Tribuna:

La falacia de los "asuntos internos"

El lacónico y único comentario de Estados Unidos a los acontecimientos de Polonia se refiere a que es «un asunto interno» de ese país; como un eco lo repite Javier Rupérez, jefe de la delegación española en la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, al salir hacia Moscú. El sentido que tienen estas declaraciones sobrepasa el juicio moral, y es una advertencia a la Unión Soviética sobre cómo sería juzgada y qué repercusiones podría tener una intervención directa en el conflicto. La doctrina de los «asuntos internos» y sus derivadas consecuencias -no intervención, no injerencia, ni inm...

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El lacónico y único comentario de Estados Unidos a los acontecimientos de Polonia se refiere a que es «un asunto interno» de ese país; como un eco lo repite Javier Rupérez, jefe de la delegación española en la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, al salir hacia Moscú. El sentido que tienen estas declaraciones sobrepasa el juicio moral, y es una advertencia a la Unión Soviética sobre cómo sería juzgada y qué repercusiones podría tener una intervención directa en el conflicto. La doctrina de los «asuntos internos» y sus derivadas consecuencias -no intervención, no injerencia, ni inmixión- es una conquista moral y verbal de nuestro tiempo. Todavía en el siglo XIX se aceptaba el derecho de los Estados a intervenir en otros -la doctrina Palmerston-; pero en la segunda conferencia de La Haya (1907) se aceptó la «doctrina Drago (del jurista argentíno Luis María Drago, seguidor de su compatriota Carlos Calvo) para asentar el principio de soberanía de cada nación dentro de sus fronteras. En principio era una defensa contra el intervencionismo de Estados Unidos en los países latinoamericanos y contra la parcialidad de la doctrina Monroe, que se limitaba a impedir a los europeos ese derecho de intervención («América para los americanos»). Más tarde la utilizaría abundantemente Rusia, y luego su nueva forma nominal de Unión Soviética, en sus tratados y acuerdos con los países no comunistas: en parte para garantizar a éstos que no intervendría en apoyo de sus revolucionarios interiores, en parte para asegurarse de que su propia revolución sería respetada,después de las intervenciones directas de Gran Bretaña y Francia (desembarco en Musmansk), de la «legión checa» y del desembarco japonés en VIadivostok para ayudar a las tropas «blancas» en la guerra civil.Sin embargo, es difícil considerar hoy la «doctrina Drago» y sus amplias derivaciones, más que como una conquista moral y una manera de lenguaje internacional dentro del sistema de equilibrios. El mundo no sólo está intercomunicado, sino que, es interdependiente. Es difícil abstraer las huelgas y presiones de los marinos de pesca franceses de todo el complejo del Mercado Común: le afecta gravemente. Como es difícil abstraer el episodio que están realizando los obreros del Báltico polaco del conjunto del Comecón y del Pacto de Varsovia. Una diferencia esencial, de primerísimo orden, es la de que Francia no será invadida por las naciones a quienes afecta su problema pesquero, o su problema agrícola, y Polonia puede llegar a serlo -a juzgar por los precedentes-, en el caso de que su conflicto llegue más allá de lo tolerable por la URSS; por lo menos, juzgando por los precedentes de Budapest y de Praga, para los cuales, como para Afganistán, la URSS ha aplicado otra doctrina: la de su obligación contractual de acudir en defensa de Gobiernos aliados amenazados, y la explicación de que previamente potencias extranjeras han intervenido en apoyo a esa amenaza. Todo ello se convirtió en la «doctrina Breznev». expuesta precisamente en Polonia en noviembre de 1968. durante el V Congreso del Partido Obrero Polaco: los partidos y los Gobiernos de los países socialistas tienen libertad para girar su desarrollo, a condición de no amenazar los intereses fundamentales del socialismo. La doctrina, llamada también de soberanía limitada, había aparecido poco antes en Pravda, firmada por Kovalev y probablemente redactada cuidadosamente por los ideólogos soviéticos: «Ninguna decisión de un pueblo de un país socialista podrá dañar al socialismo de ese mismo país o a los intereses fundamentales de otros países socialistas». La base doctrinal consistía en que países relacionados entre sí por el internacionalismo proletario y por la solidaridad socialista, no podían ser consideradas de la misma manera que las relaciones entre países básicamente diferentes. La realidad es que esta doctrina se publicaba un mes después de la entrada de los blindados soviéticos, bajo los colores del Pacto de Varsovia, en Checoslovaquia.

Basándose en otra semántica y en otra doctrina -la del «mundo libre»- se vieron, antes y después, otras intervenciones del campo contrario. Los nombres de Santo Domingo y Vietnam, con sus cuerpos expedicionarios, incluso el de Corea, son históricos ya. Y fueron tan repudiados por una conciencia internacional como las intervenciones soviéticás. Quedan temas de carácter más oculto o más disfrazado, como el apoyo de Estados Unidos a Pinochet. e incluso se podría encontrar una intervención y una falta de respeto a la soberanía de otros Estados, la presión de Washington sobre Italia para que rechace la salida política de la participación del eurocomunismo en el Gobierno; o recientemente sobre otros aliados para que siguieran la línea de Carter en sus sanciones (trigo, Olimpiada) a la URSS y a Irán.

Muchas veces se plantea como caso de conciencia hasta dónde es válida la moral de los «asuntos internos» y si en caso como el de El Salvador no sería lícita una intervención directa para acabar con una matanza unilateral a la que pudorosamente llamamos guerra civil, quizá con la intención de ocultar su naturaleza.

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Es evidente que el caso polaco afecta a los intereses directos de la URSS. Es precisamente lo más odioso del caso. El problema agudo sería el de una intervención soviética armada, aun so color de una «ayuda» del Pacto de Varsovia. Pero el fondo grave de la cuestión es la presión permanente soviética, la configuración de Polonia -y de otros países- sobre un modelo fabricado en Moscú. A todas luces fallido, porque ni económica ni ideológicamente ha funcionado. Es ese grado de injerencia en los astintos internos de los países el que hay que repudiar. Sin embargo, pertenece al estado actual elaborado por la posguerra y es intangible.

Algunas de las fuerzas que han colaborado, en un sentido o en el contrario, a que la situación se produzca y se llegue al punto en el que todo puede pasar, tratan ahora de dar marcha atrás. El partido obrero unificado (comunista único) destituye al primer ministro y a parte de su Gobierno: es una concesión mayor. La lglesia católica, que tanta parte tiene en el movimiento, recomienda ahora que los obreros se moderen y vuelvan al trabajo, y el Papa, que tan claro fue en sus discursos y en sus actitudes cuando visitó Polonia, se limita ahora a medias palabras de aspecto neutro. Pero el problema de fondo no se resolverá nunca, aunque algunas de las reivindicaciones obreras parezcan colmadas y algunos de los responsables oficiales, destituidos. Los economistas de Occidente, que tanto se oponen a la subida de salarios y a la disminución del esfuerzo productivo en sus países, porque los consideran contrarios al bienestar colectivo, no podrán ahora creer que subir la paga de los obreros polacos va a resolver el problema económico y, por consiguiente, político, de ese país. La cuestión de las economías subsidiarias o subordinadas y de las políticas que tienen la obligación de mantenerlas, tiene otros aspectos que no se abordan. La no injerencia en los asuntos internos pasa, sobre todo, por unas libertades y unas soberanías sin límites que ya no se conceden y que, tal como está construido el mundo y la fuerza real enque está basado, va a ser muy difícil de conseguir.

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