Tribuna:

La política, en la escuela

La lectura, hace breve tiempo, del libro del escritor catalán Terenci Moix El sadismo de nuestra infancia revivió en mí dolorosamente ese paso por los colegios de enseñanza religiosa que parece obligado umbral de la vida para todo españolito que se precie. No quiero entrar en peripecias personales ni revivir el hastío y tristeza de las gélidas salas de estudio, en las que, bajo la vigilancia de los oscuros cancerberos de turno, arábamos penosamente, bajo mortecinas luces, por el yermo de los libros escolares, los castigos corporales impuestos, más que por una propedéutica errónea, por c...

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La lectura, hace breve tiempo, del libro del escritor catalán Terenci Moix El sadismo de nuestra infancia revivió en mí dolorosamente ese paso por los colegios de enseñanza religiosa que parece obligado umbral de la vida para todo españolito que se precie. No quiero entrar en peripecias personales ni revivir el hastío y tristeza de las gélidas salas de estudio, en las que, bajo la vigilancia de los oscuros cancerberos de turno, arábamos penosamente, bajo mortecinas luces, por el yermo de los libros escolares, los castigos corporales impuestos, más que por una propedéutica errónea, por ciertas proclividades personales hacia el sadismo en algunos -pocos- de nuestros educadores o los temores ante el despertar del sexo, siempre presentado como antesala del infierno. No quiero, en fin, recordar una niñez que nuestros mayores y nuestros enseñantes convirtieron en un grotesco y prolijo purgatorio.La intención de estas líneas se limita a aportar ciertos datos objetivos sobre la polémica elección entre escuela laica o escuela confesional, polémica tan viva y comburente que enciende la discordia entre derechas e izquierdas tras cualquier cambio político en este u otro país, cual es el caso de la vecina Francia.

Y no quiero ni siquiera introducirme en el pantanoso terreno de si el Estado sólo debe financiar una enseñanza no confesional y que el ciudadano que desee para sus hijos educación religiosa la pague de su peculio particular, sino simplemente considerar que lo que se llama enseñanza religiosa en este país ha sido durante muchos años, y no sólo en los que se cuentan a partir de 1936, un conjunto de autoritarismo, supersticiones, falseamientos históricos, ñoñería y pobreza intelectual, popurrí en el qué brillaba por su ausencia la más elemental pedagogía. Y todavía se atrevían a tachar de politizada cualquier educación impartida bajo esquemas de libertad y respeto al ser humano y a sus opiniones. En esencia, lo que se estaba discutiendo iba mucho más allá de la simple eficacia pedagógica. Se trataba de instrumentar la escuela como vehículo para la obtención de ciudadanos integrados, defensores de los valores de la sociedad. Realmente todavía no se ha podido conseguir una educación crítica que no sirva únicamente para la perpetuación de los roles y status sociales, porque difícilmente se puede encontrar una sociedad tan libre y segura de sí misma que tolere una educación contraria o, al menos, situada al margen de sus objetivos de autoconservación y defensa. Todavía hace muy poco, el rector de la facultad de Derecho de Aix-en-Provence declaraba a la Prensa que «los estudiantes están destinados a entrar en la sociedad tal como ella existe, por lo que hay que formarlos para que lo hagan». ¿Puede darse una más clara abjuración del altísimo papel que la educación puede proporcionar, y que es intentar la transformación de una sociedad evidentemente enferma?

Si pudiéramos en estos tiempos echar una ojeada a los textos escolares del franquismo, posiblemente quedaríamos asombrados. Como anticipo a un tema que espera el investigador esforzado que se ocupe de él, el Colegio de Doctores y Licenciados en Ciencias y Letras publicó no hace mucho un suplemento a su boletín mensual que, bajo el título de Enseñanza y política en España, 1940-1960, exhibía, con ilustraciones incluidas, un breve resumen de textos y dibq¡os de libros escolares de los años cuarenta.

