vaga mirada en torno, va el cine actual de los que empiezan.

La cripta

Guión de E. Mendoza, C. del Real y F. Ciurana. Fotografía: J. Peracuala. Dirección: Cayetano del Real. En los cines Azul y Luchana.

Tampoco es mal ejemplo el de José Sacristán, algo mayor en estas lides. Sin dudar de sus encomiables intenciones, de su profesionalidad ni de su carrera brillante, humildemente puesta a las órdenes de un principiante, su personaje acusa una desorientación total. A ratos parece cobrar cierta humanidad, para rozar al punto las series populares de los también inefables Mortadelo y Filemón.

Puede que se trate de un inconsciente homenaje. Sin embargo, a quien más recuerda en el balance total de su papel es a aquellos famosos tontos teatrales que Tony Leblanc interpretaba antaño para solaz de isidros madrileños. Esta dice que es su mejor película. El sabrá sus razones; mas por encima de las del realizador y productores, la Barcelona actual sigue inédita aún para un cine que se empeña en inorarla desde los folletines de principios de siglo hasta estos últimos capítulos cortos, negados y cerriles.

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