Crítica:TEATRO / "LA SEÑORA TARTARA"

Juguetes

Un cuentecillo moral de buena escuela, se piensa viendo La señora tártara, en el Cándido de ese radical que fue Voltaire. Se piensa en muchas fuentes literarias. Hasta los bellos decorados en blanco y negro recuerdan las prestigiosas ilustraciones de Le livre de démain; la imitación de la trama del fotograbado nos dice que el autor y escenógrafo ha querido que se percibiese esa intención. Una obra empedrada de cultura vista y leída, donde aparecen viejos personajes queridos y conocidos: los ricos egoístas, el ángel de la muerte, la inocente sana, los conspiradores y el bos...

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Un cuentecillo moral de buena escuela, se piensa viendo La señora tártara, en el Cándido de ese radical que fue Voltaire. Se piensa en muchas fuentes literarias. Hasta los bellos decorados en blanco y negro recuerdan las prestigiosas ilustraciones de Le livre de démain; la imitación de la trama del fotograbado nos dice que el autor y escenógrafo ha querido que se percibiese esa intención. Una obra empedrada de cultura vista y leída, donde aparecen viejos personajes queridos y conocidos: los ricos egoístas, el ángel de la muerte, la inocente sana, los conspiradores y el bosque y la casona en ruinas. El héroe ingenuo... Todo ello trabajado por una segunda, por una tercera vuelta de humor, de camino de regreso, de frases brillantes, de lenguaje suelto. Sin perder, por ello, un cierto infantilismo. No es extraño, porque está construida la obra en torno a lo teatral; es decir, lo directo, la sorpresa, el juego, la diversión, el efecto y todo ello llama como puede a la posible cantidad de niñez que le quede al espectador; parte probablemente -en este caso Y en todos en los que esta teatralidad se acentúa- de la misma niñez del autor, una niñez de reserva. Con todo cuidado, con todo esmero, ha construido Francisco Nieva sus trucos de magia, sus gloriosos artefactos; esto es, sus juguetes.Esta forma llega, lógicamente, al fondo de la obra. La moraleja -no cuesta trabajo emplear esta palabra, puesto que se presenta como un cuento- consiste, en principio, en un canto al individualismo y una burla del grupo; más adelante llega a plantear una casuística que tampoco es nueva en la literatura: el hombre que mata, o puede matar, con el pensamiento. El héroe noble de la obra se ve afligido por este don que le da la señora tártara (tártara tiene aquí una asociación libre con Tánatos): todo aquel a quien desdeñe caerá muerto. No puede reprimir, ni aun encontra de su voluntad, ese tipo de pensamientos, y se produce la hecatombe en la que mueren todos los personajes, menos, claro está, la inocente, enlazando así con los más viejos mitos de la doncella salvadora. Todo ello continuamente matizado por el humor, por el juego, incluso por la ironía.

La señora tártara,

de Francisco Nieva. Intérpretes: Ana María Ventura, Carlos Hipólito, Nicolás Dueñas, José Pedro Carrión, Juan Carlos Sánchez, Roberto Quintana, Tina Sainz, Francisco Vidal, Amaya Curieses, Manuel de Blas.Música de Ignacio y Francisco Nieva, escenografía de Francisco Nieva. Equipo de dirección: William Layton y Arnold Taraborrelli. Trabajo teatral de Francisco Nieva. Estreno: Teatro Marquina, 3-12-1980.

Francisco Nieva ha tratado siempre de la creación del teatro total; es un viejo sueño que ronda por las mentes de todos los creadores, y que se ha ido haciendo cada vez más difícil, a medida que la técnica ha ido progresando, y se ha hecho cada vez más imprescindible la división del trabajo (en detrimento del teatro en sí). Lo que sucede es que Nieva está dotado especialmente para esta función, o se ha preocupado en su vida de adquirir todas las dotes necesarias para servir al teatro total.

Sus virtudes de pintor escenógrafo son conocidas: su estética es excelente. Pero une a ellas el conocimiento de la mecánica escenográfica, de las luces, de los trucos; es además músico -la música es suya en esta obra, en colaboración con su hermano Ignacio-; director de actores, creador de vestuario y escritor con un lenguaje paradójico, divertido, frasista. Se dice en el programa que esta creación es «un trabajo teatral de Francisco Nieva», y, como tal trabajo, merece los máximos elogios. El espectáculo funciona de principlo a fin, y funciona con calidad y con oportunidad. Es una lección que, desgraciadamente, será poco aprovechable, porque pocas personas -en el mundo- pueden reunir en sí mismas todas las condiciones de Nieva. Pero está aquí y nos permite disfrutar de ello.

Personajes

No es ajeno a este trabajo -con el equipo de dirección del TEC que forman William Layton y Arnold Taraborelli- que esta vez la interpretación presente un cuadro general de primer orden. Suele suceder, paradójicamente, en este tipo de obras, que el héroe sea el menos favorecido por la literatura dramática, puesto que tiene que mantener una figura de pureza y serenidad que contrasta con los característicos, en los que se puede acentuar los rasgos, caricaturizarlos. No es una excepción esta obra, y Nicolás Dueñas sufre del hecho de que su trabajo sea menos espectacular que el de sus compañeros.Entre ellos hay una interpretación excelente de voz, de gesto, de colocación, por parte de José Pedro Carrión; la hay también en Francisco Vidal, en la pareja de Juan Carlos Sánchez y Roberto Quintana. Tina Sainz sabe salir del arquetipo de la inocente con su travesura, su movilidad, sus innatas condiciones de actriz y su estudio del personaje. Manuel de Blas tiene el personaje odioso, el malo de esta magia; un ángel asexuado, hombre-mujer, dotado de todas las dificultades: parlamentos, réplicas rápidas mitad burla, mitad tragedia, mímica de un cierto hieratismo, y lo hace todo ello con auténticas cualidades de comediante, sin fallos. Ana María Ventura, Carlos Hipólito, Amaya Curieses hacen con pulcritud y oficio papeles menores. El conjunto es de primer orden. Todo ello ganará cuando tenga más ritmo, más cohesión; probablemente, cuando se aligere el texto algo; en un estreno siempre se ve necesidad de algunas correcciones.

El público acogió el trabajo de Nieva y de los actores con satisfacción. Que probablemente crecerá cuando el patio de butacas esté lleno de público del llamado normal, siempre más caluroso y admirativo que el de los invitados a los estrenos.

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