Tribuna:

Breve nota de adiós a Colombia y al olor de la guayaba

El señor presidente de la República de Colombia inició su discurso del lunes pasado con las siguientes palabras: "No abrigo, como seguramente ustedes tampoco, ninguna duda acerca de que a lo largo del accidentado recorrido repulicado de nuestro país, jamás la subversión se había comprometido con tanta saña y persistencia en el criminal propósito de hacerse al control del aparato del Estado, cómo lo ha venido intentando durante la Administración que presido".Al parecer, los plumíferos del señor presidente están necesitando repasar de buena fe la historia de Colombia. Si algo bueno tiene este pa...

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El señor presidente de la República de Colombia inició su discurso del lunes pasado con las siguientes palabras: "No abrigo, como seguramente ustedes tampoco, ninguna duda acerca de que a lo largo del accidentado recorrido repulicado de nuestro país, jamás la subversión se había comprometido con tanta saña y persistencia en el criminal propósito de hacerse al control del aparato del Estado, cómo lo ha venido intentando durante la Administración que presido".Al parecer, los plumíferos del señor presidente están necesitando repasar de buena fe la historia de Colombia. Si algo bueno tiene este país es que siempre ha tenido fuerzas capaces de alzarse contra la injusticia y la desigualdad, y ninguna de esas fuerzas lo ha hecho con tanta persistencia como el propio Partido Liberal del señor presidente de la República. A lo largo del siglo XIX, el país padeció ocho guerras civiles generales, catorce locales, tres golpes de cuartel y, por último, la guerra de los mil días, encabezadas por liberales tan esclarecidos como Rafael Uribe y Benjamín Herrera. Sólo en esta última perecieron no menos de 80.000 colombianos. En tiempos más recientes, el mismo Partido Liberal se lanzó a una subversión justa contra un régimen conservador sanguinario y despótico. El propio ministro de Gobierno actual, doctor Germán Zea, tuvo el honor de ser perseguido por orientar una emisora clandestina.

De modo que si ha habido más saña y persistencia en otras rebeliones anteriores a la de ahora. Esta exageración de la retórica presidencial no tendría mayor importancia, por supuesto, si no fuera porque muchas de las determinaciones oficiales de los últimos días parecen pecar de la misma ligereza, entre ellas -también por supuesto- la precipitada ruptura de relaciones con Cuba, sin más fundamento público que la declaración de un prisionero supuesto, cuya identidad no le conoce a ciencia cierta, y cuyas acusaciones sincopadas y elusivas no convencieron a nadie. No se sabe ni siquiera que el Gobierno colombiano hubiera intentado obtener una explicación de un Gobierno amigo, como ha demostrado serlo el de Cuba en los últimos años. La forma en que Ecuador acaba de manejar y resolver un incidente incluso más grave en sus relaciones con Cuba hace resaltar por contraste la precipitud lamentable de nuestro Gobierno. En otra parte de su discurso dijo el presidente que se ha sabido por confesión de los guerrilleros que fueron entrenados en Cuba y que las armas capturadas son del mismo país.

Como esto último no lo había dicho el prisionero, aun los más crédulos pensarían que el Gobierno daría otras pruebas. Sin embargo, al día siguiente del discurso presidencial, las autoridades militares hicieron ante los periodistas una exhibición cinematográfica de las armas capturadas a los guerrilleros. Pero no mostraron ninguna prueba de su procedencia. Peor aún: lo único que trató de presentarse como una evidencia del origen de las armas fue la captura de varias pistolas iguales a una que, según, dicen los propios militares, le regaló Fidel Castro al comandante del antiguo Frente de Liberación Nacional, Fabio Vásquez Castaño, y que fue ocupada por las Fuerzas Armadas en 1967

Hace años, después del robo de las armas del cantón Norte, centenares de presuntos miembros del M-19 denunciaron torturas y malos tratos. Una comisión de Amnistía Internacional comprobó que muchas de las denuncias eran ciertas. El Gobierno del doctor Turbay Ayala, sin embargo, negó de plano todos los cargos, fundándose sobre todo en la falta de crédito de los guerrilleros. No obstante, bastó con que un solo prisionero declarara que fue entrenado en Cuba. para que el Gobierno rompiera sus relaciones con ese país, como si se tratara de la verdad revelada.

Con igual inconsecuencia se procedió a absolver de toda responsabilidad al Gobierno de Panamá, cuando el mismo prisionero dijo que era allí donde se habían armado y embarcado. Me une una amistad personal muy antigua, muy seria y muy entrañable con el general Omar Torrijos, lo mismo que con el presidente Arístides Royo, y no abrigo ni la menor sombra de duda de que son ajenos a este incidente. Pero una amistad semejante me une con el presidente Fidel Castro, y con muchos otros dirigentes de la revolución cubana, y no puedo entender que el crédito que sirve para unos no sirva para los otros.

Se ha señalado como una prueba de la serenidad de nuestro Gobierno, el hecho de que las relaciones con Cuba no hayan sido rotas, sino suspendidas. La verdad es que en la práctica no. hay ninguna diferencia. El canciller Lemos Simonds, que es un hombre culto y responsable, tuvo la mala suerte de enredarse en este sofisma en su primera actuación pública. Según dijo al periodista Yamit Amat, en una entrevista radial, la suspensión deja abierta la posibilidad de que otro país se encargue de nuestros asuntos en Cuba, y viceversa. En cambio, según dijo el canciller colombiano, la ruptura excluiría esa posibilidad. Es un error.

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En realidad, la distinción no existe en Derecho internacional. Fue el doctor Alberto Lleras, un hombre que conoce muy bien las sutilezas del idioma, quien le mencionó por primera vez cuándo su Gobierno rompió relaciones con Cuba: el 9 de diciembre de 1961. «No hemos roto relaciones con Cuba -dijo en su discurso de esa ocasión-. Sólo hemos suspendido las existentes con el régimen de Castro». De modo que los asesores del presidente Turbay le hicieron repetir una simple y muy precisa fórmula literaria como si fuera una figura del Derecho internacional.

Después de veinticinco años, tenía el propósito firme y grato de vivir en mi país. Pero en este ambiente de improvisación y equivocaciones, recibí una información muy seria de que había una orden de detención contra mí, emanada de la justicia militar. No tengo nada que ocultar ni me he servido jamás de un arma distinta de la máquina de escribir, pero conozco la manera como han procedido en otros casos si semejantes las autoridades militares, inclusive con alguien tan eminente como el poeta Luis Vidales, y me pareció que era una falta de respeto conmigo mismo facilitar esa diligencia. Las autoridades civiles, entre quienes tengo muy buenos y viejos amigos, me dieron toda clase de seguridades de que no se intentaba nada contra mí. Pero en un Gobierno donde algunos dicen una cosa y otros hacen otra muy distinta, y donde los militares guardan secretos que los civiles no conocen, no es posible saber donde está la tierra firme. Una prueba de eso es que el canciller Lemos Simonds -con quien yo tenía prevista una cita amistosa para el próximo lunes- se refirió a mi persona en términos muy cordiales a través de la radio, y en cambio el comunicado de su propia cancillería dijo que mi decisión de abandonar el país bajo la protección de la Embajada de México. es una maniobra más en la campaña internacional de desprestigio contra el actual Gobierno de Colombia, es decir: al cargo concreto y más gratuito, que no se encontraba el día anterior. Así las cosas, con el dolor de mi alma, me he visto precisado a seguir apacentando, quién sabe por cuanto tiempo más, mi persistente y dolorosa nostalgia del olor de la guayaba.

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