Cartas al director

El manifiesto sobre el uso del catalán

He leído con cierta vergüenza la respuesta del comité de redacción del Manifiesto por la igualdad de derechos lingüísticos en Cataluña a su editorial del 5-V-81. Y digo con vergüenza porque, a pesar de la importancia del tema, sus autores utilizan las mismas armas que en el Manifiesto: la demagogia, la ignorancia o, lo que es peor, la mala fe.No es mi intención, sin embargo, entrar a discutir las afirmaciones concretas -debería decir inconcretas- de los del Manifiesto. Me parece más útil ir a la cuestión de fondo: la supuesta ruptura de un clima de tolerancia, que se habrí...

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He leído con cierta vergüenza la respuesta del comité de redacción del Manifiesto por la igualdad de derechos lingüísticos en Cataluña a su editorial del 5-V-81. Y digo con vergüenza porque, a pesar de la importancia del tema, sus autores utilizan las mismas armas que en el Manifiesto: la demagogia, la ignorancia o, lo que es peor, la mala fe.No es mi intención, sin embargo, entrar a discutir las afirmaciones concretas -debería decir inconcretas- de los del Manifiesto. Me parece más útil ir a la cuestión de fondo: la supuesta ruptura de un clima de tolerancia, que se habría visto sustituido por el «terrorismo laboral catalanista» y la intolerancia. Yo pregunto: desde cuándo, desde el 20-M? ¿Qué hechos y disposiciones concretos han contribuído a ese cambio? ¿Cuánta gente ha perdido su empleo por desconocer el catalán? Den cifras, por favor, y no nos digan que son aburridas, su prosa es peor.

Pero qué es lo que ha carribiado? ¿Qué ha llevado a EL PAIS, que les había abierto generosamente sus páginas, a publicar el «editorial más desoladoramente injusto de sus cinco años»? Pues quizá la lectura del magnífico artículo del señor Cebrián que precede a su penosa respuesta nos diga algo al respecto. El 23-F ha abierto la veda: leyes antidemocráticas que dicen defender la Constitución, armonización autonómica, insultos al Rey, aplicación de la máxima «el terrorista bueno es el terrorista muerto».

El 23-F ha roto también un clima de respeto e incluso admiración españoles por el proceso catalán, aunque nunca hayan faltado las incomprensiones y los temores, los de EL PAIS en primer lugar. El Manifiesto no es más que una intervención -otra- en ese contexto involucionista y antlautonómico, como lo fue la carta de Tarradellas que tan elogiosamente citan. EL PAIS parece haber comprendido que, para los catalanes, democracia y autonomía no son inseparables: de ahí su editorial. Los redactores del Manifiesto se alinean, en cambio y mal que les pese, con la política reaccionaria del Gobierno Calvo Sotelo, bendiciendo la armonización del señor Martín Villa. Todos conocemos las contradicciones y los límites del nacionalismo burgués. Pero también sabemos qué persigue el lerrouxismo: dividir a los ciudadanos de Cataluña en dos comunidades enfrentadas. Y contra eso estamos la mayoría de los catalanes.

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Con el golpe han vuelto los recelos antlautonómicos, los fantasmas atávicos del anticatalanismo. Nos duele comprobar, sin embargo, que la demagogia no es patrimonio de los golpistas./ .

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