Tribuna:

Al calor del profeso

Los detractores de Zubiri argumentan que el autor de Sobre la esencia ha convertido el paraíso en una caja fuerte. Esa imagen malévola parecía espejismo esencial a la entrada del Banco Urquijo, donde varios guardianes de guantes blancos impedían el paso al forastero, al no invitado, a todo aquél que ignora todavía que el fin precede al principio. Principio y fin se hacen palabra en la interrogación del que espera: «¿Se tornará hacia nosotros el girasol, la clemátide se doblará, inclinándose hacia nosotros; se asirán, se adherirán las ramas y los zarzillos?»Por fortuna, los responsables ...

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Los detractores de Zubiri argumentan que el autor de Sobre la esencia ha convertido el paraíso en una caja fuerte. Esa imagen malévola parecía espejismo esencial a la entrada del Banco Urquijo, donde varios guardianes de guantes blancos impedían el paso al forastero, al no invitado, a todo aquél que ignora todavía que el fin precede al principio. Principio y fin se hacen palabra en la interrogación del que espera: «¿Se tornará hacia nosotros el girasol, la clemátide se doblará, inclinándose hacia nosotros; se asirán, se adherirán las ramas y los zarzillos?»Por fortuna, los responsables culturales de la Fundación Banco Urquijo no ignoran que cuando una pequeña caja s está situada, en reposo relativo, dentro del hueco de una caja mayor S, el espacio hueco de s es parte del espacio hueco de S, y el mismo espacio que las contiene a ambas pertenece a cada una de las cajas. Nos situarnos, pues, al fin de los peldaños, frente al filósofo Xavier Zubiri. Hay un público distinguido, de elegantes corbatas y tranquilos abrigos de pieles, Hay un hermoso óleo de Alonso Caño. Hay tapices soberbios. Y resbala el silencio coexistente de la gran tentación.

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Las primeras palabras se mueven ante los focos casi apocalípticos de la televisión. De repente, Zubiri vuelve a quedarse mudo, como una especie de gran gag en homenaje a Ludwig Wittgenstein. Al final de la larga y maliciosa pausa, el profesor pide que se le ampute la gangrenosa r del final, que él es sólo profeso en filosofía. El auditorio, preso de un delicioso escalofrío, ha apretado los dientes sin pestañear.

Inteligir y sentir, viene a decir Zubiri, ¿son dos actos distintos? Estratégica y nueva pausa. Se quita y se pone las gafas. Se las vuelve a quitar para añadir: «A primera vista parece una pregunta necia». Hay rostros que se llenan de rubor. Pero el pensador murmura que, por favor, tranquilos, que inteligir y sentir son los dos componentes de un solo acto. Alivio general.

Apegado a la realidad, nos habla del calor. Del calor que siente el hombre y del que siente el perro, presentes de distinta manera en cada cual. Hay más distinciones: «Cada sentido presenta las cosas de una manera distinta». Hay más diferencias: «Entre la formalidad de realidad y la formalidad de estímulo».

Hay casi un alarido cuando exclama: «Dios no es». No, no es, tranquilos, pero hace que todas las cosas sean. Lo adversativo no elimina la palidez originada por lo que pudo ser blasfemia filosofal. Y Zubiri no insiste, deslizándose por el logos, por un ejemplo con la pared de enfrente y por el obsesivo poder de lo real.

El profeso en filosofía ha engañado a sus detractores, una vez más, con trabalenguas melancólicos. Y tal vez a sus seguidores con oropeles adheridos al sentido común. Pero su charla fue un modelo de caja transparente, donde las palabras se movieron con fina ironía, mecidas por la música sentiente que solloza entre el ser y el no ser.

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