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Ante la revisión del PEN

Dos años largos de vigencia del Plan Energético Nacional y la circunstancia de trabajar en los retoques de su primera revisión a fondo, a fin de presentarla ante el Congreso de los Diputados, en cumplimiento de los compromisos existentes, definen un buen momento para compartir con la opinión pública una reflexión acerca de la validez de la estrategia seguida y de los resultados que se hayan podido obtener. Pero también para plantearse, con imaginación y rigor, el horizonte energético de 1990 desde la convicción de que en ese año no se acabará el mundo ni, por consiguiente, las necesidades de l...

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Dos años largos de vigencia del Plan Energético Nacional y la circunstancia de trabajar en los retoques de su primera revisión a fondo, a fin de presentarla ante el Congreso de los Diputados, en cumplimiento de los compromisos existentes, definen un buen momento para compartir con la opinión pública una reflexión acerca de la validez de la estrategia seguida y de los resultados que se hayan podido obtener. Pero también para plantearse, con imaginación y rigor, el horizonte energético de 1990 desde la convicción de que en ese año no se acabará el mundo ni, por consiguiente, las necesidades de la sociedad española, a la que a partir de entonces habrá que continuar garantizando el abastecimiento energético.Y ello es tanto más oportuno cuanto que estos dos años han visto producirse la verdadera crisis del petróleo, mucho más grave, como se ha señalado, que la de 1973. En efecto; entre 1978 y el segundo trimestre de 1981 el precio oficial medio ponderado de los crudos se multiplica por 2,7. Durante ese período, además, una serie de cambios sociales y de conflictos, producidos en el área donde se obtiene la mayor parte del petróleo que circula en el comercio internacional, produjeron graves tensiones en el mercado petrolero, agravadas por un justificado nerviosismo inicial de los países dependientes de esta fuente de energía. Y finalmente, cuando el esfuerzo de Arabia Saudí por introducir una cierta racionalización en este mercado -por lo que se refiere a la evolución de los precios y de las cantidades disponibles- parece ofrecer a los consumidores una perspectiva moderada, la apreciación del dólar viene, por otra vía, a encarecer de nuevo de manera muy gravosa el suministro.

El efecto acumulado de estas .causas ha originado la más seria perturbación en el abastecimiento energético después de la segunda guerra mundial. Y si sus repercusiones en la situación económica internacional no se han manifestado tan dramáticas como en 1973, ello se debe, sencilla y lamentablemente, a que el grado de postración de la coyuntura era en 1980 tan pronunciado que una especie de superación del umbral final de las sensaciones de la economía, de su nivel de respuestas a los estímulos negativos, ha atenuado sin duda el volumen de esas repercusiones.

Aciertos

Han sido, pues, los dos primeros años de vigencia del PEN muy duros en el campo de la economía energética. Pero han sido también dos años complejos, por lo que a la economía general de España se refiere, y poco brillantes para la economía mundial. En el terreno de lo político, que tiene una trascendencia indudable en la gestión de cualquier programa de carácter público, han sido años exigentes en prioridades de todo tipo, y cargados de incidencias que no han hecho fácil el desarrollo de una acción sostenida, y progresivamente acelerada, en un campo que, aunque parece ajeno a las urgencias puntuales, precisamente porque requiere una planificación de cierto alcance temporal, necesita sin duda de perspectivas despejadas.Y, sin embargo, y a pesar de todo ello, el examen de algunos indicadores energéticos señala, con una firmeza creciente que la estrategia básica y el aparato instrumental del PEN eran justamente los que la situación española requería. Desde la aprobación del PEN hasta este momento, la dependencia del petróleo se ha reducido en un 8% del crecimiento del cosumo energía primaria se ha moderado notablemente, la eficiencia energética ha experimentado un incremento del 2,9%. La estructura de nuestro abastecimiento energético se ha equilibrado en una medida altamente significativa, en función del período de tiempo en que se ha producido, no sólo por lo que representa en términos absolutos, sino por la clara y segura tendencia hacia la que se orienta. El autoabastecimiento energético español ha crecido en casi cinco enteros, pasando del 27%, en 1979, al 32%, en 1981.