El contenido de los mismos, aparte de mostrar nuestra religión y nuestra historia bajo aspectos inauditamente cursis y ñoños, representaba una clara manipulación política de las mentes infantiles. Se trataba, en esencia, de la más pura representación de lo que se denominó muy gráficamente el nacional-catolicismo.

Los textos escolares a los que pertenecen los fragmentos que más abajo se transcriben fueron en su mayor parte consecuencia de la influencia directa o indirecta de José Pemartín, director general de Enseñanza Media, y del padre jesuita Enrique Herrera y Oria. Estaban impresos por conocidas editoriales, como Dalmau Carles, Afrodisio Aguado o Luis Vives, y destinados a colegiales entre seis y nueve años. La labor de adoctrinamiento político se efectuabala través de un falseamiento de la historia, presentándola con la simplista clasificación de malos y buenos, con una caricaturesca exaltación de todo lo propio y una enseñanza religiosa, en la que el amor era mucho menos importante que el aborrecimiento a concretos personajes históricos y la intransigencia hacia toda ideología distinta, intransigencia que incluso fue declarada santa por un conocido demiurgo del espíritu confesional.

Según estos textos, «España es el más hermoso país del mundo, por que ninguno tiene pueblos tan bonitos, ni cielo tan azul, ni aire tan sano, ni niños tan buenos». Poco más o menos que lo que, mutatis mutandi, escribiría lustros más tarde el teniente coronel Tejero. O bien «la historia de España es más bonita que ninguna porque es la historia de un pueblo consagrado a defender a la Madre de Dios». La razón motora de la Reconquista era que «los moros prohibían a las gentes rezar a la Virgen María», y América «fue descubierta por tres carabelas que salieron del puerto de Palos cantando la Salve» (!). Como una de las carabelas se llamaba Santa María y América fue descubierta el día de la Virgen del Pilar, el libro termina triunfalmente: «¿No demuestran estas coincidencias que Dios premió a España a petición de su Madre, agradecida?».

Con este marianismo tan desaforado parece como si toda la actividad de nuestro país fuera una perpetua romería, sobre todo si se tiene en cuenta lo que dice otro de estos preciosos textos: «Toda la ciencia y el arte españoles han estado siempre al servicio de María».

San Jorge y el dragón

Excusadoes decir que la guerra civil es el mítico combate entre un nuevo san Jorge, vestido de caqui, y el dragón de las siete cabezas, que es la II República. Este dragón, rojo por supuesto, «asaltaba haciendas, incendiaba las iglesias, insultaba a la Virgen María, los niños no podían ni rezar ni reír». «... Y un día ardiente de julio, como llovido del cielo, bajó a la tierra de un pájaro de acero un héroe valiente y decidido, y salió al encuentro del dragón con su espada desnuda ... ». Era el caudillo Franco.

Entre las cabezas derribadas a mandobles no podían faltar las integrantes de la famosa conspiración judeo-masónica. En Historia de la educación española, publicada en 1941, el padre Herrera Oria dice de los judíos que, «como bien notan los especialistas en cuestiones judías, llevan en su alma impreso el odio a la Iglesia católica ... ». «Las enseñanzas del Talmud les ha llevado antiguamente, y aún hoy día, como se ve por el comunismo, a promover las catástrofes más bárbaras de la humanidad». En cuanto a los masones, el libro Religión, de cuarto curso de bachillerato (ya no se trata aquí de niños), de la Editorial Luis Vives, dice que «los masones extienden sus tentáculos sobre la sociedad cristiana para dar al traste con ella y fundar sobre las ruinas otra sociedad basada en los principios del naturalismo». Lo que sea ese naturalismo se desconoce por el momento.

Y no hablemos sólo de los años cuarenta. Veinte años después todavía ignoraban los libros de bachillerato las funciones fisiológicas relativas al sexo. En un texto de cuya procedencia no me acuerdo se decía que la circuncisión era una incisión en el brazo, y en otro, de la Editorial Miñón, editado en 1967, podía leerse, en original lección de historia natural, que la escala de los seres era «piedra, planta, animal, hombre, ángel», lo que al menos demostraba un consolador optimismo sobre el periplo humano.

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