Crítica:

El "teatrillo" de Televisión

Con el título de Teatro breve, Televisión Española daba comedias cortas -media hora-; con la cuidadosa, minuciosa selección que caracteriza la programación teatral de la casa, se elegían viejas obras acartonadas, rígidas, cursis o deslavazadas. Hubo algunas protestas, algunas presiones de los «autores vivos», y se preparó una programación reparadora: a una docena larga de autores poco vistos, poco favoritos de las carteleras, se les hicieron encargos. Tenían que ser obras escritas especialmente para este programa.El remedio fue peor que la enfermedad. Una vez más, los seleccionadores no...

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Con el título de Teatro breve, Televisión Española daba comedias cortas -media hora-; con la cuidadosa, minuciosa selección que caracteriza la programación teatral de la casa, se elegían viejas obras acartonadas, rígidas, cursis o deslavazadas. Hubo algunas protestas, algunas presiones de los «autores vivos», y se preparó una programación reparadora: a una docena larga de autores poco vistos, poco favoritos de las carteleras, se les hicieron encargos. Tenían que ser obras escritas especialmente para este programa.El remedio fue peor que la enfermedad. Una vez más, los seleccionadores no supieron separar la teoría de la práctica: en la teoría, se promocionaban «autores vivos», teatro desconocido, novedad; en la práctica, nadie fue capaz de devolver a sus autores obras que no tenían la calidad mínima para ser montadas. Probablemente los autores reservan sus buenas ideas -cuando las tienen- para el teatro largo, y se desconciertan con el medio.

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El primer canal es muy sensible a estas cosas: el teatrillo, al que los realizadores trataban de salvar con cámara enfática, y rellenar de tiempo con lentitud desesperante, y que los actores representaban generalmente con pocos ensayos, llegó a producir indignación en los espectadores. Y dentro de la casa. Estaba a medio producir la serie cuando se produjeron los cambios, y los mutantes llegaron a pensar en suprimirlo. Pero una gran parte de la inversión estaba hecha, y las comedietas entregadas, contratadas. Se ha seguido adelante.

Ultimamente ha habido un par de respiros. Domingo Miras escribió una obrita sosa, de las de fraile rijoso a la manera del Renacimiento italiano; aburría, pero no indignaba tanto. Y Marsillach, esta semana, ha resultado mejor, con una obrilla en la que hay un cierto clima de misterio, una acumulación al principio policíaca, y en los segundos finales, fantástica, con algunos personajes de sainete que alivian la intriga.

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