Política de precios y conservación de la energía

Las palancas clave del proceso evidente de consolidación de las tendencias que permitirán conseguir los objetivos del PEN han sido una serie de políticas y programas cuyo progreso es ya irreversible. La política de precios y de conservación de la energía, por una parte, y planes sectoriales tales como el Plan Acelerado de Construcción de Térmicas de Carbón, el de Construcción de Centrales Nucleares, el de Pequeños Aprovechamientos Hidráulicos, el de Sustitución del Fuel-Oil en la Industria, el Plan de Reconversión de Refinerías, la Política de Promoción del Carbón Nacional, el Programa de Gasoductos, los programas de exploración de fuentes tradicionales y de investigación de nuevas energías, entre otros, han constituido un poderoso y coordinado sistema de actuaciones que se ha revelado muy operativo para orientar a nuestra economía hacia una estructura menos dependiente del petróleo. La principal virtud de este sistema, hoy por hoy, es que está en marcha, que funciona, que es práctico y que no ha acumulado, en el curso de su ejecución, otros retrasos que los que en el campo nuclear se derivan de la progresiva complejidad de las reglamentaciones de seguridad.Desde el punto de observación privilegiado que ofrecen tanto el transcurso del tiempo como el trabajo de revisión del PEN se aprecia ahora con claridad el desenfoque -tal vez inevitable por falta de perspectiva- en que incurrieron algunas de las polémicas que la estrategia, las medidas y el contenido del PEN, por lo que se refiere a temas tales como la previsión de la demanda global o los balances energéticos de 1987 provocaron en su día. En efecto el transcurso del tiempo ha demostrado que no era tan importante acertar en los parámetros utilizados para fijar la demanda final, al término del PEN, en relación con el crecimiento del PIB, por ejemplo, como poner en marcha mecanismos que permitieran, con la urgencia posible, sustituir la mayor cantidad de consumos de petróleo y sus derivados por otras fuentes de energía.

Ha demostrado, también que toda alternativa a la estructura de oferta prevista que no tuviera el valor de asumir una drástica sustitución de fuel por carbón y nuclear, sobre todo, en la generación de electricidad, hubiera comprometido gravemente el futuro de España, no ya en 1987, sino incluso a partir de 1981. No deberá acusársenos de rencorosos si recordamos que se llegó a proponer, como alternativa al PEN, que se inprementara el número de horas, de utilización que preveíamos entonces para las centrales de fuel, y que alguien pudo reprocharnos que aceptáramos un sobredimensionamiento del programa nuclear. Estos arbitrismos, relativamente moderados con el barril de crudo a doce dólares, se han convertido, con el barril a 35 dólares y el dólar a 95 pesetas, en auténticos delitos de lesa economía. Y se nos aceptará que no consideremos providencial, sino fruto de nuestra previsión que, alcanzadas esas cotas, podamos tener la seguridad a plazo fijo de ver en 1985 la estructura de nuestra producción de energía eléctrica, alineada con la de los países que hacen con mayor solvencia frente a la crisis.

Así, mientras en Alemania, en ese año, los combustibles sólidos y la energía nuclear aportarán el 79% de la producción eléctrica; en Francia, el 83%; en el Reino Unido, el 82%, y en el conjunto de la CEE, el 68%, en España esa aportación será del 69%, que, sumada a nuestra producción hidroeléctrica, configura un perfil perfectamente homologable con el de aquellos países que, creemos, no han equivocado la orientación. Aterra pensar que la aplicación de criterios, airadamente expuestos por entonces y hoy quizá recordados sólo con sordina, nos hubiera alineado con Italia, país en el que se prevé que la aportación de esas fuentes no suponga en 1985 más del 16%, lo que le obligará a importar en ese año, sólo con ese fin, casi 35 millones de toneladas de petróleo.

