Tribuna:

Premio político y castigo industrial en el Festival de Cannes

Le va a ser difícil a Wajda convencer a medio mundo que sus intenciones narrativas en El hombre de hierro no son anticomunistas. Su argumento exculpatorio recuerda bastante en lo formal al célebre sofisma que hace días pronunció el general Aramburu Topete cuando las primeras noticias confusas del asunto confusísimo del Banco Central: no puede haber guardias civiles entre los asaltantes; en todo caso, serán ex guardias civiles. «Los que se molesten con mi película no pueden ser auténticos comunistas», dijo nervioso Andrej Wajda a las pocas horas de saberse Palma de Oro de Cannes.Lo ciert...

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Le va a ser difícil a Wajda convencer a medio mundo que sus intenciones narrativas en El hombre de hierro no son anticomunistas. Su argumento exculpatorio recuerda bastante en lo formal al célebre sofisma que hace días pronunció el general Aramburu Topete cuando las primeras noticias confusas del asunto confusísimo del Banco Central: no puede haber guardias civiles entre los asaltantes; en todo caso, serán ex guardias civiles. «Los que se molesten con mi película no pueden ser auténticos comunistas», dijo nervioso Andrej Wajda a las pocas horas de saberse Palma de Oro de Cannes.Lo cierto e impronunciable es que tanto el público como los críticos y el jurado aplaudieron y premiaron este año «algo más que una película», para decirlo en la jerga futbolera. Tampoco en el caso de la actual Polonia cabe neutralidad u objetividad químicamente pura, y ya me contará el director de esta oda liberal carente de ambigüedades ideológicas para con los regímenes totalitarios comunista cómo va a persuadir a los comisarios de Moscú de la inocencia de su historia.

Fue un premio político a una muy política película en una situación internacional ineludiblemente política. Un panfleto -incluso un bello panfleto- de dos horas que: canta más que cuenta los últimos acontecimientos calientes de Polonia desde el exclusivo punto de vista de Lech Walesa. Lo absurdo es fingir ausencia de internacionalidad ideológica, frialdad narrativa, cuando lo que precisamente se celebró en Cannes con El hombre de hierro fue eso y sólo eso. Habida cuenta, además, que desde 1958, cuando por aquello del deshielo se premió a la URSS por Cuando pasan las cigüeñas, ningún país socialista había logrado la Palma de Oro.

El mismo año que el oscar a la mejor película extranjera va para los soviéticos acerados (Moscú no cree en las lágrimas), en Cannes premian por todo lo alto a los disidentes de hierro. El primer oro de Reagan es para el Kremlin y el primer oro dé Mitterrand es para los muchachos de Solidaridad. Hermosa división social del trabajo.

Pero la Palma de Oro no sólo fue un premio político; también tuvo mucho de castigo industrial y ahí es donde verdaderamente reside el gran interés de las decisiones del jurado. Esta vez sonó con estrépito el crack de las grandes producciones al estrellarse contra las no tan frívolas aceras de la Croissete. Ha sido el festival de los grandes fracasos presupuestarios: el de Cimino, el de Bertolucci, el de Lelouch, el de Liliaria Cavani y también el de Boorman, a pesar de esa mención lateral. Después de una serie de años temblando gaitas yanquis por culpa de las presiones millonarias (Apocalypse Now, pero sobre todo All That Jazz) parece ser que le llegó el turno al cine modesto de Wadja, Alain Tanner, Istvan Szavo, Juliette Berto o Vadim Glowna. Lo que ignoro es si se trata de un capricho francés o de una premonición multinacional.

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