Tribuna:

Los pobres hombres de la ópera bufa

Un hombre está acosado, burlado, engañado por su servidora; piensa que lo mejor para salir de la situación es buscar esposa, y, efectivamente, la esposa termina siendo la propia sirviente, que pasa de sierva a patrona. Esto sucede en 1733 y es el argumento de La serva padrona, de Pergolese. En 1909 otro hombre sufre de horribles celos de su esposa; ella le confiesa que tiene un pequeño secreto, que él debe perdonar como hacen tantos hombres. Su desesperación -naturalmente, cómica, de personaje ridículo- aumenta. Hasta que se descubre el secreto: su esposa tiene el vicio de...

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Un hombre está acosado, burlado, engañado por su servidora; piensa que lo mejor para salir de la situación es buscar esposa, y, efectivamente, la esposa termina siendo la propia sirviente, que pasa de sierva a patrona. Esto sucede en 1733 y es el argumento de La serva padrona, de Pergolese. En 1909 otro hombre sufre de horribles celos de su esposa; ella le confiesa que tiene un pequeño secreto, que él debe perdonar como hacen tantos hombres. Su desesperación -naturalmente, cómica, de personaje ridículo- aumenta. Hasta que se descubre el secreto: su esposa tiene el vicio del tabaco, de fumar -"o giojia, la nube leggera»-, y todo termina con el marido fumando junto con ella.Es el argumento de El secreto de Susana, de Wolf-Ferrari. En 1947, Nueva York, un hombre desea declarar su amor a una mujer: cada vez que lo intenta suena el teléfono y la jovencita se enzarza en largas conversaciones frívolas; él desesperado escapa, y desde tina cabina consigue, al fin, hacer su propuesta de matrimonio. A lo largo de los siglos, el secreto de la ópera cómica, o bufa, parece ser siempre el mismo: el hombre burlado por la mujer, que termina por hacer su voluntad. Sea bajo o barítono, la alegre y astuta y divertida tiple le desespera y le captura. El teléfono, de Menotti, nuestro contemporáneo, sigue más o menos las mismas reglas literarias que nuestro antepasado Pergolese.

La condición intrínseca de estas operitas está -además de en sus valores musicales y de las voces de sus intérpretes, naturalmente- en el valor teatral de la palabra y la situación: valores, en estos casos, cómicos, humorísticos -en el caso de El teléfono, por ejemplo, es un chiste, un sketch de revista-; tiene, por tanto, importancia especial este tipo de interpretación de actores y de dirección de escena. Se hace de un modo satisfactorio.

El director José Luis Alonso, que además de su larga experiencia de director teatral es catedrático de la Escuela Superior de Canto de Madrid, no ha ahorrado movimientos y acción a sus intérpretes, ha ido mucho más allá de lo que tradicionalmente se permiten los cantantes en cuanto a actuación: cantan peleándose, vistiéndose, arrojándose al suelo. Y lo hacen bien. Destacan -insisto: en cuanto a trabajo de actores- las mujeres sobre los hombres: Young-Hee- Kim, María José Sánchez, Ascensión González, pero principalmente porque sus papeles son los simpáticos, los agradecidos, los mimados por los autores; ellos -J. Pedro García Marqués, Luis Alvarez, Domingo Cedrés- representan bien el juego de la desesperación, la impotencia, el amor y la sumisión. La comicidad buscada brota siempre en todos los casos. Todo ello sucede en tres decorados de Gregorio Esteban, autor también de los excelentes figurines: los tres ambientes surgen, los detalles de color funcionan y todo resulta grato. Dentro siempre de un teatro menor, pero en el que se ve que se han desplegado muchos esfuerzos para conseguir este resultado de frescura y sencillez.

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