Menos dependencia del petróleo

Naturalmente, la convicción de que la política definida por el PEN y su puntual ejecución han dado lugar a un punto de inflexión positivo hacia una estructura de abastecimiento menos dependiente del petróleo no anula la convicción paralela de que determinados aspectos de esa política necesitan una redefinición, a la luz de los acontecimientos de estos dos años. Al plantear esa redifinición se ha reflexionado también acerca de si no habríamos perdido, antes y durante el proceso de aprobación del PEN, demasiado tiempo, y acerca de si el vigoroso golpe de timón impuesto por el PEN a la serie histórica de la evolución de nuestra estructura de abastecimiento no se habrá dado con el componente indeseable de un cierto despilfarro.Esta reflexión no tiene su origen -aunque ello sería útil- en el deseo de adelantarse a, o de refutar críticas posibles. Tiene su origen en el rigor ético y en la exigencia de seriedad con que toda gestión pública debe ser abordada. Pues bien, en ese sentido hay que recordar que es precisamente una de las acusaciones que al PEN se formularon, lo que permite contemplar el futuro con un cierto optimismo; porque, si el paquete más importante de centrales nucleares no hubiera iniciado su construcción en las fechas en que lo hizo, sería absolutamente imposible contar con su aportación en el tiempo útil previsto. Por otra parte, las incidencias ajenas al PEN que intervinieron en su tramitación son conocidas (elecciones generales previa disolución del Parlamento, entre otras). Pero conviene constatar que, a pesar de esas incidencias, el conjunto de las actuaciones está en marcha en los tiempos inicialmente previstos y que, salvo excepciones, han sido recuperados, en algún, caso con ventajá, Ios plazosestablecidos en el origen. En cuanto a que los resultados obtenidos lo hayan sido a costa de encarecer su solución, o de sacrificar otras prioridades, son afirmaciones que no pueden ser sostenidas lealmente. La amenaza que pesa sobre la economía española si la dependencia del petróleo no se reduce hasta el límite de lo posible es de tal gravedad que rentabiliza por sí misma el coste de cualquier solución, siempre que sea correcta conceptualmente. La energía es hoy una prioridad absoluta incontestada, porque de ella depende la posibilidad misma del mantenimiento de las constantes vitales del cuerpo social. Y, finalmente, la inyección de actividad en sectores básicos que ha significado la aplicación del PEN le convierten hoy en uno de los motores que contribuyen de manera más decisiva al mantenimiento del empleo.

Con todo, se es consciente de que lo que se ha hecho hasta ahora ha sido actuar decisivamente, pero sobre todo por el lado de la oferta de energía. La política de precios, que evita al consumidor informaciones erróneas sobre la situación, los programas en curso de ejecución, se dirigen principalmente a construir una oferta de energía liberada de la dependencia petrolera y adecuada a las nuevas condiciones creadas por el ocaso de los hidrocarburos. Con ello, en definitiva no hemos hecho otra cosa que ganar tiempo, que es, sin duda, el bien más escaso en el contexto de la crisis. Para ello ha habido que iniciar una serie de operaciones espectaculares, muy concentradas en el tiempo y, por lo que se refiere a los agentes de la inversión, bastante «llamativas».

En primer lugar, a partir de 1990 habrá que continuar asegurando una oferta equilibrada de energía. Ello supone adoptar decisiones que la garanticen casi desde ahora. La planificación puede tener un horizonte, pero la vida económica no tiene pausas. Las centrales que deberán entrar en servicio en 1995 habrá que autorizarlas mucho antes de que el horizonte del PEN se agote. No se puede salir a comprar el carbón que consuman los cementeros, ni el gas natural que quemen los hogares el 1 de enero de 1991, la mañana de ese mismo día. No se puede tampoco llegar a esa fecha con una alternativa tan ajustada y conservadora que haya agotado, víctima de la falsa perspectiva de haber convertido el horizonte de la planificación en un punto de Regada, todos los márgenes razonables de seguridad. En este sentido, nada de lo que se haga para incrementar la participación del carbón y la energía nuclear está contraindicado.

