Un presidente que juega al desconcierto

Plaza de San Martín de Valdeiglesias. 10 de agosto. Cuatro novillos de Antonio Pérez, de presencia desigual, que dieron mal juego, y dos de Pérez Angoso, lidiados en tercero y cuarto lugar, chicos y de juego desigual. Juan Mora: silencio. Un aviso y silencio. Fernando Rivera: dos orejas. Palmas. Pedro Castillo: dos orejas y rabo. Una oreja, sin petición. El peón Luis Redondo hizo un magnífico quite a Fernando Rivera, cuando estaba casi cogido.Ya empezó por montar su número al inicio de la corrida. Pasaban dos minutos de la hora y el presidente seguía en su pa...

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Plaza de San Martín de Valdeiglesias. 10 de agosto. Cuatro novillos de Antonio Pérez, de presencia desigual, que dieron mal juego, y dos de Pérez Angoso, lidiados en tercero y cuarto lugar, chicos y de juego desigual. Juan Mora: silencio. Un aviso y silencio. Fernando Rivera: dos orejas. Palmas. Pedro Castillo: dos orejas y rabo. Una oreja, sin petición. El peón Luis Redondo hizo un magnífico quite a Fernando Rivera, cuando estaba casi cogido.Ya empezó por montar su número al inicio de la corrida. Pasaban dos minutos de la hora y el presidente seguía en su palco, con sonrisa de hombre feliz, rodeado de las mantillas blancas de las bellezas locales, que caían en blanca cascada a ambos lados de su indiferencia. El público se impacientó, inició la protesta, pero ni por esas. Crecía la bronca. Ya pasaban seis minutos. El hombre seguía allá arriba, indiferente a la protesta y mirando no se sabe a qué musarañas del infinito. Por fín, con siete minutos y medio de retraso, asomó el pañuelo por la colgadura del palco.

Su extraña actuación la remató con el envío de un aviso a Juan Mora en el cuarto, con medio minuto de adelanto, y perdonándole a Rivera, en el quinto, el que se había merecido.

Es evidente que lo más chocante de la novillada estaba en el palco. Porque poca cosa de calidad se ha visto en ella.

Juan Mora parece estancado y montado en el tren de la vulgaridad, perdidas sus buenas maneras. Aunque el cuarto toro fue el peor de la tarde, por su molesto gazapeo, pudo estar mejor con el primero y no se acopló con él.

Fernando Rivera no ha podido con sus novillos, de los cuales el quinto tenía mucho que torear. Pero ha estado valiente y lleno de voluntad, lo que se le ha agradecido simpática y generosamente por sus paisanos. Es otro novillero que parece no hacer muchos progresos, mala cosa en esta época en que cualquiera que apunte cualidades se lo lleva todo.

Ha gustado Pedro Castillo, por su toreo espectacular, en la línea de Arruza o Miguelín, con facultades y valor en banderillas, y con cierta idea de la construcción de las faenas, que procura ligar. Sus defectos son la teatralidad y alguna que otra ratonería.

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