Ganar el tiempo

En segundo lugar, todos son conscientes de que el tiempo ganado, que el PEN está en condiciones de asegurar, no puede desperdiciarse. Por el contrario, debe ser invertido en producir los cambios estructurales necesarios en el consumo de energía, tanto en cantidades como en calidades, para adaptarse a la nueva situación. Si en todos los países se ha iniciado la solución por el lado de la oferta es porque es más fácil empezar por ahí. Más concentrada que la demanda, la oferta energética es más sensible y modificable como consecuencia de una acción de Gobierno. Pero la solución definitiva, en tanto la haya, se encuentra realmente en el lado de la demanda, sólo que aquí la dispersión de los_agentes y el respeto a la iniciativa privada exigen actuaciones menos voluntaristas, más directivas que ejecutivas; en resumen, más complejas.En tercer lugar, el desarrollo del dominio de las energías nuevas y renovables no ha hecho más que empezar. Por ambicioso que sea el programa en curso de ejecución, este es un terreno cuyas fronteras apenas se han rozado, y evidentemente, una vez que las prioridades energéticas básicas hayan sido atendidas, el esfuerzo deberá orientarse más intensamente en esta dirección,

En cuarto lugar, la experiencia adquirida nos conduce a perfeccionar la gestión en algunas cuestiones conexas con los programas básicos ya en marcha, y perfectamente definidos en sus dimensiones, posibilidades y rendimientos. La política de promoción del carbón nacional, que ha incrementado sus producciones desde 14,8 millones de toneladas, en 1976, a 22,7, en 1979; 28,6, en 1980, y que en 1981 será de 33 millones, debe ser sostenida. El establecimiento de la infraestructura física y contractual de la importación de carbón debe ser continuada. Debe aceptarse francamente que, como asegura un documento oficial de la AIE, «la electricidad constituye una importante fuente de sustitución del petróleo». Debe redefinirse la política de gas para asegurarle su razonable participación en el suministro, abriéndole los mercados que son lógicos en función de sus características físicas y de mercado. Se debe avanzar en la experiencia de la liberalización del mercado de algunos derivados del petróleo para que las empresas presentes en el sector obtengan los resultados que se derivan de sus capacidades empresariales.

Y en el campo nuclear hay que asegurar un férreo cumplimiento de los plazos (cada año de retraso en la entrada en servicio de un grupo es una pérdida, en petróleo necesario para enjugarlo, del orden de los 315 millones de dólares) y, sobre todo, abordar la solución del tema del almacenamiento de combustibles y residuos, para cuyo fin ya se dispone de tecnologías adecuadas, con lo que quedaría completado el ciclo del combustible nuclear, en la medida en que España lo necesita. Naturalmente, esta lista no es exhaustiva, pero señala suficientemente las direcciones en las que se mueve el trabajo de revisión del PEN.

Si con este trabajo por delante cayeramos en el error de reproducir las bizantinas discusiones de hace dos años, sería lamentable. En este momento, más importante que arrojarnos unos a otros la acusación de imprecisos, en relación con una cifra de demanda global para 1990 que, en cualquier caso, no será más válida que lo que dé de sí la suma algebraica de la bondad de los modelos econométricos utilizados, más/menos las incertidumbres notorias existentes, es abordar, por ejemplo, un severo análisis de la estructura de nuestro transporte, importante consumidor de energía, o inaugurar Lemóniz en la fecha prevista. Sobre la base de partida ya existente, estos son los temas serios del futuro. Luego, que cada cual pronuncie, las veces que crea necesario para satisfacerse, esa frase sacramental: «Yo lo vi primero». Lo que nadie contestará seriamente es que estamos en la pista de la buena pieza, que caminamos en la buena dirección.

Luis Magaña es comisario de la Energía y Recursos Minerales, del Ministerio de Industria y Energía.

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